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222 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

—Lo que quiero saber es lo que hay de nuevo.

— Habas verdes.

— Amigo mió, ¿cómo te llamas?

— Los necios en Lyon me llaman amigo mió, y en Paris me llaman el conde de Alest.


Para que los ratones se maten ellos mismos.

Primeramente se ceban en la habitación, poniéndoles queso del mas esquisito que se encuentre para que no comprendan el engaño; después se ma+an los gatos para que los pobrecillos no tengan miedo de salir, jugar y saltar. Así preparado, y cuando los ratones lo recorren todo y entran y salen como Pedro por su casa, se quita el queso, s.e coloca una piedra frente á la madriguera á la distancia de una cuarta, y se esparce tabaco en polvo en el sitio por donde los ratones han de salir.

Sale el ratón, huele y sorbe el tabaco, se le sube á la cabeza, principia á estornudar y ciego y desesperado se lanza á la carrera sin saber lo que se hace; dá con la cabeza en la piedra un furioso golpe y se estrella los sesos.

De este modo se van estrellando uno tras otro hasta que no queda un ratón en la vecindad.


Adivinanzas.

53 — ¿ Qué es lo que pasa el rio sin hacer sombra?

54 — ¿Quién es el que lleva con facilidad cien arrobas de paja y no puede llevar un perdigón?

55 — ¿El que solo tiene un huevo para almorzar, puede todavía escoger?

56 — ¿Quién es aquel que si no lo matan no está contento?


La nariz escalera.

Si tanta desgracia pasa.
Llorad, niñas de la villa,