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mejor le parecía durante la representación , haciendo sonar las carracas, campanillas ó pitos de que ¡ha ar mado, ó tirando petardos y pepinos, sin que produjera gran desorden esta poco halagüeña manifestación de los sentimientos de los espectadores. Cuando la comedia alcanzaba generales simpatías, correspondiendo á la invitación del autor, el público exclamaba victor al concluir , repitiendo por largo tiempo sus estrepitosos aplausos. Con frecuencia se ponia el autor á la puerta para recibir la enhorabuena de sus amigos y aun de muchos que no lo eran, por el éxito de su producción, y después se colocaban carte les en las esquinas, anunciando su nombre y el triunfo que había conseguido. Atribuyese á Cosme de Oviedo

EL MUSEO UNIVERSAL. la invención de anunciar las funciones por medio de carteles, los cuales, en su origen, fueron manuscritos y se pegaban por un individuo de la compañía, hasta que, adelantada la tipografía, y mejor organizados los teatros, se sustituyeron con los impresos que subsis ten todavía. El público, por lo general , se apiñaba desde mucho antes de la hora designada , á las puertas del teatro, llenando todas las localidades, y en particular el patio, donde se iba muy temprano para coger mejor puesto. Mientras se comenzaba la función, que algunas veces solía retardarse por esperar los actores á algún perso naje de importancia, se entretenían los espectadores tomando aloja, dulces ó frutas que se vendían allí mis

mo por personas que pagaban un tanto al empresario No siempre el público aguantaba con paciencia cuando veia trascurrir mucho mas de la hora anunciada para comenzar el espectáculo, y entonces los actores apela ban como recurso para entretenerle, á recitar algún romance ó entonar alguna canción acompañándose de la guitarra, costumbre muy antigua y que se conservó por mucho tiempo aunque sólo con este objeto. Des pués, el autor de la compañía, ó uno de los principales actores, recitaba la loa , especie de prólogo que prece día á la comedia, y con frecuencia formaba parte de su argumento, aunque á veces sólo era un asunto ale górico, y con el intermedio de algún romance ó baile, que no siempre se ejecutaba, corríase el telón y comen-

RESIDENCIA DE LA EX-REIIU DONA ISABEL, EN PARIS.

zaba la primera jornada. Poco afecto el público á tener fija su atención mucho tiempo en un mismo asunto, los actores se veían obligados á representar entre jor nada y jornada, un baile ó entremés que terminaba en palos ó con música y baile , repitiéndose esto hasta la conclusión de la comedia. Inútil es decir no faltaba su fin de fiesta y correspondiente saínete con su añadidu ra de baile, que se ejecutaba aun después de los dra mas devotos y sagrados, no consistiendo sólo en lo que indica su nombre, sino en que iban acompañados de música y versos cantados con verdadera acción, que se reducía á elogios ridículos, escenas de celos, etc. Mo víanse con frecuencia verdaderos tumultos sobre el baile, que debia ejecutarse, pues si la compañía había anunciado uno serio y grave, el público por el contra rio, pedia uno alegre y picaresco, y acababa por conse guir se ejecutase; algunos de ellos llegaron á hacerse célebres, y sus nombres se han conservado hasta nuestros días, mereciendo citarse el turdion y la pa-

bana, el polvillo, el mataren, el pasacalles, la gorro na, la papironda, la zarabanda, la alemana, el caba llero, la carretería, las gambetas, el hermano Barto lo y la zapateta. Pero en la misma época llegó el teatro español á su mayor apogeo y esplendor , y mientras se representa ban en los humildes corrales de la calle del Príncipe comedias escasas de aparato y de lujo escénico , en el palacio de Felipa IV y en los jardines del Buen-Retiro se ejecutaban también con una ostentación de que no podemos formarnos idea, y en unos locales muy supe riores en gusto y comodidades á todo lo que podemos figuramos en los tiempos modernos. La afición del rey á las comedias se' estendia, como es sabido, á las co medíanlas, y de aquí sus célebres amores con la có mica María Calderón, que representaba en el teatro de la Cruz, y á la cual entraba á ver por la puerta de la plazuela del Angel. María Calderón, o según otros, Inés Isabel, no tenia nada de hermosa, pero á sus diez y seis

abriles unía una gallardía y atractivo sin igual, y una voz encantadora. Galanteada por el duque de Medina de las Torres, á quien amaba con la mayor ternura, las pretensiones del monarca sólo vinieron á turbar su di cha y reposo y á privarla del coco de la felicidad que hasta entonces la habia sonreído. Conducida por el conde-duque de Olivares á la cá mara de Felipe IV, enloqueció al rey de tal manera, que abandonó á una dama de la reina con quien d ■■ antiguo estaba unido en lazos amorosos, llamada doñ i Tomasa Aldana, que tomó el velo en las Descalzas Rea les, y de la cual tuvo un hijo que llevó el nombre de Alonso Antonio de San Martin por haber sido prohi jado" por don Juan de San Martin, ayuda de cámara de! monarca. Pero María, que amaba de veras al duque, no quiso ceder á los deseos de Felipe, sin manifestár selo primero, temerosa de perderle; mas el duque, que era mas ambicioso que enamorado, y que por otra par te estaba convencido de que el rey acabaría por qui