Relatarte lo que come el indigente es tarea improba. Aquí no se desperdicia nada. La carne de perro y de gato se vende públicamente; á la de ratón y toda suerte de animales inmundos se le da caza en el propio domicilio. Sé que voy á extralimitarme poniendo á prueba el estómago de tus lectores; pero la cosa es tan notable, que no puede pasarse en silencio. Para el chino pobre, peinarse es un banquete. De ese modo pretenden que recuperan la sangre que el insecto les ha chupado.
Terminada la comida, es preciso colocar los fachi cruzados sobre la taza en signo de satisfacción y gratitud; el anfitrión los va retirando y poniendo sobre la mesa como contestando: no hay de qué. Un par de eructaciones son del mejor tono para atestiguar que los manjares te han sentado bien.
El té sin azúcar y unas chupadas de pésimo tabaco ponen fin á la fiesta. Las pipas en que fuman, indescriptibles y variadas hasta lo infinito, no contienen, por enormes que sean, más tabaco que el indispensable para una bocanada; por consiguiente, hay que cargarlas en cada aspiración, valiéndose para encenderlas de unas mechas de papel retorcido (que también se usa como cordel) sobre las que soplan muy hábilmente para que produzcan llama.
Admitidos por fin en el gineceo, nos encontramos á las señoras terminando su tiffin y en sazón que la dueña de la casa, quitándose un nivat de plata (horquilla) y pinchando con él un pastelillo, se lo ofrecía á mi mujer; que como puedes imaginarte, no tenía ya más apetito. En vista de lo cual la criada sirvió agua