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CAPÍTULO XLII.

manada cerdosa se habia dirigido hácia el chozo y refugiado en el plantío de bambúes y que los dos disparos eran señal de nuevas víctimas.

La llegada del sabio provocó naturalmente una discusion sobre el verdadero nombre de estos animales. Federico pretendia que debian pertenecer á la raza de Otaiti, mencionada por el capitan Cook; Ernesto fue de otro parecer, y por último quedó resuelto que el nombre verdadero era el de peccaris, muy conocido en la Guayana y en toda la América [1].

Antes de cargar los muertos en la carreta resolvímos abrirlos y dejar sólo las canales para disminuir el peso, operacion que á pesar de nuestra actividad nos entretuvo hasta la hora de comer, tomando despues la vuelta del campamento. El convoy se convirtió en una marcha triunfal. Los niños adornaron la carreta con ramas verdes, lo mismo hicieron con las carabinas, y cantando un himno de victoria nos presentámos en esa forma ante la madre, quien nos recibió con su alegría acostumbrada, y nos dijo que como tardábamos tanto habia dado sus disposiciones para pasar allí el dia.

Se la puso de manifiesto el cargamento del carro, y mis hijos la presentaron un lio de cañas de azúcar, escogidas entre las mejores.

—Os doy gracias, hijos mios, por vuestro recuerdo, les dijo. Mas ¿qué hacemos ahora con tanta carne para conservarla?

—Se salará lo que se pueda, y lo que no, servirá para los perros, que bien lo merecen, la respondí. Además, no te dé cuidado que se hayan muerto más animales de los precisos para el sustento, pues esos ménos habrá que hagan daño á las plantaciones.

Federico pidió permiso para hacer un asado á la moda de Otaiti y ofrecer ese nuevo plato á la familia. Se aceptó su propuesta, aplazándola para el otro dia, pues lo que restaba de aquel era necesario invertirlo en disponer lo que se habia cazado.

En efecto, al punto nos pusímos todos á trabajar de firme. Se hizo una buena hoguera con ramas verdes para que despidiese mucho humo. Ernesto se puso á chamuscar el pelo de los peccaris, Federico y yo á partirlos, y los demás á ayudar á unos y otros. Salóse todo, y despues se ahumó hasta quedar bien curado y sin peligro de echarse á perder; las cabezas y los huesos quedaron para los perros. Comenzaba á anochecer cuando se acabó esta gran faena. Se hizo una ligera cena y se pasó la noche de la mejor manera posible.

Federico me recordó al dia siguiente mi palabra de la víspera sobre el asado otaitiano, y le dejé obrar cuanto quiso. Entre él y sus hermanos hicieron un gran hoyo en tierra. El nuevo cocinero preparó un cerdo entero que destinara al efecto, lavándole con cuidado, y con la suficiente sal. Despues lo cubrió de man-

  1. Las dos especies de estos peccaris, confundidas por Linneo con el nombre de sus tafassu, y distinguidas por Azarason el tasafu labiatus, y el patira torcuatus. (Nota del Trad.).