Página:El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1905, vol 1).djvu/677

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
453
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

aventaja, sino el saber que en vuestra tierra se usa la deshonestidad más libremente que en la nuestra.

»Y volviéndose á Zoraida, teniéndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque algún desatino no hiciese, le dijo:

»—¡Oh infame moza y mal aconsejada muchacha! ¿adonde vas, ciega y desatinada, en poder de estos perros, naturales enemigos nuestros? ¡Maldita sea la hora en que yo te engendré, y malditos sean los regalos y deleites en que te he criado!

»Pero viendo yo que llevaba término de no acabar tan presto, di priesa á ponelle en tierra; y desde allí, á voces, prosiguió en sus maldiciones y lamentos, rogando á Mahoma rogase á Alá que nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, por habernos hecho á la vela, no pudimos oir sus palabras, vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo; mas una vez esforzó la voz de tal manera, que pudimos entender que decía:

»—Vuelve, amada hija, vuelve á tierra; que todo te lo perdono; entrega á esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve á consolar á este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida, si tú le dejas.

»Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo decir ni respondelle palabra, sino:

»—¡Plega á Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza! Alá sabe bien que no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos cristianos no deben nada á mi voluntad; pues, aunque quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, según la priesa que me daba mi alma á poner por obra esta, que á mí me parece tan buena, como tú, padre amado, la juzgas por mala.

»Esto dijo á tiempo que ni su padre la oía, ni nosotros ya le veíamos; y así, consolando yo á Zoraida, atendimos todos á nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el propio viento de tal manera, que bien tuvimos por cierto de vernos otro día al amanecer en las riberas de España. Mas,

Tomo I.—114