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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—¿Qué es caballero aventurero? replicó la moza.

—¿Tan nueva sois en el mundo, que no lo sabéis vos? respondió Sancho Panza. Pues sabed, hermana mía, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador: hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendrá dos ó tres coronas de reino que dar á su escudero.

—Pues ¿cómo vos, siéndolo deste tan buen señor, dijo la ventera, no tenéis, á lo que parece, siquiera algún condado?

—Aun es temprano, respondió Sancho, porque no há sino un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal vez hay que se busca una cosa y se halla otra; verdad es que si mi señor don Quijote sana desta herida ó caída, y yo no quedo contrecho della, no trocaría mis esperanzas con el mejor título de España.

Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento don Quijote; y sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano á la ventera, le dijo:

—Creedme, fermosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo á mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse, que la alabanza propia envilece; pero mi escudero os dirá quién soy. Sólo os digo que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho, para agradecéroslo mientras la vida me durare; y pluguiera á los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto á sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes, que los desta fermosa doncella fueran señores de mi libertad.

Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego; aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban á ofrecimientos y requiebros; y como no usadas á semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le