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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 213

los parroquianos del molino salieron, y por todas partes solo se oian gritos y lamentos.

A poco rato llegó el molinero con una pachorra deliciosa; examinó la herida, miró á los circunstantes, y dijo al matador:

—Consuélese V., buen hombre, que no ha errado el tiro, porque casualmente ha muerto V. á la loba mas mala de todo el país.


La equivocación de un verdugo.

Sacaron por ladrón á un gitano á darle doscientos azotes por las calles de Sevilla; y conociendo por los primeros que recibió que la fiesta no era cosa de reir, volvió la cara al verdugo, llamando su atención, y luego, juntando los estremos de los dedos índice y pulgar, y ensanchándolos en forma de peso duro, le hizo creer que si ablandaba la mano recibiría la recompensa en mejicanos de buenaley.

El verdugo, que en estos contratos debia estar ducho, trató al solapado ladrón con una blandura inusitada, y como era justo, cuando llegó á la prisión reclamó su paga.

— ¿De qué paga me hablas? dijo el gitano, haciéndose el tonto.

— De la que tú me ofreciste rodeándote el ojo con los dedos como si señalaras un duro.

— ¡Já! ¡já! ¡jal contestó el gitano, ya lo entiendo; pero hombre, si lo que yo te queria decir es, que al levantar la penca se me abria tanto ojo de c, como indicaban los dedos.


Los zapatos roidos por los ratones.

Los romanos eran supersticiosos hasta la exageración. Un dia encontró uno de ellos que los ratones le habían roído los zapatos. Se alarmó; creyó que le amenazaba alguna desgracia, y fué á consultar el caso con Catón.

— Me he encontrado esta mañana, le dijo, que