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CAPÍTULO IV.

secas, las metímos en los morrales. Trasponíamos el bosquecillo donde parámos primero, cuando Turco echó á correr ladrando desaforadamente y arremetiendo con un enjambre de monos que en el campo triscaban descuidados. Huyeron los pobrecillos á la desbandada, pero atrapando Turco uno menos ágil que los otros, lo despedazó en el acto, de suerte que por más que corrió Federico para detenerle, perdiendo de camino el sombrero y el lio, al llegar ya estaba Turco saboreando aquella carne palpitante. Con este sangriento espectáculo que nos entristeció á entrambos, formó notable contraste un incidente asaz jocoso, y fue que un mono pequeñito, hijo sin duda de la mona que mató Turco, saltó de súbito desde la yerba do se ocultaba sobre la cabeza de mi hijo, agarrándose tan fuertemente á sus cabellos, que ni á gritos ni á golpes podia sacudírselo.

Acudí á su auxilio con la presteza que me permitió la risa en que me deshacia al contemplar tan gracioso lance, en el cual no habia ningun peligro real, y sí sólo el terror de Federico, tan divertido como los gestos del animalito. Burlándome de su miedo y diciéndole que de seguro el mono huerfanito le tomaba por padre adoptivo, desembaracéle de la bestia no sin algun trabajo, y toméla en brazos cual si fuera un niño, discurriendo en lo que de él haria. Tamaño como un gazapo, todavía no se hallaba en estado de comer por sí solo. Suplicóme Federico que se lo cediese, prometiendo que le sustentaria con leche de coco hasta que tuviésemos la vaca del buque. Objeté que así añadiríamos otra carga á las muchas que nuestra situacion nos imponia; mas á sus ruegos y protestas consentí en que lo llevase, considerando que quizá nos serviria de mucho el instinto de la bestezuela para conocer las propiedades nocivas de ciertos frutos. Dejámos á Turco que se cebase en su presa, y con el monito sobre el hombro de Federico echámos á andar.

Al cabo de un cuarto de hora presentóse el perro con el hocico todavía ensangrentado; aunque le recibímos con frialdad, como si tal cosa siguió andando detras de Federico, no con poco pavor del nuevo compañero, que del hombro de mi hijo se le metió en el pecho; pero Federico lo sujetó con un cordel al lomo de Turco, al cual dijo en patético tono:

—¡Tú que has muerto á la madre, carga con el hijo!

Así el perro como el mono se resistieron á tal operacion; mas á golpes y amenazas pronto reducímos á Turco á la obediencia, y el monito, bien atado, acabó por habituarse á la montura, siendo tales sus ademanes y muecas que no pude ménos que reirme al imaginar la alegría de mis otros hijos cuando viesen tan burlesco jinete.

—¡Vaya si se reirán! exclamó Federico; y á fe que Santiago tendrá un buen modelo para aprender más visajes de los que hacer suele.

—El modelo que tú debieras tomar, respondí, es el de tu buena mamá, que en vez de notas vuestros defectos siempre trata de disimularlos.

Conoció Federico su falta y habló de la ferocidad con que Turco habia devo-