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CAPÍTULO IX.


La emigracion.—Nuevo domicilio.—El puerco espin.—El gato montés.


Mi primera diligencia á la mañana siguiente fue juntar la familia, y dirigir á todos una corta alocucion sobre los peligros que nos pudieran sobrevenir en una tierra desconocida, tanto por su situacion como por sus habitantes, si acaso los hubiese, y de aquí la necesidad de ir todos juntos y con cuidado durante el camino. Todos oyeron con la mayor atencion mis prevenciones y prometieron cumplirlas exactamente. En seguida hicimos nuestras oraciones de costumbre, á las que siguió un ligero desayuno, y cada cual se dirigió á preparar lo necesario para la marcha. Se reunio todo el ganado; y el asno y la vaca cargaron con el bagaje que pudo caber en las alforjas, reducido á lo estrictamente necesario, como municiones de boca y guerra, herramientas y utensilios de cocina y mesa, sin olvidar las pastillas alimenticias, un poco de manteca, y las hamacas y cobertores de lana que iban encima de todo. Ya estaban para colocarse estos, cuando apareció mi esposa muy atareada y con el célebre saco bajo del brazo, reclamando lo primero, un puesto para las gallinas y las palomas, que segun ella no debian quedar abandonadas á merced de los chacales; despues otro para el pequeñuelo Franz, alegando que por su tierna edad no podria soportar las fatigas del camino, y otro por último para el saco que ella llamaba suyo, y nosotros el saco encantado, tanto era lo que de él cuidaba. Accedí á su deseo, y como las grandes alforjas, con honores de albardas, todavía no estaban llenas, metí en una el saco, y entre este y los paquetes, dispuse un sitio cómodo y seguro para Franz, en términos que no pudiera caerse aunque corriese ó tropezase la bestia.

Respecto á la volatería, tampoco me pareció dificultoso complacer á mi esposa; éralo sí por de pronto coger todas las gallinas que andaban dispersas, y por más que los niños corrian ninguna se dejaba atrapar, hasta que mi esposa, como más práctica, lo consiguió muy luego, sacando de su saco encantado unos cuantos puñados de grano que fué desparramando, hasta que el rastro llegó dentro de la tienda, donde al fin entraron todas á la voz de su ama, e impi-