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ría de las más renombrad ís; tiene algo más tal vez: por teatro un prado inmenso, cubierto de un tapiz de verdura finísima é iluminado por un sol de fuego que todo lo dora y abrillanta: por fondo la accidentada si lueta de Sevilla con sus millares de azoteas y campana rios que coronan la catedral v el giraldillo: por actores una multitud alegre y ruidosa, ávida de placeres y •emociones, que duplica á veces la ya bástanle nume rosa población de la ciudad. No obstante , parece que le falta algo. Allí hay vendedores v traficantes de todo género, productos de diversas industrias, muestras de las mejores ganaderías, gitanos de todas las provincias de España, tabernas y buñolerías en montón: se eoro-

I pra, se vende y se cambalachea; se toca, se come y se bebe; hay palmas, cantares y borracheras más órnenos ' chistosas, pero todo ello como adulterado y compuesto con la mezcla del elemento que llaman elegante y que algunos, tratándose de esta clase de fiestas , se atreve! rian á calificar de cursi. En efecto: no busquéis ya s¡¡ no como rara escepcion el ciballo enjaezado á estilo de contrabandista, la chaqueta jerezana, el marsellé, y los botines blancos pespunteados de verde : no busquis la graciosa mantilla de tiras , el vestido de faralares y el incitante zapatito con galgas : el miriñaque y el hongo han desfigurado el traje de la gente del pueblo, y en cuanto á los jóvenes de clase más elevada , que en esta

ocasión soüan llevar la bandera del tipo sevillano, obe decen en todo y por todo á los preceptos del úttim > figurin. Hasta las hijas de los ricos labradores que vi ven en los pueblos de la provincia, encargan á Hon >riña, ó hacen traer de París, los trajes que han de lle var en Sevilla durante las fiestas. Junto al potro anda luz trota elponney de raza; al lado del coche de colleras con sus caireles y campanillas, pasa la carretela á la grand Dumont con sus postillones de peluca empol vada; tocando al tendujo donde se bebe la manzanilla en cañas y se venden pescadillas de Cádiz y se frien buñuelos, se levanta el lujoso café-restaurant dond-> se encuentran patéde foie-yrás, trufas, dulces y helad.>s

TALLERES TIPOGRÁFICOS DEL CIERPO LEGISLATIVO FRAMCÉS.

esquisitos; el piano con su diluvio de notas secas y vi brantes atropella y ahoga los suaves y melancólicos to nos de la guitarra; los últimos y quejumbrosos ecos del polo de Tóbalo se confunden con el estridente gri to final de una cavatina de Verdi. No obstante estos inarmónicos detalles , que silo pueden apreciar bien los que conocen á fondo el pais y sus ya degenerados tipos, como cuestión de visualidad, de animación y de alegría, la feria de Sevilla notan sólo no desmiente, sino que supera la fama de que go za, fama que se acrecienta de dia en dia y de la que son claro testimonio la infinidad de viajeros que acu den á ella procedentes de todas las provincias de Es paña y de las más principales naciones europeas. II. La gran afluencia de forasteros que se nota en Sevi lla por esta época, convierte la cuestión de alojamientos en una verdadera dificultad : aunque se multiplican prodigiosamente las casas de hospedaje y desde la po pular posada hasta el aristocrático hotel , rivalizan en la resolución del problema que consiste en encajonar doce donde apenas caben cuatro, todavía no bastan y los apuros y trastornos que de aquí resultan , todos

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vienen á resolverse en un alarmante menoscabo del bolsillo. Los únicos, que merced á la benignidad del clima y á sus patriarcales costumbres, encuentran zan jados desde luego todos estos inconvenientes son los forasteros procedentes de los lugares circunvecinos que en numerosas tribus se instalan en los zaguanes de las casas ó toman las aceras por colchón esperando la primera luz del dia para levantarse. Sin duda alguna las horas mas alegres de la feria son las primeras de la mañana. Apenas comienza á rayar el alba, las mujeres se apresuran á regar y barrer las calles del tránsito: cada balcón es un jardín: la luz viene creciendo y dorando las veletas y los miradores: hay un olor de llores y de tierra húmeda, que embria ga: se siente un aire fresco y vivificador que se aspira con deleite. A medida que aumenta la claridad, se hace mayor el movimiento de la multitud que comienza á invadir las calles, y se ven bandadas de jóvenes, que con la guitarra al hombro y la bota bajo el brazo, se dirigen al prado de San Sebastian, mientras por otra parte cruzan numerosos y alegres grupos de muchachas con vestidos claros y ligeros, que llevan por todo adorno un manojo de rosas y alelíes en la cabeza.

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La aristocracia tiene el buen gusto de no emperegilarsc desde tan temprano y acudir al punió de cita en trage de negligé, siempre mas cómodo y gracioso: al gunos llevan su condescendencia hasta resucitar el j sombrero redondo y la chaquetilla torera, y lo que es mas raro, suele verse tal cual muchacha perteneciente á una clase distinguida, bajar al prado, vestida al uso del pais, sobre un caballo, con jaez de caireles. El panorama que ofrece el real de la feria desde la puerta de San Fernando, es imposible describirlo con palabras y apenas el lápiz lo podría reproducir en con junto. Hay una riqueza tal de luz de color y de líneas, acompañada de un movimiento y un ruido tan gran des, que fascina y aturde. Figuraos al través de la gasa de oro que finge el polvo, su llanura, tendida y verde como la esmeralda, el cielo azul y brillante, el aire como inflamad" por los; rayos de uñ sol de fuego que todo lo rodea, lo colora y lo enciende. Por un fado se ven las blancas azoteas de Sevilla, los campanarios de sus iglesias , los moriscos miradores , la verdura de los jardines que rebosa por cima de las tapias, los tor reones árabes y romanos de los muros. La catedral, en fin, con sus agujas airosas, sus arbotantes Tortísimos, sus pretiles calados y la giralda por remate, que pare-