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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies, más que de trote, se las paseó todas de cabo á cabo. El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dió consigo en el suelo, á cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque habiéndola llamado á voces, no respondía. Con estas sospechas se levantó, y encendiendo un candil, se fué hacia donde había sentido la pelaza.

La moza, viendo que su amo venía y que era de condición terrible, toda medrosica y alborotada, se acogió á la cama de Sancho Panza, que aun dormía, y allí se acurrucó y se hizo un ovillo.

El ventero entró diciendo:

—¿Adónde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas estas.

En esto despertó Sancho; y sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenía la pesadilla, y comenzó á dar puñadas á una y otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuántas á Maritornes, la cual, sentida del dolor, echando á rodar la honestidad, dió el retorno á Sancho con tantas, que á su despecho le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera, y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo. Viendo, pues, el arriero, á la lumbre del candil del ventero, cuál andaba su dama, dejando á don Quijote, acudió á dalle el socorro necesario: lo mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fué á castigar á la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía. Y así como suele decirse, el gato al rato, el rato á la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero á Sancho, Sancho á la moza, la moza á él, el ventero á la moza, y todos menudeaba con tanta prisa, que no se daban punto de reposo; y fué lo bueno que al ventero se le apagó el candil; y como quedaron á escuras, dábanse tan sin compasión todos á bulto, que á doquiera que ponían la mano no dejaban cosa sana.