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paredes para no caer bajo el pe so de la vergüenza que su pro pia conducta le inspiraba. Cuando llegó al cofre, ajustó, después de una nueva vacilación, la llave fatal con temblorosa ma no á la cerradura ; giró en tor no de sí los llorosos ojos en me dio de la oscuridad, y abierta la tapa, sus dedos crispados por la convulsión de la fiebre tocaron el oro. Al mismo tiempo , abrióse la p ieria do la habitación de don Félix, y éste se presentó con una luz en la mano delante de Rufina que, lanzando un jirito de horror, cayó al suelo desma yada. —¡Pobrecilla ! exclamaron ¡í una vez todos los que compo nían el atento y conmovido au ditorio del tío Fierabrás, que sa tisfecho del interés que su nar ración escitaba, continuó al ca bo de algunos instantes. (Se continuara.) J. SÉ M. GllTIEIlREZ DE Alba.

MÉJICO.— JAROCHO Ó CIÑETE DE LA TIERRA CALIENTE.

La joven se sonrió con desprecio, y Martin comenzó desde entóneos á preparar su venganza. Fernando tenia delante de los ojos esa venda fatal enn que el vicio nos ciega, hasta precipitarnos en el abismo; Martin era para él un oráculo, y seguía sin vacilar todos sus consejos, por depravados cpie fuesen. Por instigación suya, el hijo de don Félix tuvo la debilidad de recurrir á Rufina en una de sus pérdidas al juego, en que había contraído una deuda do honor con una persona desconocida. Rufina amaba á Fernando, y el amor tiene sus goces en el sacrificio. La joven vendió un collar que conservaba de su ma dre; reunió la cantidad necesaria para salvar el honor de su amado, y, sin que él la viese, se la dejó en su aposento, con una carta que decía así: (Despierta, Fernando, y vuelve al cariño de tu padre y á la ternura de la que otras veces te merecía el nom bre de hermana.» Fernando tomó aquel dinero, sin cuidarse de donde procedía; volvió á jugar; y volvió hallarse en los mis inos apuros. Su padre que le amaba con ese. amor que solo los padres tienen por sus hijos, intentó, como medio de corregir sus desórdenes, enviarlo á continuar sus es ludios á Salamanca, por ver sí por nuevos y mejores amigos se mejoraban también sus costumbres. El joven aceptó, por huir de Sevilla, donde le ase diaban de continuo sus acreedores; pero antes de par tir, y guiado siempre por su fatal consejero, se propor cionó una llave con la cual robó á su padre una gruesa suma , que disipó alegremente en compañía de su amigo. Don Félix advirtió la falta de aquel dinero; dudó de lodos, menos de Fernando; calló para descubrir mejor el autor del crimen, y empezó á observar á todos los de la casa. Tres (lias hacia que Fernando se habia despedido de su padre y de Rufina, cuyos ojos aun no se habían en jugado; pero, en vez de partir para su destino, el jo ven se habia quedado oculto en Sevilla , después de perder hasta el último real de los que le había entre gado su padre. Volver ¡í su casa era imposible; imposible también partir para Salamanca, sin dinero. Entonces se ¡irrepentió de su conducta; pero ya era tarde. ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? A Rufina. Martin lo aprobó, y él mismo dictó la carta que ha bían de dirigir á la jóven. Éste era el último y el más seguro lazo que le podia tender para perderla, cono ciendo el amor que ella profesaba á Fernando y de cuánto es capaz una mn¡er que ama.

La caria de Fernando á Rufina estaba concebida e:i es'os términos: «Acabo de cometer la última locura; en vez de salir para Salamanca, he permanecido oculto en esta ciudad, donde el vicio, de que reniego para siempre, me ha de jado sin un real para emprender mi viaje. Si en gracia de mi sincero arrepentimiento quieres salvarme otra vez de la deshonra y de la muerte, envíame sin falta quinientos ducados al lugar que el dador te indique, al entregarte la llave bajo la cual mi padre oculta sus riquezas. Si éste llega á saber mi situación, ó si á las seis de la mañana no he recibido la suma , á las siete ya habrá dejado de existir tu desgraciado hermano Fernando.

ADVERTENCIA á los señores suscritores y Agentes de El Museo Uni versal , en Buenos-Aires , Montevideo, sus provincias y el Brasil; asi como á los Edi tores. Libreros y negociantes tle Es¡mfia. Habiendo celebrado un con trato esta Empresa con el señor don Federico Real y Prado, ad vertimos que desde esta fecha dicho Señor y sus Agentes son los únicos y exclusivos que po drán recibir suscriciones á núes!ra publicación; por lo que suplicamos á los seño res Agentes en dichos puntos y a los negociantes de España, que se entiendan para sus pedidos con el ex presado (Ion Federico Real y Prado, toda vez que no serviremos en lo sucesivo ni un solo ejemplar de nues tra publicación en dichos puntos, sin que venga auto rizada la petición por el expresado don Federico Real y Prado, de Huenos-Aires. Madrid l.° Enero de 186». A. de Garlos.

OKROGLIFICO. SOLLCION DEL GEROGIÍFICO DEL NÚMERO ANTERIOR.

La carta y la llave llegaron á poder de Rufina á las El soldado lleva su libertad encerrada eu un canuto. ocho de la noche. Al mismo tiempo, don Félix recibía otra carta anónima que sólo contenia estas palabras: «Vigilad, que esta noche debe llevar otro asalto vues tro tesoro.» Los" ojos de la joven se habían quedado por largo tiempo lijos sobre el papel que acababan de entregarle; conocía sobradamente la letra de Fernando para dudar de que su mano hubiese trazado aquel fatal escrito; pe ro no podia convencerse de que el hijo de su bienhe chor, su amigo inseparable de la infancia, su hermano, como él mismo se decia, le propusiese un crimen y le enseñase el camino para cometerlo. Si el plazo fatal que se le lijaba hubiese permitido al guna dilación, la joven no hubiera vacilado en desha cerse de las últimas prendas que le quedaban de su madre, para salvar al desgraciado mancebo; pero este medio era absolutamente imposible en aquella noche. La infeliz huérfana se encerró en su cuarto á meditar y á llorar, sin encontrar consuelo, y sin atreverse á to mar una resolución definitiva entre el crimen que ha bia de deshonrarla y envilecerla y la muerte del hom bre á quien amaba con toda su alma. Al fin este sentimiento triunfó en la lucha sosten da contra el deber, y la nieta del tio Pablo se decidió á to mar la suma que debía salvar á su amante, con la in tención de volverla á su puesto , tan pronto como la pudiese adquirir, vendiendo cuanto le restaba. Las habitaciones que ocupaba don Félix estaban po co distantes de la suya, sobre todo aquella en que se hallaba el mueble, cuya llave se le habia enviado. A las doce de la r.o -lio, cuando todo estaba en silen La solución de éste en el próximo número. cio, la joven salió de su cuarto, trémula y casi privada de acción para consumar el hecho de que ella misma se horrorizaba; pero el temor de perder á Fernando ABELARDO DE CARLOS, EDITOR. para siempre en el instante en que empezaba su arre ADMINISTRACION. CALLE DE BAILEN, NIÍM, i. — MAI pentimiento, le prestó las fuerzas necesarias para pro IMPRENTA !>E CiFPAR Y BOIÚ. seguir, y continuó adelante, sosteniéndose contraías