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CAPÍTULO XLI.

cion de sus pulmones y garganta, segun se observa en el agudísimo trino del ruiseñor y del canario, que son aves bien pequeñas.

—¡Con qué gusto dispararia yo á uno de esos alcaravanes! dijo Franz. Si su carne no es buena para comer, al ménos no es un animal comun y honrará mi primer ensayo.

—Pues bien, estáte alerta, y apunta bien al que te pase por delante, respondí.

Llamé en seguida á los perros para que levantasen la caza, y en el momento oí el disparo de Franz, quien, en vez de disparar al aire, apuntó á bulto al cañaveral, y al ruido emprendieron los pájaros el vuelo, sin tocar á ninguno.

—Buenas la has hecho, le dije. ¿Así dejas escapar la caza?

—Al contrario, papá; me respondió lleno de alegria. ¡Mire V. lo que he muerto!

Acerquéme al mimbreral, y le ví salir de ellos arrastrando un animal parecido á un aguti, con cuyo nombre ya le bautizaba el novel cazador. Le examiné con atencion, y noté que se diferenciaba mucho del aguti que Federico mató el dia de nuestra llegada á la isla. Asemejábase más bien á un cochino, y al punto le califiqué por el cabiai, capibaza, cabiar, capybara, segun los naturalistas. Tenia cerca de dos piés de largo con dientes incisivos como el conejo, el hocico hendido, los piés como los acuátiles, pero sin cola.

—Hé aquí, dije, lo que se llama acertar por carambola. Sin pensarlo has muerto un animal raro y curioso. Su especie es muy extraña. Comunmente se cria en la América del Sur, y pertenece á la familia de los agutis y de las pacas [1]. El bramido que yo atribuia al alcaravan nos ha inducido á error. Este animal aprovecha la noche para buscar su sustento, corre bastante y nada mejor, aguantando mucho tiempo bajo del agua. Come apoyado en las patas traseras, y su bramido tiene alguna semejanza con el rebuzno del asno. Su carne es muy sabrosa, circunstancia que celebró sobremanera Franz.

Pero el tiempo pasaba, y era menester pensar en la retirada. El novel cazador gozaba ya de antemano del triunfo que creia aguardarle al presentarse á su madre y sus hermanos con las primicias de su caza, y gozosísimo se echó á la espalda el cabiar, y seguímos la marcha. Desde luego conocí que sus escasas fuerzas no podia sobrellevar semejante carga; mas guardéme de acudir en su ayuda, deseando dejarle todo el mérito y las consecuencias del lance.

—¡A la verdad, me dijo á los pocos pasos, soy un tonto en ir cargado de

  1. El cabiar ó cabiai pertenece á los mamíferos roedores. Algunos naturalistas le han colocado en el número de los puercos, no siéndolo, pues si bien tiene con esa especie ciertas analogías, son mucho más notables los caracteres en que difiere, y nunca llega á ser tan grande como un puerco, por cuanto el mayor cabiar apénas llega al tamaño de un cerdo de diez y ocho meses. Su carne, á pesar de lo que dice el autor, segun otros es crasa y tierna, aunque tiene como la nutria el gusto de un mal pescado, excepto la cabeza, que tiene regular sabor. (Nota del Trad.).