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Capítulo XX.

iremos á ver estos desposorios, por ver lo que hace el desdeñado Basilio.-Mas que haga lo que quisiere, respondió Sancho: no fue- ra él pobre, y casárase con Quiteria. ¿No hay mas sino no tener un cuarto, y querer casarse por las nubes? A la fe, señor, yo soy de parecer que el pobre debe de contentarse con lo que hallare, y no pedir cotufas en el golfo. Yo apostaré un brazo que puede Ca- macho envolver en reales á Basilio: y si esto es así, como debe de ser, bien boba fuera Quiteria en desechar las galas y las joyas que le debe de haber dado y le puede dar Camacho, por escoger el ti- rar de la barra y el jugar de la negra' de Basilio. Sobre un buen tiro de barra, ó sobre una gentil treta de espada no dan un cuarti- llo de vino en la taberna Habilidades y gracias que no son ven- dibles, mas que las tenga el Conde Dírlos; pero cuando las tales gracias caen sobre quien tiene buen dinero, tal sea mi vida como ellas parecen. Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero.-Por quien Dios es, Sancho, dijo á esta sazon Don Quijote, que conclu- yas con tu arenga, que tengo para mí, que si te dejasen seguir en las que á cada paso comienzas, no te quedaria tiempo para co- mer ni para dormir, que todo lo gastarias en hablar.-Si vuesa mer- ced tuviera buena memoria, replicó Sancho, debiérase acordar de los capítulos de nuestro concierto antes que esta última vez salié- semos de casa: uno de ellos fué, que me habia de dejar hablar to- do aquello que quisiese, con que no fuese contra el prójimo ni con- tra la autoridad de vuesa merced, y hasta ahora me parece que no he contravenido contra el tal capítulo.-Yo no me acuerdo, San- cho, respondió Don Quijote, de tal capítulo, y puesto que sea así, quiero que calles y vengas, que ya los intrumentos que anoche oi- mos vuelven á alegrar los valles, y sin duda los desposorios se ce- lebrarán en el frescor de la mañana, y no en el calor de la tarde. Hizo Sancho lo que su señor le mandaba, y poniendo la silla á Ro- cinante y la albarda al rucio, subieron los dos, y paso ante paso se fueron entrando por la enramada. Lo primero que se le ofreció á la vista de Sancho, fué espetado en un asador de un olmo entero un entero novillo, y en el fuego donde se habia de asar, ardia un me- diano monte de leña y seis ollas que al rededor de la hoguera es- taban, no se habian hecho en la comun turquesa de las demas ollas, porque eran seis medianas tinajas, que cada una cabia un rastro de

1 Armas negras se llamaban las espadas con botones en la punta, con que los diestros aprendian el

juego: armas blancas eran las espadas y otras con que herian y eran heridos.