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EL CARDENAL CISNEROS

descubre un nuevo mundo y se lo entrega en prenda de gratitud á su patria adoptiva. Este es el siglo de Oro de nuestra historia, risueño y magnífico oasis en que el ánimo se esparce con gusto y los ojos se recrean con deleite, y el pecho se dilata con orgullo, después de salir de los vicios y liviandades de la corte de Enrique IV, y ántes de entrar en las suntuosas miserias de la Casa Austriaca ó en el fanatismo estúpido de sus menguadas postrimerías, ó en otros vicios y liviandades de la época moderna, que son resumen y condensación de todos nuestros males históricos, cópula tristísima de los tiempos de Enrique IV y de Cárlos II, ayuntamiento torpísimo de las infamias del uno y de la superstición del otro.

Audacia imperdonable, y á más tarea imposible, sería en nosotros, con facultades y medios tan limitados, reproducir aquel período espléndido de nuestra historia, fuera de que un ilustre y generoso extranjero lo ha consagrado ya con genio en un monumento inmortal que perpetuará su propia gloria y la gloria de España [1]. Más modesto es nuestro propósito, aunque no menos audaz y temeraria su ejecución, dadas nuestras fuerzas. Queremos recorrer la vida del eminente hombre de Estado de aquellos dias, el Cardenal Jiménez de Cisneros, no con la amplitud con que escribió su biografía Alvar Gómez de Castro en tan hermoso y elegante latín, ni con la prolija minuciosidad de Quintanilla, que tanto trabajó para la beatificación de quien no pocos llamaban el Santo Cardenal, ni aun con la detención de Flechier en el siglo pasado, ó del alemán Hefele en el presente, siquiera en nuestro pobre trabajo aprovechemos algo de sus materiales, sino rápidamente, á grandes

  1. Historia de los Reyes Católicos, por Prescott.