Unas monedas de cobre ensartadas evitan el mal de ojo. La infusión de una bolita de oro, otra de plata y una ramita de coral es eficacísima contra los sustos. La nuez extraída de la garganta de un mono vivo no tiene rival para las fiebres. Y en la casa donde, como acontece en la mía que está apoyada sobre un monte, entran culebras, ya no hay más que pedir.
El fumador de opio pertenece á lo reservado; los hay públicos para los transeúntes, sin perjuicio de tener cada uno el suyo particular en el domicilio. Este horrible vicio, que embrutece al hombre y le acorta la vida, no ha podido ser desterrado, á pesar de los esfuerzos del gobierno imperial, que ha tenido que contentarse con infligirle un impuesto de diez pesetas por bola de cuatro libras, que es como se expende en crudo. En las colonias está monopolizado, mediante una suma, que en Macao asciende, con la inclusión de la pequeña isla de Taipa y Colowane, á cerca de cincuenta mil duros al año. Sus efectos son espantosos; el pobre compra el residuo del de la gente acomodada, y no gasta menos de un real diario. Yo conozco en Hong-Kong á un rico mandarín que invierte más de peso y medio cada día, y que, á consecuencia del abuso, tiene que trasladarse á Cantón de dos en dos meses, para hacerse operar por la paralización absoluta de sus funciones digestivas.
El opio, que cocido toma el nombre de anfion (a-pin hi en chino), se reduce por esta operación á una pasta bastante dura. Para fumarlo, se necesita que la habitación esté cerrada, á fin de que el aroma no se evapore. En el centro del cuarto elévase un entarimado cubierto con un boca-porto, más ó menos lujoso, que imprime al conjunto el carácter del escenario de un teatro, del tamaño de una cama de matrimonio. En él,