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e1 concilio. Los artículos del Syllabus parece que serán convertidos en cánones, y abolidas las órdenes reli giosas á escepcion de cinco, á saber: los jesuítas, los dominicos ó predicadores, los franciscanos, los bene dictinos y los lazaristas ó misioneros. El clero regular sufrirá alguna disminución por representar en la Igle sia el elemento democrático ó republicano, y en cam bio se aumentará el poder de los obispos, aboliendo la ¡namovilidad de los curas. Esto se dice y la verdad en su lugar. También nos dicen los últimos telégramas que en Viena se ha pedido por el municipio la supresión de todos los conventos, y que se presentará á las cámaras un proyecto de ley, si nó para suprimirlos todos, para ¡reducir su número. En cambio, dícese que en consejo celebrado bajo la presidencia de Don Carlos, resolvie ron los aconsejantes restablecer en España las camunidades religiosas en los conventos que no estuviesen vendidos , de modo que donde una puerta se cierra, ciento se abren, y váyaso lo uno por lo otro. Y hénos ya metidos en el gran suceso del dia en •nuestra España, al decir de unos plagada de carlistas, y en opinión de otros, asegurada de esta clase de de vaneos. Don Cárlos y su córte, sus planes y proyectos, sus entradas y salidas, y la continua alza y baja, apa rición y desaparición de las partidas en nuestro ter ritorio, llenan la mitad de los diarios y ocupan casi todo el dia á los noticieros y á los curiosos. El gobier no, sin embargo, parece no tenerles mas miedo, sino que cueste al Tesoro lo que se necesita para otras •atenciones. Al fin , un periódico de Lóndres , y no de los mas acreditados por su exactitud, se adelantó á decirnos nada menos que el ministro americano en Madrid traia instrucciones para tratar con el Regente sobre la ad quisición de Cuba, mediante pago al contado, se so'ire ■ entiende, de millonadas de duros, que no se pescan truchas a bragas enjutas. Válganos Dios, y qué diplo macia supondría en los consejeros del general Grant •el pensamiento de una embajada semejante, cuando el mas topo debe saber la oposición que en el gobierno y en el pueblo español encontrarían tales propósitos y ne gociaciones; pero está visto que los extranjeros se echan por esos trigos de Dios siempre que hablan de nuestras «osas. Con ser nosotros mas francos, nunca comenta ríamos la torpeza de encargar á nuestro ministro en Lóndres que tratase de negociar la devolución de G¡iraltar con el gobierno, y eso que Mr. Brightestá dis puesto á dárnoslo hasta de valde y las gracias encima. En punto a documentos diplomáticos , ya que esta mos en este terreno, merece especial mención la cir cular dirigida por nuestro ministro de Estado á los re presentantes de España en las córtes extranjeras, pu blicada en la Gaceta del 26 de julio. En la breve, • exacta , elecuente y patriótica consideración que en• cierra de los trabajos y marcha de nuestra obra políti« c i , se>Sistingue entre todos los documentos de este .- genera, y constituye con la de 19 de octubre la más 'rápida, cuanto elevada reseña de nuestra peregrina• cion nueva en los caminos de la libertad y las refor mas. No dudamos que tal documento ha de ejercer ■ t?licaz influjo en los gabinetes extranjeros y rectificar • completamente los falsos conceptos formados sobre nuestra situación y nuestro carácter, y dicho se está • -que este resultado cederá en provecho de más íntima • comunicación con los diversos pueblos, hasta ahora recelosos ó reacios, por no conocer á fondo nuestro espíritu ni tendencias. Grande es el movimiento que se nota ya en todos los puntos celebrados de baños y de excursiones vera niegas; pero naturalmente acrece en todas partes el número de víctimas, ya del insaciable Océano, ya de las impasibles y peligrosas montañas, ya de los trenes • á graves accidentes expuestos. En Suiza ha perecido, sepultándose en un abismo insondable, uno de los más atrevidos ingleses aficionados á trepar por el MontBlanc. En Norte-América se han sucedido desastres en las líneas férreas con rapidez asombrosa, y aunque ■«I perecer los pasajeros de un convoy no sea cosa que alarme mucho los nervios de los yahkees, el conside rar gue muchos pasajeros salvados del choque, fueron ^abrasados por el agua hirviente, teniendo á su lado personas que no podían salvarlos aunque lo intentaron, nace reflexionar sériamente sobre la construcción y condiciones de los vehículos y sobre cuál sea el siste ma qiie más seguridades ofrece á los viajantes. Por lo tiernas, en todas partes cobra Neptuno su anual tribu to de los aventurados ó imprudentes que nunca escar mentaron en cabeza agena. Concluiremos esta revista dando una buena nueva á los hombres de ciencia y de letras, tal como pocas veces es dado á un cronista. El celebrado profesor Max-Müller acaba de publicar una traducción y expli cación de los sagrados himnos del Rig-Veda, que son de las composiciones más antiguas que existen en el género humano , y la fuente de donde se tomaron ma teriales para los Vedas ó escritura santa de los Brahm»s. Los himnos son 1,020, en número, y, por lo ge neral, cortos. Están dedicados á las grandes fuerzas ó «lementos de la naturaleza: á Indra, el dios del firma mento, al fuego, al sol y á la luna.

Nicolás Díaz Be.njlmfa.

EL MUSEO UNIVERSAL.

HORTICULTURA

LOS JARDINES. La jardinería es probablemente uno de los primeros artes inventados después de el de edificar casas, sien do como una consecuencia natural de la posesión y la propiedad individuales. Las yerbas culinarias y des pués las medicinales, eran objetos que no podían des cuidar los jefes de familia, por lo que fue conveniente tenerlas al alcance sin haber de buscarlas á la ventura en los bosques, praderas y montañas siempre que se necesitasen. Cuando la tierra dejó de proporcionarlas espontáneamente con aquella primitiva abundancia, y fue necesario el cultivo, se recurrió como medio á cer cados separados para criar las yerbas. Todos los frutos eran iguales ó no se hacia entre ellos la menor distin ción; los mas en uso, ó los que exigían mas cuidado, eran los que se conservaban en el cercado doméstico. Noé plantó una viña y bebió de su vino, y así se in trodujeron las viñas y las huertas. No hay duda que el prototipo de todas ellas es el jardín del Edén. No sin razón puede suponerse que durante algunos siglos el término jardín no significo mas que una huer ta. El jardín de Alcinoo en la Odisea, es el mas afama do de los tiempos heróicos. Ningún admirador de Ho mero puede leer esta descripción sin entusiasmo. Sin embargo, continúa un autor, que era aquel elogiado paraíso «por los dioses dispuesto para gloria de Alci noo y su feliz país,» prescindiendo de la armonía del idioma griego y de la encantadora poesía, una peque ña huerta y viña con algunas yerbas y dos fuentes que le regaban, cercado de un seto. Sus árboles eran man zanos, higueras, granados, perales, olivos y viñas. El jardín de Alcinoo fue plantado por el poeta, enrique cido por él con la mágica dádiva de una eterna prima vera, y es sin duda un esfuerzo de imaginación que escede á todo lo visto. De la misma manera que formó para aquel afortunado príncipe un palacio con mura llas de bronce y columnas de plata, creyó natural mente que los jardines debían corresponder á aquella magnificencia. Los jardines colgados de Babilonia eran un prodigio mucho mayor todavía; pero como se supone que esta ban construidos en terrados, se deduce que eran, aun cuando artificiales , los jardines mas suntuosos que ha habido en ningún tiempo , enriquecidos sin duda por el arte con fuentes, estatuas, balaustradas y ce nadores, no teniendo nada de verde ni de rural. Se gún Josefo parece haberse tenido presente en estas edificaciones la situación que debían tener los árboles y el resultado fue satisfactorio , pues los árboles , dice Quinto Curcio, crecen y florecen también en lo. alto como en su estado natural. Los jardines orientales se plantaban junto á la casa ó palacio á que pertenecían : así el rey Asuero salía in mediatamente desde el banquete al jardín de su pala cio. El jardín de Ciro en Sardis, citado por Jenofonte, se hallaba también contiguo á su palacio, lo mismo que el Attalo, mencionado por Justino. No es fácil definir el carácter de los jardines entre los griegos. El Academo era un lugar plantado de oli vos: estaba situado mas allá de las murallas y adya cente á los sepulcros de los héroes, y aunque se ig nora la forma de que se hallaba adornado, puede ase gurarse por la relación de Pausanias, que lo estaba con magnificencia; á la entrada había un altar consagrado á Cupido; dentro se hallaban los altares de Prometeo, las Musas, Mercurio, Minerva y Hércules, y á corta distancia el sepulcro de Platón. De manera que, se gún todas las probabilidades , estaba adaptado por el arte lo mismo que por la naturaleza para las reflexio nes y meditaciones filosóficas. Estaba dividido en gim nasio ó lugares de ejercicio , y paseos filosóficos que recibían sombra de los árboles , los cuales siguieron floreciendo hasta que fueron destruidos por Sila, como también los del Liceo. Cerca del Academo estaban los jardines de los filósofos, de Platón y de Epicuro, que sin embargo eran probablemente muy pequeños. Pla tón, en su Diálogo sobre la Belleza, describe con ele gancia la escena que tiene lugar en los bancos del Iliso a la sombra de un plátano, pero no mencionando ningún adorno artificial, la escena parece estar ador nada por sólo la naturaleza. El gusto por los jardines no apareció entre los roma nos de otra manera que como un objeto de utilidad y en un período muy posterior á la época de su gloria, por lo menos los escritores de agricultura no mencio nan ningún jardín como objeto de placer, sino úni camente con respecto á sus producciones de legum bres y frutas. Los jadines de Lúculo son los primeros que encontramos citados como notables por su magni ficencia, aunque en realidad por el estravagante gusto que en ellos dominaba, es indudable que no eran los primeros. Plutarco habla de ellos como de escesivamente costosos, y los iguala en esplendor á los de los reyes. Contenían elevaciones artificiales del terreno hasta una altura sorprendente, edificios proyectados en el mar y grandes estanques en tierra. En una pa labra, su estravagancia era tan grande que adquirió la denominación del Jerges romano. No es improbable teniendo presente que Lúculo había vivido mucho ! tiempo en Asia, en una situación en que tuvo opor tunidad de observar las mas espléndidas costumbres de este género, que estos jardines estuvieran forma dos al estilo asiático. La Tusculana, quinta de Cicerón, aunque mencio nada con frecuencia, no se hallaba descrita en ningún lugar de sus obras de manera que pueda formarse una idea adecuada del estilo en que estaban dispuestos sus jardines, y Virgilio refiere muy poco relativo á este asunto. Parece que los pinos eran el adorno favorito de los jardines, y se estimaban mucho las flores, en Í'articular las rosas, apreciándose sobre todo los perumes en los climas ardorosos. Virgilio coloca á Anquises en el Elíseo , en un bosque de laureles de suave aroma. Parece también que hubo entre los romanos un objeto de lujo relativo á los jardines, que existe en la actualidad entre nosotros , a saber , la cria de flores en su estado natural en todas las estaciones del año, y las rosas fueron entonces, como al presente, las principales flores en que se hicieron estos esperimentos, según consta de Marcial, Lampidio y otros. Cuando los autores romanos , cuyo clima les hacia apreciar los lugares frescos, hablando de sus placeres de este género, citan las grutas, cavernas y huecos de las montañas cerca de fuentes húmedas y sombrías, ó elogian sus pórticos, paseos de plantas, canales, baños, y brisas del mar; nunca mencionan sus jardines como i propósito para dar sombra y asilo contra el calor de la canícula; Plinio nos ha dejado la descripción de dos de estas quintas; como acostumbraba á retirarse en invierno a su villa laurentina, no es estraño que el jardín no forme una parte notable de la narración. Todo lo que dice es que el gestasio ó lugar de ejerci cios que rodeaba el jardín, el cual no era muy gran de por consecuencia, estaba cercado de un vallado de boj, y donde éste terminaba, con romero; que había un paseo de viñas, y que la mayor parte de los árbo les eran higueras y moreras, por no ser el suelo á pro pósito para otra clase de arbustos. En su villa tusculana es mucho mas difuso; el jardín forma una parte muy notable de la descripción, y ¿cuál era la belleza prin cipal de aquel lugar de placer?—Exactamente lo que constituía la admiración de Europa hace cerca de un siglo : árboles de boj , cortados en forma de mons truos, animales , letras y los nombres del dueño y del artífice. En una edad en que la arquitectura desple gaba toda su grandeza, toda su pureza, todo su gusto; cuando se edificó el anfiteatro de Vespasiano, el tem plo de la paz, el foro de Trajano, los baños de Domi-^ ciano y la villa de Adriano , cuyas ruinas y vestigios escitan todavía nuestro asombro ; un cónsul romano, el amigo de un emperador ¡lustrado se deleitaba en lo que el vulgo apenas admira aliofá Id Un jardín de colegio. Todas las descripciones de Plinio correspon den exactamente con las expuestas por Londoh y Wise sobre los principios holandeses ; habla de pen dientes, terrados, bosques, arbustos arreglados metó dicamente, un estanque de mármol, juegos de aguas, una cascada cayendo en el estanque , árboles planta dos alternativamente en llanuras, y un paseo recto de donde partían otros costados por setos de boj y man zanos con obelicos colocados entre los dos. Aquí sólo falta el bordado de un parterre para hacer con un jardín del reinado de Trajano la descripción de uno de los tiempos modernos. De uno de sus pasajes se deduce, sin embargo, que Plinio concibió que la irre gularidad natural puede ser una belleza , y dice : In opere urbanísimo, súbita relut ttlati ruris imitatio. Una cosa semejante á un objeto natural se había inventado en medio de composición tan correcta; pero la idea desaparece pronto, envolviendo inmediata mente la escena paredes rectas , y los nombres é ins cripciones en boj suceden otra vez para compensar la atrevida intrusión de la naturaleza. En las pinturas encontradas en Herculano hay po cas que presenten jardines; son pequeños cuadros cerrados, formados por enrejados y árboles en abanico y adornados con regularidad con vasos, fuentes y ca riátides elegantemente simétricas, y propias por los estrechos espacios designados para el jardin de una casa de una ciudad principal. De estas observaciones se deduce cuán natural é insensiblemente se desliza la idea de una huerta , en la que ha sido peculiar durante muchas edades al deno minado jardin y distinguido por nuestros antepasados con el nombre de jardin de recreo. En los tiempos antiguos se separaba un espacio de tierra para el uso de la familia, para alejar la caza y asegurar la propie dad, los cercados se convertían en paredes, y en los climas donde la naturaleza y suelo no favorecían la sazón de la fruta, los árboles frutales eran resguarda dos y cubiertos para evitar los vientos que les perju dicaban. Cuando eran olvidadas la naturaleza y perspectiva por la costumbre de hacer jardines cuadrados, cerca dos de paredes , se combinaban la pompa y soledad para contribuir en algo á enriquecer y animar la triste é insípida separación. Las fuentes inventadas primero para el uso , fueron embellecidas con preciosos már moles, y por último en oposición á la utilidad qw hasta entonces habían prestado, lanzaron al aire sus