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CAPÍTULO V.

con mi anuencia iba Federico á buscar un poco de queso, Ernesto callandito se encaminó á las otras dos barricas que quedaban por registrar, y volviendo en breve con aire satisfecho, exclamó:

—Mejor sería manteca salada, si la tuviéramos, ¿he?

—¡Ya! ¡si la tuviéramos! respondió Federico; un pedazo de queso y galleta dura vale más que todos los síes del mundo.

—Pues id á registrar la barrica, repuso Ernesto, porque por una rendija que he agrandado con el cuchillo muestra la rica manteca que contiene.

Acudimos presurosos y averiguámos la verdad del caso; pero no atinábamos con el medio de aprovechar el hallazgo: Federico optaba por quitar un aro y desfondar la barrica, á lo que me opuse considerando que con el calor se derritiria la manteca, y así dispuse practicar un agujero por do extraer con una pala de madera la que fuera menester para las necesidades perentorias; hecho lo cuál, con una cuchara de coco extendímos sobre las galletas la exquisita manteca, y aproximámoslas á la lumbre para que se empapasen.

Noté que los perros, que echados cerca de nosotros no tenian ganas de participar del almuerzo, habian recibido en la contienda de la víspera algunas heridas en varias partes, especialmente en el cuello, y por lo tanto encargué á Santiago que les frotase las llagas con manteca mezclada con agua, lo cual les excitó á lamérselas, consiguiendo así en breves dias su completa curacion.

Como Federico emitiese la especie de que las más de las heridas se hubieran evitado á llevar los perros carlancas, encargóse Santiago de labrarlas.

Dispuse por fin mi viaje, diciendo á Federico que se aprestase para acompañarme. Al embarcarnos previne á mi familia que tal vez pernoctaríamos en la nave, y que como medio de comunicacion levantasen á modo de bandera un asta con un pedazo de vela, y la arriasen si ocurria novedad, acompañando el acto con tres escopetazos.

Confiando hallar abastos á bordo, únicamente tomamos las escopetas, sin abandonar Federico al mono, deseoso de regalarle con leche fresca.

Nos embarcámos.

Remaba el niño afanosamente miéntras yo manejaba el timon, y aprovechando la rauda corriente del arroyo al desaguar en la bahía, ántes de tres cuartos de hora y sin fatigarnos arribámos al buque. No bien pusímos el pié á bordo, el primer cuidado de Federico fue por los animales, acercando el monito á una cabra. Despues de mudar el agua de los abrevaderos, renovámos los piensos, recibiéndonos las bestias con las más alegres demostraciones tras dos dias de ausencia. En seguida nos ocupámos en buscar alimento para nosotros, y habiendo satisfecho esta necesidad, pregunté á Federico por dónde le parecia que comenzásemos el registro; mas en su concepto lo más urgente era proporcionarnos una vela para la balsa. Sorprendióme á la verdad su respuesta, por carecer de infinitas cosas más importantes; empero al exponerme que en la