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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

este bravo, este galán, este músico, este poeta, fué visto y admirado muchas veces de Leandra desde una ventana de su casa que tenía la vista á la plaza. Enamoróla el oropel de sus vistosos trajes, encantáronla sus romances (que de cada uno que componía daba veinte traslados), llegaron á sus oídos las hazañas que él de sí mismo había referido, y finalmente (que así el diablo lo debía de tener ordenado), ella se vino á enamorar dél antes que en él naciese presunción de solicitalla; y como en los casos de amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se concertaron Leandra y Vicente; y primero que alguno de sus muchos pretendientes cayese en la cuenta de su deseo, ya ella teníale cumplido, habiendo dejado la casa de su honrado y amante padre (que madre no la tiene) y ausentádose de la aldea con el soldado, que salió con más triunfo de esta empresa que de todas las muchas que él se aplicaba.

»Admiró el suceso á toda la aldea, y aun á todos los que dél noticia tuvieron; yo quedé suspenso, Anselmo atónito, el padre triste, sus parientes afrentados, solícita la justicia, los cuadrilleros listos. Tomáronse los caminos, escudriñáronse los bosques y cuanto había, y al cabo de tres días hallaron á la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado. Volviéronla á la presencia del lastimado padre, preguntáronle su desgracia, confesó sin apremio que Vicente de la Roca la había engañado, y debajo de la palabra de ser su esposo, la persuadió que dejase la casa de su padre; que él la llevaría á la más rica y más vistosa ciudad que había en todo el universo mundo, que era Nápoles; y que ella, mal advertida y peor engañada, le había creído, y robando á su padre, se le entregó la misma noche que había faltado; y que él la llevó á un áspero monte, y la escondió en aquella cueva donde la habían hallado. Contó también cómo el soldado, sin quitalle su honor, le robó cuanto tenía, y la dejó en aquella cueva, y se fué: suceso que de nuevo puso en admiración á todos. Dura se nos hizo de creer la continencia del mozo; pero ella lo afirmó con tantas veras, que