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CAPÍTULO VI.

—¡Cómo perdidos! le contesté. Prepárate, y serenidad sobretodo.

Al propio tiempo dirigí mi carabina cargada con algunas posta al punto que designara el niño, y ambos nos dispusímos á recibir al enemigo, cuando vímos pasar como un rayo y casi á flor de agua un desaforado tiburon, que en ménos que se dice se avalanzó á una de las ovejas que encontró más inmediata. Descerrajóle entónces Federico tan certero tiro, que las balas le partieron el cráneo, y el cetáceo se ladeó á nuestra izquierda, dejando un largo rastro de sangre descubriendo su vientre blanco, lo cual nos indicó hallarse herido de muerte.

—Creo que ya tiene lo bastante el compadre, dijo Federico orgulloso de la hazaña.

—Y por cierto que es tanto más de apreciar tu destreza, cuanto que ordinariamente ese animal es de mucha vida y poco asustadizo, y á veces son necesarios muchos tiros para rematarle.

Sin embargo, por lo que pudiera suceder cargámos de nuevo las armas, dispuestos á cualquier evento; pero á poco, bien que la corriente se lo llevase, ó que se sumergiese del todo, el tiburon no volvió á parecer. Eché mano al timon, y ayudados de un viento favorable, terminámos felizmente la travesía, abordando la costa en punto cómodo para que el ganado pudiera tomar tierra fácilmente, como lo hizo en cuanto solté las cuerdas que lo retenian.

Estábamos quitándole los salvavidas; la noche se venía encima, y mi inquietud se aumentaba por no ver aun á mi familia á pesar de lo adelantado de la hora, cuando de repente hirió mis oídos un gozoso clamoreo, nuncio de la llegada de mis hijos, que seguidos de su madre me rodearon abrazándome. Calmada algun tanto la primera explosion de alegría, y despues de contestar á un sin número de preguntas, llamó sobretodo la atencion de mi esposa el extraño aparejo con que estaban rebujadas las bestias.

—Aunque me hubiera devanado los sesos, dijo mi esposa, para encontrar un medio de traer el ganado hasta aquí, jamás hubiera dado con semejante invencion.

—Pues ya lo ves, la dije, y lo mejor es que Federico es el autor del pensamiento; á él se debe todo.

Un tierno abrazo á su hijo fue la contestacion á estas palabras. Su corazon maternal gozaba en aquel momento, satisfecha de tener tal primogénito.

Miéntras alijábamos la carga y se desembarcaban todas nuestras riquezas, Ernesto y los demás niños se dirigieron á la balsa, asombrados á su vista del mástil, de la vela y sobretodo de la bandera. Santiago, que no acertaba á estar mucho tiempo en una parte, nos dejó luego, y encaminándose donde estaba el ganado, acabó de desembarazar las bestias de sus estorbos, viéndonos obligados para el intratable cerdo de valernos de los perros que lo redujeron á la obediencia, sujetándole por las orejas. Aun permanecia el asno ataviado con su ex-