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ROBERTO ARLT

—No. Paraliza sus actividades por tiempo indeterminado — replica Lucio. No es programa trabajar ahora que la policía husmea algo.

—Cierto; sería una estupidez.

—¿Y los libros?

—¿Cuántos tomos son?

—Veintisiete.

—Nueve para cada uno... pero no hay que olvidarse de borrar con cuidado los sellos del Consejo Escolar...

—¿Y las bombas?

Con presteza Lucio replica:

—Miren ché, yo de las bombas no quiero saber ni medio. Antes de ir a reducirlas las tiro a la letrina.

—Sí, cierto, es un poco peligroso ahora.

Irzubeta calla.

—¿Estás triste ché Enrique?

Una sonrisa extraña le tuerce la boca; encógese de hombros y con vehemencia, e irguiendo el busto dice:

—Ustedes desisten, claro, no para todos es la bota de potro, pero yo aunque me dejen solo, voy a seguir.

En el muro de la covacha de los títeres, el rayo rojo ilumina el demacrado perfil del adolescente.