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EL ROBINSON SUIZO.

rado la mona. Sin vindicar la accion del perro, atenué su odiosidad recordando los grandísimos servicios que presta al hombre ese fiel animal.

—Es su único auxiliar, añadí, y le ayuda contra las bestias más fieras. Turco sería capaz de habérselas con una hiena, con un leon, si necesario fuese.

Naturalmente esta plática nos condujo á hablar de los animales del buque, y al paso que Federico echaba de ménos la vaca, el asno le parecia de escasa importancia.

—Te equivocas, dije; el asno nada tiene de gallardo, lo confieso; pero pertenece á una raza excelente. ¿Quién sabe si con el tiempo el buen alimento y sobretodo el clima acabarán por mejorar su perezosa índole?

Distraidos con la conversacion, hízose tan breve el camino que sin pensarlo nos encontrámos cerca del arroyo y de los nuestros. Bill fue el que primero nos saludó, recibiéndonos con alegres ladridos y meneando la cola; respondiéndole Turco, con que tanto se asustó el pobre mono, que rompiendo las ligaduras saltó de nuevo al hombro de Federico, de donde ya no se movió, miéntras Turco ladrando corria á anunciar nuestra llegada.

En breve nos reunímos con la familia, que nos aguardaba á la orilla opuesta del arroyo. Pasados los primeros trasportes, los niños comenzaron á saltar gritando:

—¡Un mono! ¡un mono vivo! Y ¿cómo se le ha cogido? ¡Qué bonito es! ¡Ay qué cocos, papá!

Y todo eran preguntas sin aguardar respuesta, hasta que calmándose algun tanto la algazara tomé la palabra.

—Me alegro de veros, queridos; gracias á Dios volvemos buenos y sin la menor novedad. De los compañeros de viaje no hemos hallado rastro ni huella.

—Conformémonos con la voluntad del Señor, dijo mi esposa, y bendigamos la misericordiosa mano que nos salvó y os ha restituido aquí salvos y sanos tras algunas horas que me han parecido siglos. Pero dejad ya la carga, que os habrá fatigado mucho.

Soltámosla al punto, y miéntras Ernesto recogia los cocos Federico repartió las cañas entre sus hermanos, que las recibieron saltando de júbilo. Grande fue el de mi esposa al ver los platos y cucharas de calabaza.

Llegámonos á la tienda donde nos aguardaba la cena. Estaban junto al fuego una buena sopa, boquerones ensartados en una espiguilla de madera, y un pato asado cuya abundante grasa caia en una gran concha de ostra; además un abierto barril de los que encontrámos nos brindaba con exquisitos quesos de Holanda.

—Amigos mios, exclamé al contemplar tal aparato, bien está que os acordeis de nosotros con tanto regalo y esplendidez; pero es lástima haber muerto este pato, pues debemos economizar la volatería.

—Sosiégate, respondió mi esposa, que todavía están intactas las provisiones; lo que tomas por pato no es sino un pájaro de sabrosa carne segun dice Ernesto.