Al primer canto del gallo ya estaba fuera de la hamaca, y sin despertar á los chicos bajé la escala algo inquieto, temiendo que el canguró que dejara colgado del árbol hubiese incitado á los perros á catarlo ántes que nosotros. No me engañó el presentimiento, pues al acercarme conocí por sus gruñidos que estaban en faena; en efecto, saltando pudieron alcanzar la cabeza del animal, y como buenos hermanos se la repartian guapamente. Un par de palos bien dados les hizo abandonar la presa y huir más que de paso á esconderse en lo más oscuro del establo, aullando lastimeramente.
El ruido que movieron despertó á mi esposa, que bajó alarmada, temiendo no hubiese sucedido alguna desgracia. Tranquilizóse cuando se enteró del caso, aprobando el que castigara á los que respetaban tan poco la propiedad ajena; mas, siempre buena y compasiva, la ví á poco dirigirse hácia donde estaban refugiados los pobres animales y darles algo de las sobras de la cena, como para consolarlos.
Sin reparar en eso, me puse á desollar el canguró con el mayor cuidado para no estropear su hermosa piel; dividí en seguida la carne, parte para comerla fresca, y la restante para conservarla despues de salada. Como no estaba muy ducho en el oficio de carnicero, esta tarea larga y repugnante me entretuvo hasta la hora del desayuno, llenándome de tal manera de sangre, que me ví obligado á lavarme y mudar de ropa para presentarme á la familia.
Concluido el almuerzo, anuncié la nueva expedicion que íbamos á emprender, y encargué á Federico que preparase lo conveniente para ir á Zeltheim y embarcarnos allí para hacer otra visita á la nave. Mi pobre esposa presenció los aprestos con tristeza; pero se resignó como de costumbre á lo que no podia impedir.
Cuando llegó el caso de marchar, supe que Ernesto y Santiago hacia tiempo que habian salido, y pregunté á mi esposa dónde podria hallarlos; más respondiéndome que indudablemente habrian ido á buscar patatas, cuya provision estaba á