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la segunda mitad del pasado siglo la raza hípica de Chile adquirió - en un período de florecimiento - justa fama continental no solamente por la línea y singular apostura de los garañones, sino también por la resistencia y mansedumbre de la especie. Aún la subraza caballar que los araucanos habían logrado imponer no podía desdeñarse en razón de su capacidad media de "aguante", superior a treinta leguas diarias.

La domadura de animales bravíos ya ha sido considerada en otros capítulos y en todos los casos acumula proezas bien temerarias y propias de una naturaleza serrana. En orden a conseguir la instrucción posterior, para montar y para tirar, se procede con el método cosmopolita del trabajo de picadero. El adiestrador maneja el cabestro en constante paseo circular de la bestia y el ayudante tienta, en pacientes etapas, la colocación de los sucesivos arreos, el acto de cabalgar y el trabajo de rienda. En el adiestramiento de tiro se suceden similares maniobras, se le acopla al animal una rastra antes que el vehículo y se aborda al fin la "acción en pareja" con una cabalgadura ya adiestrada.

Los lances de equitación que suelen exhibirse ante los jurados de los concursos son los siguientes: a) "arrastrada", b) "volapié", c) "reculada", d) "apiada", e) "troya" y f) "el ocho"; todos atribuibles especialmente a los "caballos de patrón", o sea los animales selectos que ya han completado su aprendizaje. Pueden o no pueden ser "corraleros" (especializados en la "corrida de vacas" descrita en otro capítulo) y se les admite en estos concursos porque ya son "maestros en rienda". Se refiere el primer lance a la más brusca detención con "arrastrada" en plena carrera y después de haber solicitado al animal con las