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Capítulo XXVII.

izquierdo, acomodándose al oficio de titerero, que esto y el jugar de manos lo sabia hacer por estremo. Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres, que venian de Berbería, compró aquel mono, á quien enseñó que en haciendo cierta seña, se le subiese en el hombro y le murmurase, ó lo pareciese, al oido. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba con su retablo y mono, se informaba en el lugar mas eercano, ó de quien él mejor podia, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar y á qué per- sonas, y llevándolas bien en la memoria, lo primero que hacia era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia y otras de otra; pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra, proponia las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo presente; pero que en lo de por venir no se daba maña. Por la respuesta de cada pregunta pedia dos reales, y de algunas hacia barato, segun tomaba el pulso á los preguntantes, y como tal vez llegaba á las casas de quien él sabia los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacia la señal al mono, y luego decia que le habia dicho tal y tal cosa, que venia de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, y andábanse todos tras él: otras veces como era tan discreto, respondia de manera, que las respues- tas venian bien con las preguntas, y como nadie le apuraba, ni apretaba á que dijese como adivinaba su mono, á todas hacia mo- y llenaba sus esqueros ¹. Así como entró en la venta conoció á Don Quijote y á Sancho, por cuyo conocimiento le fué fácil po- ner en admiracion á Don Quijote y & Sancho Panza y á todos los que en ella estaban; pero hubiérale de costar caro, si Don Quijote bajara un poco mas la mano, cuando cortó la cabeza al Rey Mar- silio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antece- dente capítulo. Esto es lo que hay que decir de Maese Pedro y de su mono. Y volviendo á Don Quijote de la Mancha, digo, que despues de haber salido de la venta, determinó de ver primero las riberas del rio Ebro, y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba desde allí á las justas. Con esta intencion siguió su camino, por el cual anduvo dos dias sin acontecerle cosa digna de ponerse en escritura, hasta que al tercero, al subir de una loma oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al prin- nas

1 Bolsas para el dineró, ó'la yesca y pedernal.