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EL ROBINSON SUIZO.

llinas y varios objetos; en la quinta los comestibles; en la sexta Santiago, atolondrado y travieso, si bien dócil y emprendedor; en la séptima Ernesto, tan inteligente como juicioso; en la octava y última yo, el padre de todos, gobernando la canoa con un timon. Espuñaba cada cual un remo, atado al cuerpo el salvavidas de que debíamos valernos en caso necesario.

Al abandonar la nave estaba la marea á la mitad de su creciente, circunstancia que nos vino de molde; y al notar los perros que nos alejábamos, arrojáronse al agua para seguirnos nadando, no habiéndonos sido posible embarcarlos por ser demasiado grandes. Turco, que así se llamaba el primero, era un alano inglés de los más corpulentos, y Bill una perra de igual pujanza y tamaño. Al principio temí que la travesía fuese para ellos sobrado larga; mas permitiéndoles de cuando en cuando apoyar las patas en los travesaños de la balsa, tal maña se dieron que ya corrian por la playa cuando desembarcámos.

Navegando con toda felicidad, en breve descubrímos la costa lo suficiente para notar su aspecto á primera vista poco atractivo, pues las peladas rocas que la ceñian eran claros indicios de esterilidad y pobreza. Serena estaba la mar, las olas rompian suavemente á lo largo de la costa, y en torno flotaban maderos y cajas procedentes del buque náufrago. Pidióme Federico permiso para recoger algunos de aquellos restos, y pudo atraer dos pipas que cerquita flotaban, las que conducímos á remolque.

A medida que nos aproximábamos perdia la costa su agreste aspecto, y los perspicaces ojos de Federico divisaron luego árboles que aseguró ser palmeras; mucho sentí á esta sazon no haberme llevado el anteojo del capitan; pero Santiago sacó uno pequeño que habia encontrado, con el cual examiné con detenimiento la costa á fin de elegir punto á propósito para el desembarque; y miéntras me hallaba embebido en esta tarea, á lo mejor una rauda corriente nos arrastró hácia la playa en la embocadura de un riachuelo, junto á una planicie triangular cuyo vértice se perdia en las rocas y cuya base formaba la playa. Como allí la orilla no excedia en elevacion á las tinas y el agua podia mantenerlas á flote, determiné desembarcar en dicho sitio.

Saltámos en tierra, excepto Franz, que por sus tiernos años hubo de tomarla con la ayuda de su madre. Los perros, que ya nos estaban aguardando, colmáronnos de fiestas, mostrando su agradecimiento con saltos y ladridos de alegría; los patos retozaban en la caleta parpando á más no poder, de suerte que, unidos sus gritos á los de innumerables aves acuátiles, pacíficos moradores de aquellos lugares á quienes asustábamos con nuestra inesperada presencia, heria los aires una algazara inexplicable; empero gozábame en escuchar tan extraño concierto, pensando que los infortunados cantores que me regalaban los oídos podrian en caso necesario proveer á nuestra subsistencia en aquella solitaria tierra. Así que la pisámos pusímonos de rodillas para agradecer al Señor la señalada merced de habernos guiado á ella salvos y sanos.