Página:El museo universal 1869.pdf/52

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

colgándose por un balcón y ocultándose entre los matorrales, pretendía huir de la sombra de su propio crimen que obstinada le perseguía.

Al encontrar don Félix el cadáver de su hijo y junto á él aquellos dos hombres horrorizados, inmóviles y silenciosos, gritó, demandando justicia al cielo y á los encargados de administrarla en la tierra.

Cuando preguntaron á Andrés quién habia cometido aquel crimen , contestó con voz firme y segura:

—Yo.

Cuando hicieron al tío Pablo la misma pregunta, respondió de igual manera v sin inmutarse:

—Yo.

El padre se confesaba criminal, por salvar á su hijo, quien creía delincuente; el hijo hacia la misma confesión por salvar á su padre.

Los dos inocentes fueron conducidos á la cárcel, donde murieron ib; dolor antes de ser sentenciados.

Rutina, probada su inocencia, entró en un convento de religiosas, donde al cabo de algunos años de vida ejemplar, dejó de existir entre los hombres para ir á reunirse en el cielo con los mártires.

Don Félix, sin poderse consolar de la pérdida de su hijo, fundó con sus bienes una obra piadosa y se retiró también á acabar sus días en un monasterio.

—¿Y Martín? preguntamos todos.

—Ese ns el fin de mi historia, respondió el tio Fierabrás: y. después (pie echemos un trago y algunas bocanadas de humo al viento, acabaré de contarla.

VI.

Luego que la exigencia del anciano pastor quedó cumplida, éste volvió á tomar la palabra, y concluyó así:

—El verdadero criminal anduvo errante por esos campos una gran parte de la noche, sin podor desechar de su imaginación, ni el asesinato que acababa de cometer, ni la imagen de Rufina.

—Por poseerla sólo un instante, exclamó al fin el desventurado mozo, en medio de su desesperación, hubiera dado contento mi alma al diablo, que es lo único que me queda.

No bien hubo pronunciado estas palabras, cuando vio aparecer delante de sí un gallardo mancebo ricamente vestido, que le habló de esta manera:

—Si eres hombre capaz de cumplir lo que ofreces, yo te prometo que esta misma noche quedarás complacido.

—¿Quíén eres? le preguntó Martin.

—El diablo, contestó el misterioso personaje. Eso no te importa.

—-¿Cómo me probarás tu poder?

—Como tú quieras.

— ¿Me pondrás en posesión de Rufina?

—Esta misma noche.

— ¿Bajo qué condición?

—Bajó la que tú mismo has impuesto al evocarme.

—¿Por cuánto tiempo será mia?

—Por todo el que yo necesite para levantar á tu alrededor, en cuanto tu vista alcance, un muro de piedras, que oculte tu felicidad á las miradas de todo el mundo.

Martin tendió la vista hacia un lado y otro; calculó la distancia y dijo:

— Acepto.

—Dame la mano.

— Tómala.

Y el diablo estrechó la mano del joven y dejó en ella grabada la marca del infierno.

Aquélla misma noche se le volvió á presentar el mismo personaje, trayendo de la mano una figura cubierta con un blanco velo; cuando éste se apartó de su rostro, Martin reconoció á Rufina y corrió á abrazarla.

En el mismo instante se escuchó un ruido tremendo; las piedras parecía que se levantaban por sí mismas é iban á colocarse en el muro fatal, que se halló inmediatamente, terminado; la máscara, que se asemejaba al rostro de Rufina, desapareció de repente, y Martin contempló entre sus brazos el ensangrentado espectro de su amigo, que con voz de trueno le gritaba.

—¡Ven á participar conmigo del fruto de tus obras!

Y esto diciendo, lo levantó por los aires y entre una legión regocijada de los espíritus de las tinieblas, se precipitó con él en el profundo abismo dejando para eterna memoria en aquel lugar el .pozo por donde se hundieron y la cerca formada por el diablo, que conservará para siempre su nombre.

VIII.
FUNDAMENTOS DE ESTA TRADICIÓN.

Cuando el viejo acabó de narrar su historia, todavía era de noche; yo me empeñé en ir á aquella misma hora al pozo que despedía fuego, y uno de los más determinados me acompañó, para mostrarme el camino.

Antes de llegar á él, observé en efecto que de la tierra se desprendía una especie de vapor luminoso, por cuyo carácter conocí desde luego cuál era la verdadera causa que lo producía. El terreno aquel se halla impregnado de materias fosforescentes que con la humedad producen su natural efecto.

La ignorancia de estas sencillas causas, la imaginación vehemente de los habitantes de aquellos contornos y la superstición, que todavía allí es muy poderosa, han bastado para dar existencia y forma á esta y otras muchas maravillas.

En cuanto á la cerca ó muro de piedras , que allí se cree levantado por el diablo en una sola noche, no encuentro otra razón más natural en que la opinión del vulgo pueda fundarse , sino en la ignorancia absoluta del tiempo en que se hizo, que sin duda debe ser muy remoto.

José María Gutiérrez de Alba.


LIBERTAD DE ENSEÑANZA.

—¡Que va á venir un guindilla!
—Que venga quien le dé gana.
Cada uno entiende á su modo
La libertad de enseñanza.

LIBERTAD DE CULTOS.

—Yo defiendo mi derecho!
—Vamos al cajon, borracho.
—¿No hay libertad de cultos?
Pues yo estoy por el de Baco.

GEROGLIFICO.
SOLUCIÓN DEL GEROGLIFICO DEL NÚMERO ANTERIOR.

El mayor enemigo de los abaniqueros es el aire.

La solución de éste en el próximo número.

ABELARDO DE CARLOS, EDITOR.

ADMINISTRACION, CALLE DE BAILEN, NÚM, 4. — MADRID.

IMPRENTA DE GASPAR Y ROIG.