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Capítulo XLVIII.

que no le diese la luz en los ojos, & quien cubrian unos muy gran- des antojos: venia pisando quedito, y movia los piés blandamente. Miróla Don Quijote desde su atalaya, y cuando vió su adeliño, y notó su silencio, pensó que alguna bruja ó maga venia en aquel trage á hacer en él alguna mala fechuría, y comenzó á santiguar- se con mucha priesa. Fuese llegando la vision, y cuando llegó á la mitad del aposento, alzó los ojos, y vió la priesa con que se es- taba haciendo cruces Don Quijote, y si él quedó medroso en ver tal figura, ella quedó espantada en ver la suya, porque así como le vió tan alto y tan amarillo con la colcha y con las vendas que le desfiguraban, dió una gran voz, diciendo:-Jesus! ¿Qué es lo que veo? y con el sobresalto se le cayó la vela de las manos, y viéndo- se á escuras, volvió las espaldas para irse, y con el miedo tropezó en sus faldas y dió consigo una gran caida. Don Quijote temero- so comenzó a decir:-Conjúrote, fantasma, ó lo que eres, que me digas quien eres, y que me digas qué es lo que de mi quieres. Si eres alma en pena, dimelo, que yo haré por tí todo cuanto mis fuer- zas alcanzaren, porque soy católico cristiano y amigo de hacer bien á todo el mundo, que para esto tomé la órden de la caballería an- dante que profeso, cuyo ejercicio aun hasta hacer bien á las Áni- mas del purgatorio se extiende. La brumada dueña que oyó con- jurarse, por su temor coligió el de Don Quijote, y con voz afligida y baja le respondió:-Señor Don Quijote (si es que acaso vuesa merced es Don Quijote), yo no soy fantasma, ni vision, ni alma de purgatorio, como vuesa merced debe de haber pensado, sino Doña Rodriguez, la dueña de honor de mi señora la Duquesa, que con una necesidad, de aquellas que vuesa merced suele remediar, & vue- sa merced vengo.-Digame, señora Doña Rodriguez, dijo Don Qui- jote, ¿por ventura viene vuesa merced á hacer alguna tercería? por- que le hago saber que no soy de provecho para nadie, merced á la sin par belleza de mi señora Dulcinea del Toboso. Digo en fin, se- ñora Doña Rodriguez, que como vuesa merced salve y deje á una parte todo recado amoroso, puede volver á encender su vela, y vuel- va y departiremos de todo lo que mas mandare y mas en gusto le viniere, salvando, como digo, todo incitativo melindre.-¡Yo reca- do de nadie, señor mio? respondió la dueña: mal me conoce vuesa merced: sí que aun no estoy en edad tan prolongada que me aco- ja á semejantes niñerías, pues Dios loado, mi alma me tengo en las carnes, y todos mis dientes y muelas en la boca, amen de unos po-

cos que me han usurpado unos catarros, que en esta tierra de Ara-