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Venían después una porción de personajes, á los que no pude repartir un papel importante en la comedia ó drama de la vida de nuestro protagonista. Un teniente de artillería, muy espetado y grave en su elegante uniforme de gala: un individuó en mangas de camisa: un abogado, de toga, y escribiendo un alegato: un caballero, embozado hasta las cejas en su capa y calado el sombrero hasta las mismas: un señor cura, que sin gran trabajo podría creerse el encargado y banquero de nuestro héroe: un amigo y su hermana; y por último, dos jóvenes con caretas, petos, guantes y floretes.

El retrato siguiente era tan típico, de una fisonomía tan marcada y característica que no era posible equivocarse.

Todo el mundo hubiera reconocido, como yo en él, á la patrona de la casa de huéspedes, que servia de albergue en Madrid al hijo del señor juez. Y no era me nos precisa y determinada la siguiente fotografía, tanto que nadie vacilaría en decir que la jóven , que representaba, era la hija de la mencionada patrona.

Esta hija de la patrona ya me da en qué pensar.

Sin duda el estudiante va perdiendo la inocencia que conservó en el hogar doméstico y va aprendiendo las miserias de la vida.

Sigue á la hija de la patrona un individuo vuelto de espaldas. Lo que es yo no me comprometo á reconocerle de ese modo.

En seguida viene un señor doctor en trage académico con el bonete laureado, la muceta, sobre ella la me dalla de catedrático y la de una academia , y la severa toga. Y á continuación un grupo de licenciados, entre los que fácilmente se reconoce á nuestro protagonista.

No es preciso hacer un gran esfuerzo de imagina ción para adivinar que el señor catedrático ha sido el padrino de grado de aquellas esperanzas en flor «le nuestro foro. Cátate, pues, á Periquito hecho fraile, es decir, á nuestro héroe hecho todo un abogado.

Y con esto paréceme que hemos repasado hasta veinte y seis retratos, ó sea la mitad del álbum.

No sé por qué me imagino que hasta aquí el elemento femenino ha ocupado pequeña parte en la vida cor tesana de nuestro héroe; amigos, condiscípulos, cono- 1 cidos, tales son las fisonomías que nos ofrece el álbum. Sin duda no se había borrado aun por completo de la memoria del estudiante el recuerdo de aquel diablillo de catorce años, que había quedado en su pueblo: tal vez entre los trabajos escolares y el bullicio de las di versiones madrileñas se aparecía á nuestro jóven con frecuencia aquella cara entre burlona y llena de ternura, y presumo que habría como dice Éguilaz

papeles, que van y vienen,
quejas, que vienen y van.

Pero sigamos con nuestros retratos, y á las primeras de cambio nos tropezaremos , ocupando el número veinte y siete de aquella galería, con un señor, jefe superior de Administración , director general sin duda en algún ministerio.

Este señor me huele francamente á protector. Acaso en otro tiempo fue amigo ó condiscípulo del señor juez, y éste le recomienda ahora su hijo el flamante abogado para que que le proporcione una placita en su dirección.

Sí abrigara alguna duda sobre el particular los retratos siguientes la disiparían al momento: todos ellos tienen un carácter tan burocrático, un aspecto tan oficinesco, que no vacilo en afirmar que el señor director general cumplió como bueno y antiguo amigo del respetable juez y colocó á nuestro protagonista. Lo que no puedo adivinar por el álbum es si el nuevo abogado sentó plaza con 6, 8, 10, 12 ó 14,000 reales de sueldo: confieso que mi perspicacia no llega á ese extremo.

Pero hablaba de los compañeros de oficina de nuestro héroe y los cinco retratos que clasifiqué como tales eran otros tantos tipos oficinescos. El primero era la vera efigies del empleado antiguo rutinario, inútil por completo sacándole de sus fórmulas cancillerescas y adorador de las sutilezas del espendienteo mas minucioso: el segundo era una figura inteligente y espresiva, que debía corresponder á un empleado de buenos estudios universitarios que utilizaba luego dignamente su talento, siendo el alma de su oficina: seguía después el pollo insulso, que ha ganado á duras penas el título de licenciado, que sienta luego plaza con 12 ó 1-1,000 reales, que va únicamente á la oficina á leer la Gaceta , murmurar de los jefes con sus compañeros y fumar cigarrillos ó escribir á su novia, dejando que desempeñe su negociado el escribiente á sus órdenes. Escribiente dije, pues, dos notables ejemplares de este tipo eran los dos retratos siguientes, atildado y pulido el uno, con la melena muy bien rizada, el naciente bigote bien arreglado y dado de cosmético y oliendo, en fin, á gacetillero á diez leguas á la redonda; el otro por el contrario, hombre ya de edad, seco, macilento y mal perjeñado.

(Se continuará)

ENRIQUE FERNANDEZ ITURRALDE.


LA PASTORA INOCENTE.


IMITACION DE BERANGER.


—Alegre el ave canora
nos anuncia un bello dia:
vente conmigo pastora
á recoger al aurora
las flores que mayo envia.
Te contare mis amores
en la sombría enramada,
do cantan los ruiseñores.
—Yo, señor, no quiero flores...
Me esperan en la majada.

—En la cabaña tu hermano
el hato guarda contento :
dame pastora la mano,
y sígneme por el llano
que quiero contarte un cuento.
Un cuento, que quien lo sabe,
de la dicha deseada
tiene en su mano la llave...
—Será cuento que no acabe...
Me esperan en la majada.

—Escucha la historia, pues,
de la bella campesina
que casó con el marqués,
y es feliz, y rica es,
y á las reinas se avecina.
Si de este mundo la gloria
acaso, niña, te agrada,
apréndela de memoria.
—Es muy añeja esa historia...
Me esperan en la majada.

—No te vayas, ven acá ;
te diré unas ¿raciones
que son remedio y maná
contra todo lo qué dá
al alma tribulaciones.
Mira que el mundo nefario
tu alma tiene asediada,
y el orar te es necesario...
—Aquí traigo mi rosario...
Me esperan en la majada.

—Mira, en fin, el resplandor
de los brillantes que apiña
esta cruz de gran valor:
en el cuello de una niña
será talismán de amor.
Tómala, niña preciosa,
y en tus gracias bien lograda,
osténtala más hermosa.
—¡Esto es, señor, otra cosa!...
¡Que esperen en la majada!

J. Ferrés y Viñolas.


En el instituto real de Londres ha comenzado el profesor T. Ruperto Jones, la primera de una serie de tres conferencias ó lecciones sobre los animales mas elementales y sencillos en su organismo. Después de hablar de la universalidad de la vida y de su variedad inmensa, asi en el reino vegetal como en el animal, procedió á hacerse cargo del carácter general de la familia denominada Protozoa y de los grupos en que se divide. Escogió el amæba como tipo del grupo y le describió como una masa globular de gelatina semitrasparente, con manchas y vacíos, y destituido de toda organización visible, tal como boca y estómago. Sin embargo, por medio de los procedimientos llamados falsos pies, ó pseudopedia es capaz de moverse en el agua adherido á cualquier sustancia alimencia y logra embeberla y apropiarla á su propia estructura. Esta es la forma mas inferior de la vida animal, y ejecuta todas las operaciones de locomoción, digestión, etc., sin los aparatos de que están dotados los animales de órden superior. Por medio de grandes diagramas, el profesor mostró los caracteres que distinguen al Protozoa submarino, á saber, los gregarinidos, ó animales que solo presentan una acumulación de celdas, y que viven como parásitos en los intestinos de insectos y gusanos: los rhizopodos, seres semejantes á partículas de gelatina, y los espongidos que marcan la línea divisoria entre las masas que llamamos esponjas, y los infusorios, variedad infinita de formas existentes en el agua. Estos seres tienen diversidad de tamaños desde el de las esponjas hasta el pequeñísimo de los foraminiferos, algunos de los cuales no esceden de una milésima de pulgada. Por último aludió á la gran importancia de los sarcodos de que estas criaturas microscópicas están compuestos, y que constituyen una parte de nuestro sistema nervioso, y admiró la suma inmensa de vida existente en las aguas del Océano , cuyos lechos están formados en gran proporción del duro, calcáreo y silíceo tejido de los foraminiferos y otros grupos de la familia Protozoa.


RUFINA

ó UNA TERRIBLE HISTORIA.

(continuacion.)

En los tiempos de mis abuelos hubo en esa hacienda que habéis dejado á la espalda, cuando os dirigíais á mi choza, una familia honrada, compuesta de un anciano, que había envejecido en ella al servicio de sus dueños, y un hijo suyo que se había criado en la casa, y qué á los pocos años de matrimonio, perdió á su mujer, de la cual le quedó una niña.

El anciano se llamaba el tio Pablo, era estimado de todos por su honradez, habia servido con lealtad á su dueño y los hijos de éste, y los hijos de sus hijos le consideraban como de la familia.

Andrés, el hijo del tio Pablo, era tan querido como su padre, porque tenia sus mismas virtudes; había trabajado, como el, incesantemente, por acrecentar la hacienda que su amo le tenia confiada, y cuando el pobre viejo, á quien debía la vida, acabó de romperse y quedó inutilizado y ciego, fue él encargado en la dirección de todas las faenas de la labranza.

El amo, que era de su misma edad, que habia jugado con él cuando ambos ¡eran niños, y que tenia buen corazón, le estimaba como á un hermano y tenia en él una confianza ciega. El tio Pablo y Andrés eran felices, cuando Dios llamó á la esposa de este último á su seno, dejándole como memoria á la tierna criatura que habia sido bautizada en los brazos de sus amos y recibido el nombre de Rufina.

La niña tenía apenas dos años, cuando su madre mu rió; era muy hermosa, y sus padrinos se empeñaron en llevarla á Sevilla, para educarla en su propia casa, lo cual el padre no podía hacer en el campo. El tio Pablo y Andrés consintieron en ello, aunque con disgusto, y la niña fué conducida á la casa de. Don Félix con regocijo de su esposa, porque ellos no tenian mas que un hijo de doce años, enfermo siempre, y que daba pocas esperanzas de prolongar mucho tiempo su vida.

Fernando, que asi se llamaba el jóven, recibió á la huerfanita como á una hermana; y como todas las naturalezas débiles, encontrando en la niña un cariño franco, una solicitud y una ternura, estrañas hasta cierto punto á su edad, le consagró también un amor mezclado de gratitud , y empezó á vivir en ella y por ella.

Al paso que Rufina crecía en edad, en gentileza y en hermosura, Fernando fue venciendo también su enfermiza constitución, y en el tránsito de la pubertad adquirió todo el vigor y robustez de que habia carecido en la infancia.

El jóven fue entonees dedicado por sus padres á una carrera, y empezó á estudiar con aprovechamiento para ser abogado.

En este tiempo murió la esposa de don Félix. Rufi na contaba ya diez y seis años y Fernando veintidós.

La huérfana, cuya inteligencia y disposición eran admirables, recibió el cargo de la dirección de la casa; y su padrino, que tenia el proyecto de enlazarla con su hijo, cuando este concluyera sus estudios , completaba al mismo tiempo la educación de la jóven, para que ocupara dignamente el lugar que le tenia destinado. Fernando amaba á Rufina con ternura; habia dado siempre muestras de ser un hijo obediente, y jamás habia causado el menor disgusto á sus padres; pero los consejos de un falso amigo le desviaron de la senda del deber, ocasionándole, con la agena, su propia des gracia.

Al llegar aquí, el anciano narrador quiso tomar un respiro ; la bota circuló como un agradable paréntesis; encendimos nuestros cigarros; volvió á añadirse leña á la ya amortiguada lumbre; y al cabo de algunos minu tos nos dispusimos todos á escuchar, y el pastor á pro seguir su interrumpida historia.

VI. EL ROBO DOMÉSTIC0.

Uno de los amigos mas íntimos que tenia el jóven (continuó el tio Fierabrás, después de limpiarse la boca con la manga de su ehaqueta de jerga), era un man cebo, llamado Martin, cuya ocupación esclusiva era el juego con todos los demás vicios que acampanan siempre á esa pasión desdichada.

Martin concluyó por ganarse el corazón de Fernando; le hizo tomar parte en todas sus orgías; pasar no ches enteras fuera de su casa; dando á su padre infinitas desazones y haciendo derramar á la pobre Rufina lágrimas de profundo dolor, que devoraba en silencio.

El falso amigo de Fernando habia visto en diferentes ocasiones a la hija de Andrés, y estaba perdida mente enamorado de ella. La jóven habia recibido siempre con indignación las protestas amorosas que aquel se habia atrevido dirigirle , y este era un nuevo incentivo á la pasión del desairado mancebo.

La última vez que este tuvo ocasion de hablar á Rufina, para recibir, como siempre, una repulsa, la amenazó con que habia de vengarse de una manera cruel de sus desdenes.