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Don Quijote.

diosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida; pero no habrán, que no han de permitir los cielos que se ha- ga tanto mal à la tierra, como seria llevarse en agraz el racimo del mas hermoso veduño del suelo. Desta hermosura, y no como se debe encarecida de mi torpe lengua, se enamoró un número infini- to de principes, así naturales como estrangeros, entre los cuales osó levantar los pensamientos al cielo de tanta belleza un caballero par- ticular que en la corte estaba, confiado en su mocedad y en su bi- zarría, y en sus muchas habilidades y gracias y facilidad y felici- dad de ingenio, porque hago saber á vuestras grandezas, si no lo tienen por enojo, que tocaba una guitarra que la hacia hablar, y mas que era poeta y gran bailarin, y sabia hacer una jaula de pája- ros, que solamente á hacerlas pudiera ganar la vida, cuando se vie- ra en estrema necesidad: que todas estas partes y gracias son bas- tantes á derribar una montaña, no que una delicada doncella. Pe- ro toda su gentileza y buen donaire, y todas sus gracias y habi- lidades fueran poca 6 ninguna parte para rendir la fortaleza de mi niña, si el ladron desuellacaras no usara del remedio de rendirme á mí primero. Primero quiso el malandrin y desalmado vagamun- do grangearme la voluntad y cohecharme el gusto, para que yo mal alcaide le entregase las llaves de la fortaleza que guardaba. En resolucion él me aduló el entendimiento y me rindió la volun- tad con no se qué diges y brincos que me dió. Pero lo que mas me hizo postrar y dar conmigo por el suelo, fueron unas coplas que le oí cantar una noche desde una reja que caia á una callejuela donde él estaba, que si mal no me acuerdo, decian: De la dulce mi enemiga Nace un mal que al alma hiere, Y por mas tormento quiere, Que se sienta y no se diga. Parecióme la troba de perlas y su voz de almibar, y despues acá, digo desde entonces, viendo el mal en que caí por estos y otros se- mejantes versos, he considerado que de las buenas y concertadas Repúblicas se habian de desterrar los poetas, como aconsejaba Pla- ton, á lo menos los lacivos, porque escriben unas coplas, no como las del Marques de Mantua, que entretienen y hacen llorar los ni- ños y á las mugeres, sino unas agudezas que á modo de blandas es- pinas os atraviesan el alma, y como rayos os hieren en ella, dejan-

do sano el vestido. Y otra vez cantó:--