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Don Quijote.

discursos concertados que entre mí hacia, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora. Ofrecióseme luego á la vista un real y suntuoso palacio ó alcázar, cuyos muros y paredes parecian de transparente y claro cristal fabricados: del cual abrién- dose dos grandes puertas, ví que por ellas salia y hácia mí se ve- nia un venerable anciano, vestido con un capuz de bayeta morada que por el suelo le arrastraba: ceñiale los hombros y los pechos una beca de colegial de raso verde: cubríale la cabeza una gorra mila- nesa negra, y la barba canísima le pasaba de la cintura; no traia arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano mayores que medianas nueces, y los dieces asimesmo como huevos medianos de avestruz: el continente, el paso, la gravedad y la anchísima presen- cia, cada cosa de por sí y todas juntas me suspendieron y admira- ron. Llegóse á mí, y lo primero que hizo, fué abrazarme estre- chamente, y luego decirme:-Luengos tiempos ha, valeroso ca- ballero Don Quijote de la Mancha, que los que estamos en es- tas soledades encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de Montesínos: hazaña solo guardada pa- ra ser acometida de tu invencible corazon y de tu ánimo estupen- do. Ven conmigo, señor clarísimo, que te quiero mostrar las ma- ravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo soy alcai- de y guarda mayor perpetua, porque soy el mesmo Montesinos de quien la cueva toma nombre. Apenas me dijo que era Montesinos, cuando le pregunté, si fué verdad lo que en el mundo de acá arri- ba se contaba, que él habia sacado de la mitad del pecho con una pequeña daga el corazon de su grande amigo Durandarte, y llevá- dole á la señora Belerma, como él se lo mandó al punto de su muer- te. Respondiôme que en todo decian verdad, sino en la daga, por- que no fué daga, ni pequeña, sino un puñal buido mas agudo que una lezna.-Debia de ser, dijo á este punto Sancho, el tal puñal de Ramon de Hoces el Sevillano.-No sé, prosiguió Don Quijote; pe- ro no seria dese puñalero, porque Ramon de Hoces fué ayer, y lo de Roncesválles, donde aconteció esta desgracia, ha muchos años, y esta averiguacion no es de importancia, ni turba, ni altera la ver- dad y contesto de la historia.-Así es, respondió el primo:. prosiga vuesa merced, señor Don Quijote, que le escucho con el mayor gus- to del mundo. No con menor lo cuento yo, respondió Don Qui- jote, y así digo, que el venerable Montesinos me metió en el cris-

talino palacio, donde en una sala baja, fresquísima sobre modo y