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en el mismo local, asciende á 398, siendo el mayor número cuadros al óleo de cincuenta y dos artistas. En una de las tres dependencias que mas tarde se convertirán en talleres, se encuentran las copias que han presentado diez pintores; en otra varios proyectos y planos de arquitectura, asi como las láminas del álbum de la esposicion retrospectiva que se celebró en Barcelona en 1867. Los planos y proyectos pertenecen á siete espositores. Las acuarelas, grabados, dibujos y varios objetos de escultura se muestran en otra sala ó departamento, y en su colocación y golpe general de vista, la esposicion ha superado en mucho, según escriben de dicha capital, á las esperanzas de sus iniciadores. Reciban estos nuestra enhorabuena por el resultado de sus esfuerzos y sacrificios, los cuales no tienen mejor recompensa que la satisfacción de haber contribuido al fomento de las artes y al adelanto y brillo de la población.

D. B.

ARCO DEL ALCAZAR,

Siguiendo nuestra costumbre de dar á conocer los monumentos artísticos, de que tanta abundancia y riqueza hay en España, damos en este número un precioso grabado que representa el magnifico arco del Alcázar de la ciudad de Avila, población monumental por excelencia. Avila es un verdadero museo de antigüedades de una grandeza y mérito extraordinarios, y merece que toda persona curiosa haga un viaje á dicha capital, con el solo objeto de admirar las obras de arte que atesora en su recinto. Entre todas descuella la grandiosa fábrica de su antigua muralla, hecha de piedra berroqueña, coronada con un antepecho con 2.500 almenas, y defendida por 88 cubos ó torreones de grande espesor. D. Antonio Ponz da curiosas noticias acerca de esta grande defensa, que lo era cierta mente en los tiempos del feudalismo; pero que hoy día, poniendo aparte la cuestión de arte, es perjudicial á la mayor y mas bella parte de la población que se encuentra fuera de este circuito. Dice el referido curioso viajero, que, estas murallas, que son de las mas bien conservadas en España, atendido el tiempo en que se construyeron, fueron hechas en la época de D. Alonso VI, quien ordenó el levantamiento de estos muros á su yerno el Conde D. Ramon, marido de Doña Urraca.

Curiosas noticias de ellos da el cronista Ariz, en cuya reseña de la población de Avila refiere, que dirigirieron la obra los arquitectos ó maestres de geometría, como entonces se llamaban, Casandro, natural de Italia, y Florín de Pituenga, oriundo de Francia, teniendo á sus órdenes otros arquitectos de Vizcaya, de León y de otras comarcas españolas.

«El Señor Conde, añade, mandó que se hiciese
»asaz de cal, é arribaron ende Maestres de piedras,
»fender, é tallar pinos, é que arrojasen la madera para
»!os engenios, é tablados. E siendo sabedores de lo
»tal, los maestros de la fábrica arribaron asaz en tal,
»que sobrepujaron de mil. E por ende mandó el
»Sr. Conde se fabricasen las telas de los muros del
»Septentrión; é la tela del Poniente non era tan luenga
»como las otras dos: é vos digo, que en todas tres telas
»fabricaban por la parte de fuera, é por la de dentro mas
»de mil é novecientos hombres: é diose principio
»el año de nuestro Señor mil é noventa.»

Solo nueve años duró su construcción, tiempo brevísimo, en el cual parece imposible que se hiciese una obra tan colosal. Aun hoy dia causa maravilla su vista, de donde puede inferirse cuanta seria su belleza en el siglo XI en que se levantara. Su contorno se calcula ser de una media legua y en él se encuentran el Alcázar Real y la Catedral, de suerte, que como la ciudad está en un sitio elevado, la inmediación de tantas torres le hace presentar un precioso golpe de vista.

La vista de la puerta que ofrecemos es una de las que mas de manifiesto ponen la majestad y grandeza de este monumento de los tiempos feudales.

D. B.

CORRIDA PROPICIATORIA DE LOS PATAGONES
EN DERREDOR DE LOS ANIMALES DOMÉSTICOS.


Los marineros que acompañaron á Magallanes dieron el nombre de Patagones á los salvages que ocupan la parte sur del Sur de América, desde las fronteras de las colonias españolas hasta el estrecho que tomó el nombre de aquel famoso navegante. La razón de haberlos llamado asi fue su elevada estatura, y el llevar una especie de alpargates ó calzado extraño de piel de guanaco que les hace aparecer los piés como patas de ganso. Esta piel les cubre la pierna basta la rodilla para defenderse de las espinas de algunas plantas que abundan en su suelo. Es muy natural que hombres de seis á siete piés de altura , envueltos en pieles, con una lanza que sobrepasa diez piés de sus cabezas y dibujados en una gran llanura sobre el límpido horizonte, pareciesen como parecieron a los españoles, que por primera vez los veian, que aquella tierra era una nueva Arapha ó nueva Geth, poblada de gigantes.

La mayor parte del tiempo lo ocupa el Patagón en la caza y en los momentos de ocio atiende al cuidado de su caballo, a reparar las averías de sus lanzas ó chuzos y remendar su vestuario. No construye casas, ni permanece mucho tiempo en un lugar. Lo estéril del suelo le obliga a ser errante. Una tienda hecha de cañas v cubierta con pieles de guanaco constituye su domicilio.

El grabado que ofrecemos, representa la fiesta que celebran en Otoño, en honor del dios Huancuvu, gobernador de los espíritus maléficos. Los patagones se adornan con lo mejor que tienen y se reúnen en tribus con sus respectivos caciques a la cabeza. El ganado se reúne también en masa, formando los indios en derredor un doble círculo que marcha sin cesar en dirección contraria, para que ninguno de los animales se escape. Entonces invocan a Huancuvu , y vierten gota a gota leche fermentada que les llevan las mujeres, sin dejar de continuar sus vueltas tres ó cuatro veces que es el alma de la ceremonia para que el Dios les preserve de todas las enfermedades.

B.

¡PLUS ULTRA!

Próximos a la estación de un ferro-carril , esperando la llegada de un tren para conducir a los viajeros que bajasen de él y quisieran trasladarse a la ciudad y aldeas inmediatas, hallábanse una tarde , ya cerca de oscurecer, un carro, una tartana y una diligencia, todos de as- pecto poco agradable y con señales inequívocas de secura vejez. El primero tenia las ruedas agrietadas, medio podridas y cubiertas de lodo: la segunda, toldo de hule, pintarrajeado, y asientos de crin forrados de sucia y rota percalina; la última, estaba en situación de reemplazo de mucho tiempo atrás; omitimos algunas otras averías y desperfectos que, sobre la edad de los vehículos, hacían más lastimoso y patente su estado valetudinario. Si para los carruajes hubiera cuartel de inválidos, ninguno mejor que los tres de que se trata hubiera podido reclamar asilo en el benéfico establecimiento.

Tiraban del carro un par de bueyes mansos y robustos: no era fácil calcular de golpe las libras qué pesaría cada uno de aquellos hermosos rumiantes , pero sí que la lentitud de su paso debía corresponder a la enormidad de su volumen. A la tartana estaba enganchado un caballejo que, en sus dias juveniles , sano, vivo y gallardo, quizá se bebería los vientos, y que ahora, trasparente y cabizbajo, parecía entregado a profundas meditaciones sobre las vanidades y la brevedad de la vida: en cuanto á la diligencia, tres pares y medio de muías de porte entre gentil y cristiano, si se me permite la expresión, componían su tiro.

Frente por frente de ellos veíase el embarcadero con una hilera de wagones y furgones a cada lado, y no lejos la locomotora a que habían de unirse para partir, cuando llegase el tren que se esperaba. Unos y otros eran nuevos igualmente que la locomotora, la cual, al inflamado beso del sol poniente, parecía un ascua de oro.

Ni en el sitio que ocupaban los tres carruajes, ni a bastantes pasos de ellos se oía otro ruido que el que hacían el caballejo de la tartana y los bueyes al rumiar el pienso contenido en los sacos pendientes del pescuezo, y en los que metían parte de la cabeza; y al contrario, la locomotora daba de vez en cuando sonoros resoplidos, anuncios elocuentes de juventud, de actividad v de fuerza, que causaban considerable asombro mezclado de susto a los pacíficos cuadrúpedos. Tampoco los carruajes las tenían todas consigo; y siendo cierto, como lo atestiguan los fabulistas desde la más remota antigüedad hasta nuestros dias, que todos los individuos pertenecientes a los distintos reinos de la naturaleza se hallan dotados de entendimiento y de palabra, no se estrañará que el carro, la tartana y la diligencia discurriesen y conversasen acerca de sus asuntos é intereses particulares, empleando así honestamente los ocios, en vez de emplearlos en picardías como acontece entre los hombres.

El carro fué el primero que rompió el silencio, quejándose amargamente de la situación a que se veia reducido.

— Mirad — dijo a sus compañeros, aludiendo a la locomotora — mirad cómo se pavonea y ensoberbece aquella loca advenediza! Y sin embargo ¿qué títulos puede alegar a la preferencia que sobre nosotros le da este siglo impío y vandálico? Que yo, sucesor natural del carro que desde los tiempos bíbíicos, y aun antes, no ha dejado de prestar servicios a la especie humana, poniendo en contacto las familias, las tribus, las razas vías naciones, y trasportado de unas a otras las riquezas; que yo — repito — me diese tono y fuese objeto de la gratitud y la consideración de los hombres, muy santo y muy bueno. Pero que aquella insolente, no solo se complazca en menospreciar la tradición y los derechos adquiridos, sino que se goce en nuestra ruina, y nos reduzca a la mendicidad, esto, francamente es incalificable, no tiene nombre.

— Así es la verdad, amigo — repuso la tartana; y debo añadir, por mi parte, que aun cuando alguno de tus antepasados gruñó un poco y se quejó de que se le hacia mal tercio íd ver invadido lo que llamaba su esfera por los míos, al fin llegaron á reconocer que todos éramos ramos del mismo tronco, individuos de la misma familia, salvo ciertas diferencias poco importantes en el fondo y en la forma.

— Esa confesión — replicó el carro—te honra y nos honra. Nosotros siempre hemos tenido sentimientos caritativos y hecho lo que San Martin, que rasgó su capa y dió la mitad de ella á un pobre para que preservase de la intemperie sus desnudas carnes.

—Yo, —exclamó la diligencia, dirigiendo la palabra al carro, á riesgo de ofender lamodestiade la tartana—de bo manifestar que soy deudora á ella y á los suyos de igual beneficio que ellos á tí, si bien mediaron antes entre nosotros quisquillas de escasa monta sobre si los perjudicábamos ó no con nuestro advenimiento. Este disgustillo pasó pronto, y recuerdo que después, hablando sobre el particular con una tartana, me dijo: «¡Qué equivocados juicios se forman en ocasiones de las personas, hasta conocerlas á fondo! La primera impresión que nos causasteis al presentaros delante de nosotros en actitud altanera, fué desagradable en extremo; pero luego que nos acostumbramos á veros, conocimos que érais unas benditas de Dios, y exclamamos: «¡pelillos á la mar!»

Los animales seguían rumiando filosóficamente el pienso, no porque fuesen insensibles á la desgracia de los vehículos, pues les tocaba tan de cerca que hasta podia interesar á su subsistencia, sino porque mientras no les faltase que comer, no habia que desesperar del todo, y en esto obraban cuerdamente, pues ya se sabe que los duelos con pan son menos. Mas no por esto dejaban de escuchar con atención, ni expresar con melancólicas miradas su conformidad con los sentimientos del carro, de la tartana y de la diligencia.

— Preciso es confesar — continuó el carro — que alcanzamos unos tiempos en que se han perdido basta las nociones más triviales de la moralidad. Ya no hay derechos, ya no hay respeto , ya no hay nada sagrada para este siglo: con nosotros se ha comedido un despojo inicuo, turbándonos en el goce del trófico de que estábamos en posesión tranquila y casi exclusiva, unos de tiempo inmemorial, y otros de larga fecha.

— No tienen vuelta de hoja tus exclamaciones , amigo — exclamó la tartana. — Y aun dejando a un lado nuestro interés particular ¿qué ventajas de otro órden han obtenido los pueblos con semejantes mudanzas? Ninguna positiva.- el que viaja en tartana, y quien dice en tartana dice en carro ó en diligencia, se baja cuando se le antoja y da un paseito a pié, cosa muy recomendada por la higiene; contempla detenidamente, si es artista, el paisaje; herboriza, si es botánico; recoge preduscos, si es minero; mata un par de gorriones, si es cazador; hace grandes paradas, si quiere, toma con descanso, y no de prisa y corriendo, su jicara de chocolate, y aun duerme la siesta en cama y todo; si cae , no pasa del suelo, cosa que no puede asegurar el que viaja a la moda, pues en un descarrilamiento ó en un choque de trenes en medio de la vía es fácil que vaya a parar a la tierra.

—Es tan exacto y tan óbvio lo que dices — repuso la diligencia — que si hay algo que en esta cuestión me admire a mí , es que tomemos con tanto fervor la defensa de una cosaque por sí sola se defiende. Supongamos que un carro, que una tartana ó una diligencia cae en un precipicio: ¿qué puede suceder? que dos, cuatro ó seis personas se perniquiebren ó se estampen los sesos contra las peñas. El lance tiene, en verdad, poco chiste; pero ¿cuanto menos tendría, si en circunstancias análogas son víctimas del siniestro sesenta ó más infelices.

Esta hipótesis hizo observar una vez rúas al carro y á la tartana el talento colosal de la diligencia, admiración de que participaban las bestias, ejecutando gestos que claramente lo demostraban.

—Bien sé yo — continuó la diligencia— que la estadística presenta resultados que al parecer prueban lo contrario de lo que be dicho. Pero la estadística esotra de las novedades que, bajo un esterior que seduce, no encierra más que engaño. Y aun cuando así no fuese, ¿hemos de mirar con indiferencia la suerte de los carreteros, tartaneros, arrieros, mayorales, ordinarios, zagales, empresas y demás que vivían a la sombra de lo antiguo, y a quienes el invento de los ferro-carriles ha dado el golpe de gracia?

— De ninguna manera; esclamó el carro.

— Todo menos eso, añadió la tartana.

— Es preciso — concluyó la diligencia, rechinando de furor — impedir que el crimen se arraigue y se perpetúe; es preciso conservar la tradición , y no meternos en dibujos y ensayos que den al traste con nuestra existencia y con la prosperidad del país.

— Meditemos, dijo el carro.

— Eso es, observó la tartana, meditemos y combinemos un plan que ponga a salvo tan caros objetos.

En tanto, el fogonero, el maquinista y demás operarios habían provisto a la locomotora de todo lo necesario para emprender el viaje. El horno, ó como quien dice, el pulmón de la máquina, lleno de ese combustible que vulgarmente se denomina carbón de piedra, y cuyo nombre se ha cambiado por el de diamante negro