lucha de la virtud con el vicio. Este dragón, de formidables fauces y armado con anillos que le permiten plegarse á discreción de los doscientos hombres que lo llevan sobre puntales de bambú, está forrado de seda verde transparente, y va alumbrado por dentro. Tiene más de cien metros de longitud, y se considera como un favor celeste y un signo de felicidad el que incline la cabeza delante de la casa de uno. El favorecido le dispara entonces unos millares de cohetes en justo reconocimiento, y el reptil se libra á una graciosa y bien combinada serie de ondulaciones, contrayéndose, dilatándose y retorciéndose en espirales luminosas.
Terminaré mi catálogo de festejos con la descripción de los fuegos artificiales, á que son muy aficionados los chinos. Para el concurso del gran patchon (cohete), se exhiben con anterioridad en un barracón los premios consistentes en un espejito de mano, un transparente, un ramo de papel de talco, ó cualquiera zarandaja por el estilo, que ellos en dar no son muy pródigos.
Llegada la tarde de la lucha, colócase el pirotécnico sobre un tablado y empieza á disparar voladores. La muchedumbre, apiñada al rededor, observa la dirección de la caña; aguarda á que baje, y entonces hace prodigios de agilidad por apoderarse de ella; con lo cual y consecuente con la superstición que preside todos sus actos, no sólo alcanza ventura para sí y los suyos—mayor cuanto es más gordo el cohete—sino que obtiene una recompensa, quedando obligado á sufragar otra para la justa del año siguiente.
Sus tan decantados fuegos artificiales, repetidos con frecuencia y siempre con igual monotonía, no tienen de particular más que la candidez. Divídense en diez ó doce actos, y cada uno de estos en tres transformaciones, lo que da lugar á que el espectáculo termine á las cuatro de la mañana habiendo empezado apenas anochecido. Allá va un acto por cuyo patrón están cor-