Página:EN MEMORIA DEL ALMA DE TREMENTINO MARABUNTA - JOSÉ BAROJA.pdf/4

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gratuitamente, en aquel hogar donde chicos sin padre o madre, o bien mal llamados delincuentes, esperaban por alguna luz de cariño; incluso entre esos pasillos que encaminaban hacia fríos cuartos de recurrente soledad. Marabunta lo sabía y, por eso, las dos veces que nos visitaba durante la semana, se esforzaba en que la comida tuviera ese único elemento que no puede faltar.


Una vez, un cura visitó nuestro hogar con el objetivo, por supuesto, de probar la comida de nuestro héroe. Ciertamente, los comentarios acerca de él se habían extendido generando algo de curiosidad entre los más escépticos. La expectativa era muy alta: el eclesiástico esperaba encontrarse un plato gourmet, que valiera toda esa alharaca. Recuerdo muy bien su cara de sorpresa cuando frente a él solo halló un humilde plato de arroz con carne molida. Igualmente recuerdo cómo se fue refunfuñando sin siquiera probar un bocado. Lo que contrastó, casi de inmediato, con la cara de felicidad de mis compañeros —y la mía—, tras llevar el tenedor a la boca: ¡El mío es de pizza! ¡Acá tiene sabor a puré! ¡Qué ricas papas fritas! Parecía una locura, pero en verdad los sabores se multiplicaban, mientras los ojos de Trementino brillaban ante nosotros como los de un dios.


Me arriesgaré a decir que ese brillo surgía por su pasado. Su infancia fue hermosa y gozaba compartiendo un momento de ésta con tantos niños, a través de ese único plato de comida caliente que tan bien cocinaba. Es probable que si le pidieran recordar algún momento negativo antes de los dieciocho años solo sonriera, levantara los hombros y dijera con su serena voz: Fui feliz. ¿Cuál había sido su plato favorito en ese tiempo? Como ya lo adivinas, querido lector, el arroz con carne molida que su