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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

y de caplitán y de su hermano, y de todas aquellas contentas señoras, especialmente de Dorotea y Luscinda. Todos se abrazaron y quedaron de darse noticia de sus sucesos, diciendo don Fernando al cura dónde había de escribirle, para avisarle en lo que paraba don Quijote; asegurándole que no habría cosa que más gusto le diese que saberlo; y que él asimismo le avisaría de todo aquello que él viese que podría darle gusto, así de su casamiento como del bautismo de Zoraida y suceso de don Luis, y vuelta de Luscinda á su casa. El cura ofreció de hacer cuanto se le mandaba con toda puntualidad. Tornaron á abrazarse otra vez, y otra vez tornaron á nuevos ofrecimientos.

El ventero se llegó al cura y le dió unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de la maleta donde se halló la novela del Curioso impertinente, y que, pues su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos; que, pues él no sabía leer, no los quería. El cura se lo agradeció; y abriéndolos luego, vió que al principio de lo escrito decía: Novela de Rinconete y Cortadillo, por donde entendió ser alguna novela, y coligió que, pues la del Curioso impertinente había sido buena, que también lo sería aquella, pues podría ser fuesen todas de un mismo autor; y así, la guardó con prosupuesto de leerla cuando tuviese comodidad.

Subió á caballo, y también su amigo el barbero, ambos con sus antifaces, porque no fuesen luego conocidos de don Quijote, y pusiéronse á caminar tras el carro.

Y la orden que llevaban era esta: iba primero el carro, guiándole su dueño; á los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus ballestas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de la rienda á Rocinante; detrás de todo esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros, como se ha dicho, con grave y reposado continente, no caminando más de lo que permitía el paso tardo de los bueyes. Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies y arrimado á las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia, como si no fuera hombre de carne, sino