museo arqueológico y se entretuvo en comprobar las clasificaciones.
Dejémosles entregados á tan sabia tarea y veamos lo que en el ínterin ocurría en el cuarto de las colecciones, donde esperaban impacientes su transformación las doce hijas de Eva en que el gobierno francés fundaba la regeneración moral de su país.
A aquellos de mis lectores que hayan visitado la Francia, y lo serán todos probablemente, no hay para qué hacerles la descripción de los trajes de las viajeras. Teniendo el lujo por cebo y el arte de agradar por oficio, fácilmente se colige que las tales señoras habían puesto á contribución para adornarse todo el ingenio de la industria sedera de Lyon, agotado los maravillosos recursos que posee la fabricación de encajes en Cluny y Valenciennes y engarzado en el oro de California los diamantes del Brasil, las esmeraldas de Colombia y las perlas del golfo de Bengala.
—Y bien, Niní; ¿qué tal va eso?—preguntó á una esbelta rubia otra que acusaba haber sido incitante morena en sus mocedades y que respondía al nombre de Naná, pues todas tenían el suyo artístico.
—Por ahora no puede decirse nada; pero si la prefectura me vuelve á mis quince años, le juro no casarme sino con un hombre que vote siempre por el gobierno. Hay que ser agradecida.
—Cualquier día me uncen á mi—repuso desde su rincón una nerviosilla que con una carta se estaba entreteniendo en doblar pajaritas de papel.
—¿Pues cuáles son tus propósitos, Emma?
—Hacer que me desembarquen en la corte de Luis XV y pedir que me presenten á S. M.
—Lo que es yo—dijo otra que se llamaba Sabina—primero me dejo robar por los romanos que volver á París á vestirme de percal y dormir sobre un felpudo.
—Pero hemos dado nuestra palabra—insistió Niní.