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EL JUGUETE RABIOSO

cabeza sobre su regazo, y por el júbilo de poseerla y amarla, haría las cosas más ignominiosas y las cosas más dulces.

Y a medida que se destrenza mi deseo, reconstruyo los vestidos con que la cortesana se embellecerà, los sombreros armoniosos con que se cubrirá para ser más seductora, y la imagino junto a su lecho, en una semidesnudez más terrible que el desnudo.

Y aunque el deseo de mujer me surge lentamente, yo desdoblo los actos y preveo qué felicidad sería para mí un amor de esa índole, con riquezas y con gloria; imagino que sensaciones cundirían en mi organismo si de un día para otro, riquísimo, despertara en ese dormitorio con mi joven querida calzándose semidesnuda junto al lecho, como lo he visto en los cromos de los libros viciosos.

Y de pronto, todo mi cuerpo, mi pobre cuerpo de hombre pobre clama al señor de los Cielos.

—¡Y yo, yo Señor no tendré nunca una querida tan linda como esa querida que lucen los cromos de los libros viciosos!

Una sensación de asco, empezó a "encoraginar" mi vida dentro de aquel antro, rodeado de esa gente que no vomitaba más que palabras de ganancia o ferocidad. Me contagiaron el odio que a ellos les crispaba las jetas y momentos hubo en que percibí dentro de la caja de mi cráneo, una neblina roja que se movía con lentitud.

Cierto cansancio terrible me aplastaba los brazos. Veces hubo en que quise dormir dos días con sus dos noches. Tenía la sensación de que mi espíritu se estaba ensuciando, de que la lepra de esa gente me agrietaba la piel del espíritu, para excavar allí sus cavernas obscuras. Acostábame rabioso, despertaba taciturno. La desesperación me