caliente, en la que remojó un pañuelo de espumilla de seda, con el que su ama se limpió las manos y la boca, pasándolo después á toda la reunión para que hiciera lo propio. Luégo sacaron las pipas. Todo el sexo bello fuma.
Acto continuo nos llevaron á visitar las habitaciones, idénticamente amuebladas á las que ya he descrito. En el salón penden algunos retratos de familia, horriblemente pintados al óleo, cuadros inocentes como los países de los abanicos y entrepaños con máximas y caracteres. Las paredes no están enlucidas; ostentan el ladrillo vivo de color gris azulado y ennegrecido por el humo de los pebetes que á todas horas están ardiendo en nichos destinados á los dioses penates y porteros. En el oratorio álzase un altar con pebeteros y relicarios de metal blanco, flores artificiales, estatuítas de Lao-tsé, el fundador de la metafísica, de Cug-ñan, la Virgen de la pureza, y de la multitud de ídolos de las teogonías búdhica y de Brahma, que mezcladas con la moral de Confucio, forman las tres religiones dominantes en el país.
En los dormitorios, arcones de sándalo y armarios de alcanfor alternan con las camas de tamarindo, confundiéndose la de la primera mujer con las de las concubinas, que el dueño comparte indistintamente. Duermen vestidos y sobre una esterilla que sustituye al colchón, sin más sábanas que un abrigo de lana, en que se arrebuñan. La almohada es de loza del tamaño y forma de las almohadillas que antiguamente usaban las señoras en España para coser; y no apoyan en ellas la cabeza sino el cuello, con lo que las mujeres consiguen no deshacerse el peinado que, por su complicación, no restauran más que semanal ó quincenalmente. En la cabecera hay colgados infinidad de amuletos, acusadores de la superstición que los domina. Un sobre de un despacho imperial trae fortuna; y, si se le hierve, su agua cura enfermedades epidémicas.