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Dígase lo que se quiera el genio es el sólo que puede tener criterio de sí mismo y de sus propias pasiones, y cuando ha llegado al término supremo y al rayo dé luz más puro de esa escala de Jacob, si tío toca á la divinidad, se acerca á ella cuanto le es dado al mortal.

Condenar la melodía como heterodoxa, y no aceptar para el dogma mas que la fórmula, es parodiar lo que en el siglo XIV hacían los frailes ascéticos , que repudiaban las flores con su perfume, los pájaros con sus arrullos, las mujeres con su hermosura, como cosas del infierno, que recibimos directamente los pecadores del diablo.

Había en la manera de obrar del maestro Rossini una cosa tan seria y digna, que no se parece en nada á la importancia arrogante, de nuestros modernos fundadores de sistemas.

Aquí no se trataba de un Sanctus, de un Lacrymosa ni de ninguna de esas piezas de alta consacracion, sino de un himno sólo, de una fantasía en prosa latina de un motivo sublime del Evangelio, es decir, de un asunto que bien pudiera llamarse intermediario, y que parece no debe imponer al músico esa rigidez de tono que reclaman las cosas pertenecientes al dogma.

El sentimiento religioso no falta en el Stabat; ¿y cómo habia de faltar? Lo que en realidad hay, es que este sentimiento está expresado como los italianos lo entienden, patético, armonioso, de una melancolía seductora, todo menos sombrío, cercano á las lágrimas, pero alejado del espanto, y trayendo la vida hasta en la misma muerte mas bien que la muerte en la vida.

Quizas se nos diga que estas ideas son un poco aventuradas; nosotros sólo juzgamos esta música que nos conmueve y nos eleva, bajo el encanto de la melodía y del colorido tan poderosos para los que sentimos correr sangre italiana en nuestras venas, por la serenidad dulce y apacible, manifestación divinamente humana que respira el genio del Lacio, por esas frases, en fin, de tan luminosa inspiración, armonía que procede con tanta magnificencia en su instrumentación de cristal, en la que tiemblan las melodías ante el oido como celestes estrellas.

De este maestro, como ya hemos dicho, se ejecutaron las sinfonías de la Gazza ladra y el Guglielmo Tell.

Guillermo Tell es la síntesis de la inspiración de Rossini, y jamás el genio músico italiano se ha mostrado en la escena con mayor vigor y lozanía.

En efecto, por mas que se recorran los anales y las tradiciones de la música desde Palestrina, fundador del arte músico, hacia la segunda mitad del siglo XVI, hasta Mozart, última palabra de este en la dramática, el bien decir y expresar bien del mismo modo los sentimientos, es decir, el estilo y la forma no han rayado jamás á mayor altura.

Jamás las ideas y la forma se han penetrado de un modo tan íntimo como el alma y el cuerpo que ellas vivifican con un soplo tan misterioso.

Tan difícil seria separarlas en esta obra imperecedera; de tal manera están enlazadas, como difícil seria separar en un cuadro de Rafael el -tipo divino de la inspiración del gran pintor, de la forma de aquellas dos cabezas que han revelado al mundo lo ideal de su genio incomparable.

Esto forma un todo vivo en el que sólo las almas delicadas, que más se acercan al genio , pueden percibir en los días más serenos las pinceladas y los retoques del artista.

El Guillermo Tell vivirá mientras vivan las obras del espíritu humano, que se recomiendan por el estilo y la forma, es decir, mientras exista la música.

Tómese un madrigal de Scarlatti, un aria de Jomelli, una escena de Gluck, una fuga de Bach, un oratorio de Haendel ó una sinfonía de Beethoven; penétrese hasta el fondo de unas obras, tan diversas entre sí como los genios que las han concebido, y de seguro se encontrará fácilmente que es por la forma reveladora del espíritu por lo que han llegado hasta nosotros.

La pasión, eterna en su nacimiento, pero variable en su objeto, y el sentimiento, son los elementos mas preciosos, y como la materia primitiva con que se crean las obras maestras; pero es preciso la mano del artesano para fundir la copa que debe contener y conservar la esencia, el soplo pasajero de un corazón conmovido.

Música sin embargo es esta como aquella, sólo hay las más de las veces una diferencia, el estilo, el hombre entero, un abismo.

La desgracia de la música, es que el publico que la oye no admite que este capricho de un cuarto de hora, pueda sujetarse á las mismas leyes de perpetuidad á que están sometidas las demás artes.

En este punto el público sólo tiene la sensación de lo presente, trata á la música como á las mujeres; cuánto más jóvenes son, tanto mas le agradan.

Sin embargo, es preciso convenir en qué las sensaciones que procura la música pueden ser tan diversas como diferentes son las que nos presentan la poesía y la pintura, y no confundiremos de este modo la emoción real que se experimenta en la representación de una buena comedia de nuestro teatro moderno, ejecutada por un buen artista, cuando este presta su talento un personaje, con otra de nuestro teatro antiguo.

Pues la misma gerarquía de emociones se producen en la música, hasta el punto de no ser necesario un gran conocimiento del arte para sentir su distancia excesiva.

Lo bello como lo justo no pueden pasar aquí en la tierra desapercibidos, y si algunas veces no obtienen inmediatamente todos los homenajes que les son debidos, dejan en pos de sí un perfume y una claridad celeste, que bastan para iluminar y mejorar al género humano!

Rotas las trabas que un tiempo sujetaran al arte divino en la tierra; llevado á un teatro más elevado y más vasto en armonía con el carácter civilizador en que nos agitamos, forma hoy parte integrante de nuestras costumbres. Las grandes empresas son las que remueven profundamente hasta en sus fundamentos á la humanidad.

En un círculo estrecho, el espíritu se esteriliza: el hombre sólo se enaltece cuando es más grande el punto de mira que tiene que cumplir.

La música á la vez que es un arte, es una ciencia profunda, que, como todas las demás, reposa en leyes matemáticas, llegando á ser bajo la mano del tiempo y la inspiración del genio, ese arte maravilloso que parece no proceder mas que de la espontaneidad y del sentimiento individual.

Vicente Cuenca.


DON JOSÉ MARÍA CRENSE,

MARQUÉS DE ALBA1DA.

A nadie debe ser desconocido el nombre del personaje político, cuyo retrato ofrecemos en este número á nuestros lectores. Viene siendo uno de los adalides de la libertad desde los primeros momentos de la dominación del partido moderado en España, y todos saben la manera enérgica con que inauguró sus primeras campañas parlamentarias, oponiéndose, sólo, al torrente de la opinión casi unánime, que decidió de los enlaces matrimoniales de la entonces familia reinante. El señor Orense no ha cesado desde aquella fecha de tomar parte muy activa en nuestra política, ya en la prensa, ya en los congresos, asi de palabra en las reuniones y comités , como por escrito en folletos y periódicos, debiéndose mucha parte del desarrollo que las ideas republicanas han tenido en España, y especialmente después de la revolución de Setiembre, a la predicación infatigable de este popular tribuno, notable por la sencillez, llaneza y fuerza de su argumentación, que espone con claridad los problemas al parecer mas abstractos é intrincados.

VISTA DE LA CATEDRAL DE ERFURT,

EN ALEMANIA.

La ciudad de Erfurt evoca innumerables recuerdos históricos importantísimos que atraen á su recinto á muchos viajeros, ávidos sobre todo úe visitar esta antiquísima basílica , cuyas torres son del siglo XII. el coro del XIV, y la nave del XV. En esta población abrazó Lutero la carrera monástica , y en ella se celebró en 1808 el gran congreso de soberanos, presidido por el César, cuyas huestes desbarataba España al grito santo de independencia. Entonces estaba en el Capitolio, y al poner el pie en España encontró su roca Tarpeya.

LA TIRANA.

APUNTES SOBRE LAS COSTUMBRES TEATRALES EN ÉL SIGLO XVIII.

Ya habían desaparecido los graneles poetas españoles y nuestro teatro se hallaba en completa decadencia, y todavía los locales destinados á la representación de las obras dramáticas eran corrales al aire libre, cercados de galerías ó corredores sin mas resguardo en caso de lluvia que un toldo de angeo, lo que obligaba á los concurrentes al patio que estaban de pie á invadir las galerías, y cuando el público era muy numeroso se veian los actores precisados á suspender la función ante los gritos y quejas de un auditorio disgustado é impaciente. Representábase aun de dia, se pagaba el billete á la entrada y no había ningún aparato ni lujo escénico á pesar del incentivo y de lo mucho que llama la atención en este género de espectáculos.

Doña Isabel Farnesio, segunda esposa de Felipe V, fue la que inició el pensamiento de la reforma de los teatros. Existia á la sazón en la corte uno destinado á la representación de las óperas italianas y se dispuso en 1737 por la reina su adorno y arreglo, de manera que correspondiese á su objeto y fuera un local digno de la parte más culta del pueblo madrileño que á él concurría. Esta reforma no tardó en ser imitada; en 743 se edificó el teatro de la Cruz y en 1745 el del Principe, pero conservando los nombres de corrales, y los palcos ó aposentos con la cazuela para las mujeres por lo demás, aunque mejoró, algo el aparato escénico no lo fue en tanto grado como seria de desear y se notában los mismos anacronismos en los trajes y falta de verdad en las decoraciones. El teatro del Buen Re, tiro, que tan buenos recuerdos tenia para la literatura española , estaba dedicado á la ópera y Conservaba su antiguo lujo y esplendor, aunque- en conformidad á las costumbres y al gusto de la época.

Recien abiertos los nuevos teatros se formaron diferentes partidos, celosos defensores de las compañías que en ellos trabajaban. Los apasionados dé la compañía del Príncipe habían tomado el apodo de chorizos y se distinguían, por una cinta de color de oro puesta en su sombrera; los de la Cruz habían tomado la denominación de polacos y usaban una cinta azul celeste y los de los canos se llamaban panduros. La primera parcialidad había recibido su nombre de un padre trinitario á quien por su apellido se conocía por el padre Polaco, y que por su carácter ligero, incansable v charlatán llegó a ganarse la reputación de instruido y sobre todo de conocedor en producciones dramáticas. Verdadero jefe de partido recorría el teatro de una parte á otra, colocando á los suyos en sus respectivos puestos é instruyéndolos para que hecha la señal comenzaran el ataque con sus gritos y silbidos é interrumpiesen la representación de la comedia que se ejecutaba en el teatro de los chorizos, si no había obtenido antes su aprobación, valiéndose á su vez de los oportunos medios para conseguir la buena acogida y aplauso de cualquiera comedia que representaba la compañía polaca de que como hemos dicho era partidario.

El nombre de chorizos, que como se ha indicado llevábanlos sostenedores del teatro del Príncipe, procedía de que Francisco Rubert, llamado Francho, trae era en 1742 gracioso de la compañía de Manuel Palomino, debia comer chorizos en un entremés, cuyo argumento así lo requería, y habiéndole faltado una tarde en que representaba aquella farsa, hizo tales y tan grotescas demostraciones contra el guardaropa, que era el encargado de llevárselos, y escitó de tal modo la hilaridad de los concurrentes, que desde entonces se dio este nombre á su compañía.

Otro religioso, franciscano por cierto, llamado fray Marcos de Ocaña, que no se hallaba afiliado á una sincera partidario de las dos compañías, hombre de mejores cualidades, no falto de ingenio , pero tampoco sobrado de letras, con un espíritu poco conforme al hábito que vestía, acostumbraba á presentarse en traje seglar, colocándose en el primer asiento junto á las.tablas y se entretenía en hacer reir al público con los graciosos dichos y chistes que dirigía á los actores y actrices á las que arrojaba gragea y procuraba parodiaren los pasajes más interesantes. Conocido del público, en él se fijaban todas las miradas y aún más que á los actores se atendía á sus gestos y ademanes, que aplaudía con repetido palmoteo el patio, cubierto de sombreros chambergos, pues entonces no se los quitaban, asemejándose á un mar tempestuoso.

Estos dos partidos en que estaban divididos los concurrentes á los diferentes teatros, llegaron á conseguir en 1770 no se pusiese en escena ninguno de los dramas clásicos de la escuela francesa, sosteniendo á los autores del antiguo teatro español. En esta lucha tomó una parte muy activa Nasarre, que atacó á la escuela de Calderón y Lope, encendiéndose con este motivo una acalorada polémica en que se publicaron multitud de folletos de los cuáles se citan por lo general los que llevan los títulos de La sinrazón impugnada y Beata de Lava-pies, coloquio entre cuatro personas y otro de don Tomás de Eraso y Zabaleta dedicado á la marquesa de Torrecilla con el nombre de Discurso critico sobre el origen, calidad y estado presenté de las comedias en España contra el dictamen que las supone corrompidas, y en favor de sus más famosos escritores don fray Lope Félix de Vega Carpió y don Pedro Calderón de la Barca, folleto precedido de las censuras de muchos autores graves y reverendos padres.

A pesar de esto, los autores más afamados de la época sólo son conocidos en la bibliografía y sus nombres de Ibañez, Sobera, Julián de Castro y Vicente Guerrero pasan desapercibidos para nosotros. Desde 1768 comenzaron á representarse comedias de noche, pero el gusto del público aun se resentía de antiguos resabios y en los intermedios, principio y fin, tenían los actores que recitar tonadillas, romances, entremeses, sainetes y echar bailes, interrumpiendo á veces la ejecución para complacer al público, cuyo gusto viciado exigía este género de entretenimiento. Algunos actores de primer orden consiguieron, sin embargo, sostener el decoro de la escena, y entre ellos debemos contará la célebre María del Rosario Fernandez, conocida por la Tirana.

Pocas son las noticias biográficas que han llegado hasta nosotros de esta actriz tan aplaudida en los teatros de la corte á últimos del siglo XVIII y principios del actual. Elogiase su superioridad en el difícil arte que profesaba, especialmente en los papeles de reina y en todos los que exigían pasiones fuertes. Citábase con admiración el movimiento de sus hermosos ojos y la espresion de su fisonomía, que esplicaban maraví-