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han resuelto servir á la humanidad, son el Proteo moderno, que con su ductilidad y propiedad de trasfiguracion ilimitada sirven y acompañan al hombre en todas sus empresas y toman parte en todas sus necesidades. Observad la esfera de su dominio, es universal. Nada de concreto, nada de monopolio y exclusivismo en sus obras: parecen dos niveladores que han surgido de la creación para hacer el bien sin acepción de personas, y para que nada faltase, viendo que la antigua edad de oro había hecho con el hierro cadenas para esclavos, su reinado férreo las rompe y declara á todos los hombres libres.

¡Cuántas reflexiones interesantes sugieren el origen, la formación, el descubrimiento, la explotación, el uso, los beneficios y la misión que parece venir á realizar en el orbe este tesoro escondido en sus entrañas, y al cual ha dado valor, como al hierro su consorte, el progreso de los humanos! Descubierto ayer y apenas comenzada su aplicación, echamos una ojeada sobre la historia de la naturaleza y le vemos sobrepasar la historia del hombre y de los animales y llegar á aquel estado confuso en que la creación á sólas con sus fuerzas se entretenía en hacer lechos de océanos y levantar Osas sobre Peliones; ó siguiendo la relación mosaica, coetáneo del tercero dia en que á la voz de Dios protulit térra herbam virentem. ¿Quién no se llena de admiración al considerar que en aquella para nosotros noche de los tiempos, la naturaleza, madre providentísima, estaba utilizando los rayos del sol, fabricando y almacenando bajo la superficie del globo inmensas canteras de las que el hombre en un remoto período habia de sacar fuego para abrigarse, fuerza para moverse y pan para alimentarse? ¿Veis esa serpiente que ondula veloz como el rayo atravesando rios, profundidades, llanuras y montañas, arrojando entre silbidos bocanadas de espeso humo?

¿Veis esa montaña movible, semejante á una obra del dios de las herrerías, que marcha serena mientras otras naves son sorbidas por el furioso elemento; que lleva un bosque de mástiles, que cubre el espacio con sus alas, que enturbia el Océano con sus remos, que ennegrece el cielo con su humo y que trasporta ejércitos y ciudades? ¿Veis esa aglomeración de ruedas, émbolos, cilindros, planchas, muelles y tornillos, laberinto de hierro en movimiento, que produce sin cansancio maravillas, ata las manos del obrero, y apropiándose el reinado de la fuerza bruta deja al hombre sólo el de la inteligencia? Preguntad quién mueve estos ingenios y os asombrareis al oir responder al profundo ingeniero Stephenson, señalando al astro del dia: ¡los rayos del sol de millares de siglos! Sí, los rayos del sol de edades pasadas que en los grandes trabajos de la naturaleza supieron perpetuarse para servir mas tarde al hombre á quien preparaba vivienda tan suntuosa. Siempre el eterno Prometeo de la fábula. Esas masas enormes de carbón parecen el Titán que robó el fuego del cielo. En fuerza de voltear el globo la montaña se fue abajando, llegó al nivel de la tierra y aun se sepultó en sus abismos: el buitre es el hombre que desgarra sus entrañas y parece que mas crecen cuanto mas se arrancan: buitre insaciable de botin, cuya avaricia se renueva al modo que el seno del Titán.

Y en medio de esta potencia, ¿no veis la flaqueza humana? Al lado de ese agente de vida, ¿no veis la muerte? Junto á esa inspiración del ingenio humano nuevo Dédalo que sorprende con sus invenciones, ¿no veis la ignorancia y la impotencia? Esos rayos aprisionados en el carbón no sirven al hombre sin preceder una guerra á muerte: esas máquinas que se mueven á su calor, no se agitan sin dejar antes sin movimiento multitud de brazos, ni ese mar de riquezas que arroja en los mercados sin llevar consigo rios de lágrimas. Si el pan blanco cuesta sudores, el pan negro cuesta luto. Esa dama que al lado de suntuosa chimenea se enorgullece al quemar genuino Waltsend, tal vez ignora que aquella luz viva aun antes de encenderse, ha esparcido la muerte y reducido á frias cenizas un ejército de jornaleros. La ciencia no conoce aun los medios de luchar á salvo con este gigante temeroso en cuyo reino cada paso es un peligro, cada respiro una catástrofe, y que al sentir penetrar al habitante de la región de la luz en su región de las tinieblas se ensoberbece y silba cual serpiente y lanza de sus negros labios huracanes de aliento mortífero. En vano Davy Humphrey pretendió encantar al minero dando como los dioses a sus protegidos una lámpara misteriosa cuya luz presiente y señala los cataclismos y la furia del dios de aquellos antros. La muerte corre por sus filas. Si los muros mal seguros no se desprenden, el humor que despiden las heridas hechas en las venas del Titán, se aglomera, se extiende y estalla reduciendo á cadáveres a cuantos le respiran. Sólo en Inglaterra, el número de muertos, sin contar con los heridos y estropeados, es de mil trabajadores cada año, y los vivos usan por calendarios la memoria de sus accidentes. Grandes son las ventajas de la industria, espléndidos los resultados de la actividad moderna; pero aun esta hecatombe continua acusa nuestra ignorancia, y en medio de nuestros placeres y al abrigo del hogar, pocos hay que piensen que por do quier ponemos aun la mano sobre cadáveres, y que el lujo que nos rodea va sellado con la sangre, las lágrimas y el luto de nuestros hermanos.—

Zaid.


LIEBIG.

El mas grande quimico de la época presente, el que mayores y mas significativos adelantos ha hecho realizar á la ciencia, es Justo de Liebig. Hechos sus primeros estudios en el gimnasio de Darmstadt, en cuya ciudad nació en 1803, pasó en 1818 á Heppenhein para seguir allí su aprendizage al lado de un boticario. No fue de larga duración su permanencia en este pueblo. De 1819 a 1822 estudiaba con ahinco la química en Erlangen y Bonn, y desde 1822 hasta 1824 permaneció en París completando sus estudios.

Hízose conocer entonces ventajosamente por el trabajo que sobre el ácido fulmínico presentó á la Academia de ciencias francesa. Sobre todo, Alejandro de Humboldt llamó la atención hacia las brillantes esperanzas que el talento de Liebig ofrecía, y le procuró la cátedra de química en la Universidad de Giessen, Bien poco tardó ésta en levantarse á metrópoli de los estudios químicos, logrando renombre en toda Europa, merced al genio y trabajo de Liebig, que hizo alcanzar á la química una importancia desconocida asi en su parte teórica, como en las aplicaciones prácticas.

La dilatada serie de indagaciones que con penetración nada común y celo infatigable emprendió en los dominios de la química analítica, técnica y farmacéutica , y sobre todo de la química orgánica, le llevaron á casi otros Untos descubrimientos, cuyos resultados han sido consignados en una considerable suma de obras científicas.

Gran sensación hizo sobre todo la obra que en 1840 publicó acerca de la química orgánica en sus aplicaciones á la Fisiología y la Agricultura; y elevóle entonces el gran duque Luis II de Hesse a la dignidad de barón en premio á los méritos del ilustre sabio; la Universidad de Heidelberg le llamó al puesto de Gmelin, honor que rehusó, para aceptar distinción parecida en Munich, á donde en 1852 le llamó el rey Maximiliano.

Aquí fue recompensada su actividad del modo mas generoso: confirióle el rey en 1833 la dignidad de di- rector del Capítulo de la Orden de ciencias y artes de Maximiliano, nombrándole en 1860 presidente de ciencias y conservador general de las colecciones de la capital.

Llevado por sus estensas observaciones al terreno de la química orgánica, profundizó entonces mas y mas en lo tocante á fisiología animal, y vegetal, y á la agricultura.

Aunque en edad avanzada es todavía Justo de Liebig un obrero vigoroso é infatigable en la esfera del progreso espiritual, como esperimentador y descubridor, como profesor didáctico y escritor. Y no sólo la ciencia misma, sino la vida práctica, la higiene, la economía doméstica y rural, todas han obtenido considerables provechos de los trabajos del eminente químico.

Su aparato para el análisis de las combinaciones orgánicas, su método para la preparación del cianuro potásico, sus procedimientos para determinar la presencia del ácido cianhídrico en las drogas oficinales, para revelar por medio del ácido pirogálico el óxígeno contenido en el aire, y para separar el cobalto del níquel; sus indagaciones y trabajos sobre los aldeidos, el cianógeno, los superfosfatos de cal, los productos de la descomposición y oxidación del alcohol, sobre el sulfocianuro, el ácido hipúrico, el inósico y la creatinina: las esperiencías, emprendidas á consecuencia de tales descubrimientos, para llegar á conocer los ácidos orgánicos, y el proceso de descomposición y metamorfosis de la naturaleza organizada sobre todo: hé aquí la serie de hechos científicos, cuya memoria, ya que han de continuar siendo un enigma cerrado para los profanos, guardará la historia de la ciencia para siempre, y cada uno de los cuales es de por sí un cimiento para el edificio del conocimiento humano, y un secreto resorte para dominar los poderes naturales.

La idea de Liebig ha hecho brotar fábricas acá y acullá del Océano; discípulos suyos hay por donde quiera y vertidas están sus obras á las lenguas de todos los pueblos cultos. Empezó con Poggendorf en 1836 el Diccionario manual de química; hizo la parte química del Manual de Farmacia de Seiger en 1839; en 1840 publicó su Química orgánica en sus aplicaciones á la Agricultura, y la Química orgánica aplicada á la Fisiología y la Patología, en 1842; á seguida, las Cartas químicas, su obra popular, en que consigna asi los resultados de sus esperimentos, como sus apreciaciones y juicios sobre la ciencia natural, la fuerza y la materia; posteriormente, en 1848, su libro sobre las Causas del movimiento de los fluidos en el organismo animal; el'de Principios de química agrí- cola, después, en 1835; la Teoría y práctica de la Agricultura, en 1856; las Cartas sobre las Ciencias naturales y la Agricultura moderna; el folleto sobre el Estudio de las Ciencias naturales: tales son, entre otras y en compendio, las mas conocidas obras del ilustre sabio, tan benemérito para la ciencia como bienhechor para la humanidad. Su nombre es pronunciado con respeto en ambos lados del Océano, como garantía de autoridad y competencia: su casa es el centro del mundo sabio.—

L.

EDUCACION CIENTIFICA DE CERVANTES.

En la tarea de reconstruir la biografía de nuestro in- comparable Ingenio, ocupa un lugar preeminente la cuestión envuelta en el epígrafe de este artículo. La posteridad se asombra al ver la suma de conocimientos invertida en la composición de sus obras. ¿Quiénes fueron los maestros de Cervantes? ¿Qué ciencias aprendió? ¿Arrastró bayetas en las universidades? ¿Fué su enseñanza, por el contrario, autotélica? Scaliger no conoció las letras del alfabeto hasta los cuarenta años, y con todo eso fue un crítico profundo. El asombro de los eruditos, el gran Erasmo, no tuvo que agradecer á ningún maestro la gran copia de conocimientos conque nos admira. Butler, el celebrado autor del Hudibras, no se sabe que tuviese mas preceptores de superior enseñanza que la librería de la condesa de Kent; y, como estos, podríamos citar otros muchos ejemplos de genios estraordinarios que fueron maestros de sí mismos. No es, pues, fenómeno desconocido instruirse el hombre con la letra viva de la esperiencia en la escuela del mundo, ó con la voz muda de los libros en el aula silenciosa del retiro. En las obras de Cervantes hay mas indicios de haber cursado en estas escuelas en donde la palabra del maestro resuena en el interior desde la cátedra de la conciencia propia, que no en las otras en donde suele perderse en el espacio. No obstante, con loable intención, sin duda alguna, y poseídos del mismo espiritn que hace á los pueblos enaltecer sus orígenes y á los poetas elevar sus héroes, se ha pretendido por los biógrafos, que Cervantes tuvo estudios universitarios, como si el manejo de los Bártulos y Baldos añadiese algún mérito al que tanto alcanzó llevado de sus propias inspiraciones. Cierto es que tampoco le quita; pero los fundamentos mas sólidos son los que han de inclinar la balanza al uno ó al otro lado, y no el benepiácito y autoridad de los críticos. De otro modo, ¿cómo poner puertas al campo espacioso en que puede correr libre el humor vario de los escritores, cuando se sabe que no se sabe apenas de la vida privada de nuestro novelista? Así apareció un biógrafo de imaginación peregrina y por demás aficionado á lo pintoresco, que no vaciló en escribir las siguientes lineas: «Cervantes fue destinado para la Iglesia, ó para la profesión de la medicina; pero no teniendo la aplicación metódica que se requería de él, se aplicó á los versos.» Base de esta estraña aserción, han sido las contrarias opiniones de los nacionales, todas destituidas de fundamento, respecto á la enseñanza universitaria de nuestro Ingenio. Lo estraño es, que habiendo en su obras tantos aforismos jurídicos y tanto conocimiento de la fraseología forense, no se le antojase decir que probó también d estudiar la ciencia de Paulo y de Ulpiano. No queremos disminuir la responsabilidad de este escritor; pero bien examinado el caso, su versión solo peca por los detalles. Si estuvo en una universidad, no es gran cosa adelantarse á decir que estudió cánones, en el país en que se repetía á cada paso que todos los españoles eran frailes: mucho mas, autorizado con el ejemplo de nuestros célebres poetas tonsurados. No seria dislate el creer que hubiese saludado la ciencia de Esculapio, quien supo también pintarnos la melancolía; y mas si leyó el opúsculo de nuestro doctor Morejon, en que lo compara á un genio de la vecina Francia, célebre en los fastos de la medicina. Navarrete habia dicho antes, que estudió en Salamanca la filosofía, y en efecto, si á conocimientos vamos, habrá quien con razón pueda adornarle con el diploma de jurisconsulto, para que en las borlas de su bonete luzcan los cuatro colo- res, verde, amarillo, azul y encarnado con que se distinguen en claustro pleno los doctores.

Don Blas Nasarre fue el primero que apuntó la idea hasta ahora mas verosímil sobre la educación científica de Cervantes, haciéndole alumno del estudio de Hoyos. Otros, siguiendo la opinión de D. Nicolás Antonio, habían podido conjeturar que se doctrinase en Sevilla, de donde este erudito le hacia natural; pero se ha demostrado plenamente que nuestro escritor no visitó la Andalucía antes de su cautiverio, y al mismo tiempo está fuera de duda de que en 1368 concurría á oír las lecciones de aquel maestro. Ya se deja entender que á la edad de veintiún años, y no enseñándose en aquellas aulas facultades superiores, la ciencia que pudo adquirir Cervantes no pasaría del conocimiento de la lengua latina principalmente, y de algunas nociones sobre historia, religión y literatura, y aun estas fueron incompletas,si se atiende al corto número que medió entre la apertura del citado estudio, verificado en 29 de enero de 1568, y la época en que se supone que salió Cervantes de España, que debió ser hacía fines del siguiente. Esto no obsta para los aprovechamientos que pudiese hacer, en breve tiempo, una inteligencia tan viva y para congeturar «que antes debería creerse que estudió las hu- manas letras en la Universidad de Alcalá, donde acaso estaría enseñándolas el M. Hoyos que vendría á la oposición de la cátedra de Madrid, traído del amor á su patria; y hallándose con él sudiscípulo con motivo de las