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Alvaro tenia veinte años; era de pequeña estatura y sus miembros tenían poco vigor; pero su talle era esbelto y gracioso; sus ojos azules estaban llenos de encantos, y hermosos cabellos rubios se agrupaban formando bucles alrededor de su cabeza. Alvaro tenia mucho partido con las muchachas del país.

Pero sólo Teresa había sabido agradar al catalán.

Apacible como la oveja de los campos de Tarragona, había jurado, desde la edad de quince años, no ser de otro que de Alvaro, y al fin veia realizados sus ensueños de amor.

La ceremonia nupcial ha terminado: los novios salen de la iglesia. De repente, un hombre de estatura atlélica, se acerca á Alvaro. Su rostro tiene una expresión feroz; en su incierto paso hay algo que asusta. Toda su persona revela un extraordinario desórden: este hombre se llama Gómez.

—Alvaro, dijo el atleta en voz baja, yo amaba á Teresa antes que tu. Tú acabas de pronunciar un juramenso ante el altar del Señor; yo también, y hé aquí el mió: he jurado que mi puñal te sacrificará el dia que en un lugar apartado, lejos de los hombres, nos encontremos cara a cara.

Y Gómez desapareció entre la gente.

Nada se escapa al corazón de una mujer amante. Y aunque las palabras amenazadoras de Gómez sólo fueron pronunciadas al oido de Alvaro, y de manera que nadie las escuchase, Teresa, si no las había oido con claridad, al menos las había adivinado perfectamente. Sus mejillas palidecieron y su felicidad desapareció.

Gómez, enamorado tiempo hacia de sus gracias, la había pedido por esposa: era el más temido y el más valiente de los contrabandistas del pais: celoso, vengativo y feroz, era un prodigio de fuerza y de audacia: pero sus sentimientos, con exceso apasionados, asustaban á las jóvenes, y Teresa le había rechazado mil veces.

Tarragona, sitiada á la sazón por la armada francesa se defendía con valor; pero la artillería de los héroe, del imperio derribaba cada dia nuevos lienzos de pared de los numerosos fuertes que la rodeaban.

Pronto apareció una brecha practicable: el general Suchet, después mariscal de Francia y duque de la Albufera, intimó la rendición á los rebeldes, ó de lo contrario, hombres, mujeres, soldados, niños, viejos, todos serian pasados á cuchillo y la ciudad entera entregada, durante tres dias, á todos los horrores del pillaje.

¡Inútiles amenazas! Los tarraconenses y sus defensores no quieren capitular, y sólo contestan con el insulto y las provocaciones á los parlamentarios del jefe sitiador. La señal terrible está dada: los franceses suben á la brecha, y sobre los muros de Tarragona se escucha el toque de alarma.

Hacia quince dias que Teresa se había casado.

—¡Alvaro!... esclama, ¿no has escuchado? El asalto vá á empezar. El toque funesto ha sonado: ¡Alvaro estamos perdidos!

—¡Ay de mí!... replicó el catalán; yo lo había previsto y anunciado; nada resiste á la intrepidez francesa. ¡Diosmio, qué gritos!... ¡Oh! la ciudad ha sido tomada. ¡Y tres dias!... ¡tres dias de mortandad! ¡Nos matarán á todos esos bárbaros!

—¡Virgen Santa! ¡ten piedad de nosotros! dijo Teresa arrodillándose. Sólo por Alvaro te imploro. ¡Toma mi vida, pero salva la suya!

—¡Ven, Teresa, el cielo me inspira!

Y Alvaro, diciendo estas palabras, arrastró á su compañera hácia un pozo bastante ancho, situado en me dio del patio de su casa. El pozo estaba seco.

—Tomemos víveres para tres dias, exclamó Alvaro apresuradamente, y bajemos al fondo de este pozo.

(Se continuará.)

J. B. P.


Escenas de cuentos orientales.
Escenas de cuentos orientales.

ESCENA DE CUENTOS ORIENTALES.— EL HOMBRE PÁJARO.




AJEDREZ.

PROBLEMA NUM. 120.

POR DON M. ZAMORAL. (ALMERÍA).

NEGROS.

BLANCOS.

LOS BLANCOS DAN MATE EN CUATRO JUGADAS.

SOLUCION DEL PROBLEMA NÚM. 119

Blancos.

1.ª C 4 D

2.ª C 1 T jaq.

3.ª A 3 D

4.ª T t P jaq. mate.

Negros.

1.ª T 6 A R (A)

2.ª P t C

3. Cualquiera.


1. " 2. " C tP 3." C 6 Djaq. desc.

(A) I.' TtPA 2." P 6R (1) (2). 3." R 5 D

3.' A t T

(0 2. ' P t A 3.* R 4 I)

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n 3.' í.' C t A jaq. mate.

(2) 2. ' A Ü 11 3.' P 5 D


SOLUCIONES EXACTAS.

Señores R. Cañedo, J. Luxan, E. Castro, G. Domínguez, G. González, M., Zafra, E. Cañedo, H. Sierra, J. Rex, J. Jiménez, D. García, de Madrid.— —A. Galvez, de Sevilla.—A. Calvet, de Barcelona.


GEROGLIFICO.

SOLUCION DEL GEROGLÍFICO DEL NÚMERO ANTERIOR.

El corazón compasivo es la esperanza del pobre.


La solución de éste en el próximo número.


ABELARDO DE CARLOS, EDITOR.

ADMINISTRACION, CALLE DE BAILEN, NÚM. 4. — MADRID,

IMPRENTA DE GASPAR Y ROIG.