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EL JUGUETE RABIOSO

Yo salí para echar a los curiosos del dintel del comercio.

—Déjalos,— Silvio me gritó imperativa,— que oigan quien es este sinvergüenza,— y redondos los ojos verdes, dando la sensación de que su rostro se aproximaba, como en el fondo de una pantalla, prosiguió más pálida.

—Si yo fuera diferente, si anduviera por ahí vagando, viviría mejor... estaría lejos de un marrano como vos. Callóse y reposó.

Ahora don Gaetano atendía a un señor de sobretodo, con grandes lentes de oro, cabalgando en la fina naríz enrojecida por el frío.

Exaltada por su indiferencia, pues el hombre debía estar habituado a esas escenas y prefería ser insultado a perder sus beneficios, la mujer vociferó:

—No le haga caso, señor, no vé que es un napolitano ladrón.

El señor anciano volvióse asombrado a mirar a la furia.—y ella:

—Le pide veinte pesos por un libro que costó cuatro—y como don Gaetano no volvía las espaldas, gritó, hasta que el rostro se le congestionó:

-Sí, sos un ladrón, un ladrón y le escupió su despecho, su asco.

El señor anciano dijo, calándose los lentes.

—Volveré otro día— y salió indignado.

Entonces doña María tomó un libro y bruscamente lo arrojó a la cabeza de don Gaetano, después otro y otro.

Don Gaetano pareció ahogarse de furor. De pronto arrancóse del cuello la corbata negra y arojóla al rostro de su mujer, luego se detuvo un momento como si hubiera recibido un golpe en las sienes y después echó a correr, salió hasta la calle, los ojos saltándole de las órbitas, y