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CAPÍTULO XLII.

pudiera honrar al cocinero más hábil. La madre confesó ingénuamente que quedaba vencida, y que los salvajes lo entendian. Ernesto hizo la maliciosa observacion de que habia contribuido mucho al buen éxito del asado la casual eleccion de las hojas y cortezas con que se envolviera.

Llegó pues la prueba positiva, y el asado otaitiano, despues de limpiar la poca ceniza y tierra que aun conservaba, de las cuales podia preservarse otra vez, fue aprobado por unanimidad.

Despues de comer, mi primer cuidado fue averiguar cuál era el árbol de donde se sacaron las hojas y cortezas aromáticas que habian comunicado al asado tan grato perfume. Federico me lo mostró, y en su vista tomé algunas hojas y las eché á la hoguera de la choza donde se curaban los jamones, lo cual me comprobó la identidad.

Despues de discurrir mucho y evocar mis recuerdos acerca del árbol desconocido que acabábamos de descubrir, vine en conocimiento que era una de las producciones de Madagascar llamada ravensara ó buena hoja. El nombre botánico es agatophillum ó ravensara aromática. Su tronco es grueso y fuerte, y la corteza y hojas exhalan un olor parecido al laurel. Del mismo árbol se saca por medio de la destilacion un licor que reune los tres aromas, de la nuez moscada, del clavo y de la canela. Tambien se extrae de las hojas un aceite aromático usado en la cocina indiana. El fruto del ravensara es una especie de nuez cuyo perfume es más suave que el de las hojas. La madera es blanca, dura é inodora.

Encargué á los niños que recogiesen algunos vástagos de tan precioso árbol con objeto de trasplantarlos al redor de Zeltheim.

Todo el tiempo invertido en tan diferentes operaciones, que no bajó de tres dias, aprovechóse en explorar el país en todo sentido. Siempre que salíamos llevaba conmigo tres de los niños, quedando el otro con la madre al cuidado del campamento. No hubo correría que no ofreciese algun útil descubrimiento que contribuyese á mejorar nuestra experiencia. Un dia, entre otros, me encontré con gran número de bambúes del grueso de un árbol comun y de cincuenta á sesenta piés de altura. Derribámos uno, y cortándole en trozos por los nudos, tuvímos vasijas de todas dimensiones, algunas de hasta dos piés de diámetro, que podian considerarse como toneles, y además pensé en que desembarazados los nudos, podian acomodarse como acueductos para dirigir los riegos. Cada nudo además estaba rodeado de puas durísimas que, sirviéndome de clavos, podian reemplazar los de hierro en muchas ocasiones. Noté tambien que las cañas más tiernas brotaban por los nudos una sustancia parecida á la de la caña dulce, que secada al sol tomaba la forma y cristalizacion del azúcar cande, de la cual tomaron los niños más de una libra para presentársela á su madre como un regalo.

Todos estos objetos, sobretodo el azúcar piedra, agradaron sobremanera á mi esposa, como igualmente las vasijas de bambú, utensilios que toda ama de gobierno apetece para la mejor administracion de la casa.