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ROBERTO ARLT
cierto... adoraré a los árboles, a las casas y a los cielos. adoraré todo lo que está en vos... además... decime Vida, ¿no es cierto que yo soy un muchacho inteligente?, ¿conocistes vos alguno que fuera como yo?
Después me quedé dormido.
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El primero en entrar a la librería esa mañana, fué don Gaetano. Yo le seguí. Todo estaba como lo habíamos dejado. La atmósfera con un relente de moho, y allá en el fondo, en el lomo de cuero de los libros, una mancha de sol que se filtraba por el tragaluz.
Me dirigí a la cocina. La brasa se había extinguido, aún húmeda de agua, con la que hiciera un charco al lavar los platos Dio Fetente.
Y fué el último día que trabajé allí.