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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 75

ta. Jueves-Lardero se hade llamar mi hijo, y sobre ello morena.


Los años no se roban.

El coronel Velazquez preguntaba un dia al capitán Aguirre los años que tenia.

— A fé mia, contestó el capitán, que no lo sé á punto fijo, aunque me parece podré tener treinta y nueve ó cuarenta y nueve años.

— ¿Y cómo es posible que ignore V. su edad?

— Perfectamente; yo, señor, cuento mis rentas, mis ganados y mi dinero, pero no cuento mis años, porque sé muy bien que ni los he de perder, ni habrá persona que me los robe.


La edad en los dientes.

Un joven elegante, que queria comprar un caballo, preguntó á uno de sus amigos el medio de conocer la edad del animal.

— No se conoce en otra cosa que en los dientes, le contestó su amigo.

Al dia siguiente le presentaron un caballo árabe de inapreciable valor; el joven le abrió la boca, le contó los dientes y le encontró treinta y dos.

— Es mucha edad treinta y dos años, dijo para sí, y lo dejó con desprecio.

Por la tarde le presentaron un armazón de huesos, verdadero esqueleto, que parecia andar con ruedas; le examinó la boca, y le encontró cuatro dientes.

— Esto es lo que yo busco, dijo el joven; un caballo de cuatro años, que comiendo cebada se engordará.


Ni pies ni cabeza.

Un quidam, con pretensiones de literato, rogó á un amigo suyo que leyera y enmendase un libro que habia compuesto, y que titulaba: «Pepitoria de filosofía.»