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soro y hecho mil maravillas; todo de pronto, caminando á saltos ; pero está visto que lo que mas aborrecen los pueblos salvajes es la organización, y que el civilizar una raza no es obra de pocos anos.

Otro importante hombre de Estado acaba de perder la Francia en la persona del marqués de Moustier, últimamente miembro del ministerio, quien después de una enfermedad que ha ofrecido varias peripecias, bajó al sepulcro á la edad, todavía media, de cincuenta y cuatro añoj. Fue este diplomático hijo de familia pro testante, y se educó en esa fe, destinado para la car rera de los negocios públicos desde edad temprana. En 1849 fue diputado á la Asamblea legislativa y nom brado embajador en Berlín en 1853. Sucesivamente lo fue en Viena y en Constantinopla hasta 1866 en que se le confió la cartera de Estado por renuncia de Drouyn de Lhuys. Dícese que dimitiu su cargo por causa de enfermedad , pero otros creen que enfermó de resultas de la separación de su cargo. De todos modos, la Francia ha perdido un consejero hábil y experimentado.

Desgraciadamente, y contra lo que se esperaba , la situación de nuestras antillas, vuelve á presentarse por extremo alarmante y desconsoladora, reduciéndose todo á una penosa incertidumbre que es el peor de todos los majes. La agitación es general. Los hombres, de dis tintas clases y condiciones toman las armas y salen al campo á arrostrar toda suerte de peligros.

En la Habana, y en el resto de la Isla, todos están armados, tomando parte en los encuentros con la tropa las gentes de color, las mujeres y hasta los niños. Dios quiera poner liento en los gobernantes en momentos tan supremos, y concederles la discreción para subsanar los males que no supieron impedir.

Y ya que de nuestras antillas hablamos, menciona remos que la prensa extranjera se ha ocupado mucho en estos días en el asunto de abolición de la esclavitud que se dice será consignada en la nueva constitución española, y con este motivo se da mil plácemes y en horabuenas, ponderando la rapidez con que ha ganado terreno la causa de la humanidad. Dos años apenas hace que la institución de la esclavitud de los negros parecía todo-poderosa é inquebrantable. Los plantado res que enriquecían con el Irálico de negros, no soñaban ni aun siquiera en la limitación de su órden de industria; an!es se disponían á extender su sistema en todas las regiones tropicales del continente americano, desaliando á la opinión pública del orbe entero. Sus esperanzas se han desvanecido, y la esclavitud va á desaparecer allí donde parecía que se atrincheraba. El Brasil ha abolido el tráfico de esclavos extranjeros, y solo Portugal quedará entre las naciones civilizadas, que le practiquen todavía en la costa de Africa. Esperemos, pues, que esta nación seguirá el buen ejemplo y quede solo relegad: la servidumbre del hombre á aquellos pueblos salvajes que hollando la dignidad de sus hermanos, huellan y prostituyen su propia dignidad.

El Carnaval ha comenzado y concluido con un tiempo tan hermoso, que pedirle mas fuera tentar á Dios, como vulgarmente se dice.- Los madrileños, sin embargo, no respondieron como muchos esperaban á esta muda é insinuante escitacion de la naturaleza. En resumidas cuentas, el tiempo hizo todo el gasto, y se le ha visto caloroso, mientras que la carátula anduvo asaz de fiambre, y la farándula apocada y cari-acontecida. Esta es nuestra opinión, por mas que muchos digan que el primer Carnaval revolucionario ha sido brillante y animado. Cierto es, que se vieron vistosos trajes en el Prado, y encapirotados cocheros y disfrazadas señoras de la nobleza; pero la libertad no es la atmósfera en que se desarrolla y fomenta el deseo de los antifaces y capuces, que son como una necesidad en tiempos de opresión y servilismo. La máscara, en este año de gracia y de revolución, ha sido como un cuerpo sin alma, como un tributo pagado á la costumbre y á la tradición; pero en medio de esto, parecí i que cada enmascarado se decía para su cucurucho: ¿Cui bono? Si la Providencia quiere que continuemos libres por mucho tiempo, sin necesidad de prohibición, se irá acabando este espectáculo nacido en épocas de esclavitud, y poco á poco irá comprendiendo el pueblo que no hay para qué taparse la cara. Lo que sí hemos observado en este año es que el indujo traspirenáico, no contenió con penetrar en todas nuestras esferas, ha invadido la mascaril, quitando la originalidad de invención en que siempre fuimos notables los españolas. Ha habido mucho trage de Pierrot, que dicho sea de paso, no asienta ni cuadra con la gravedad española. A cada cual lo suyo.

Mientras los enmascarados se solazaban el miércoles de ceniza, celebrábase en el paraninfo de la Universidad central una de esas reuniones que honran á los pueblos cultos, y cuyo valor realza en mucho el espíritu de la revolución que hemos llevado á cabo Aludimos á la asociación que , con el título de los Amigos de los pobres, se ha formado en esta capital, y que está destinada asi por el carácter que reviste, puramente humanitario, extra-oficial, y ageno del todo á la política, como por las dignas personas que se hallan al frente componiendo la junta directiva , á prestar necesaria mente inmensos beneficios. Grande aplauso merece que se haga uso de la libertad de asociación para algo más práctico, positivo y beneficioso que las arengas y discusiones políticas, y en verdad que no puede serlo más el objeto de esta sociedad, proponiéndose llevar socorros y consuelos á personas y familias necesitadas, y emplear toda clase de medios con el fin de emancipar á los pobres de la miseria y de su triste cortejo de con secuencias fatales y degradantes. A nadie podía ocultarse que no era propio de una capital civiliza la el as pecto que venían presentando desde hace tiempo las calles de Madrid donde hormiguean los mendigos, los estropeados, y aun las personas al parecer, decentes, y con sus cuatro remos completos y en buen estado para ejercicio. Con la asociación, que esperamos hallará apoyo y protección en todos los vecinos de Madrid, no sólo se remediará la desgracia que llora oculta y vergonzosa; sino que extendiéndose y desarrollándose en varios institutos privados de beneficencia, podránse limpiar las calles de mendigos, dar asilo á ciegos y tullidos, costear lo necesario para conducir á sus pueblos á los forasteros que hacen profesión de la mendicidad buscando los grandes centros de población; y proveer á los que la estrecheza accidental obliga á demandar por las calles, faltos de todo recurso y protección de parte de la sociedad. La beneficencia ejercida por impulsos de sentimiento y amor á los desvalidos siempre produjo efectos maravillosos, á que no podrán llegar nunca todos los tesoros de la beneficencia oficial. Nos felicitamos, pues, por este primero y firme paso, y enviamos á los iniciadores y ejecutores del pensamiento nuestra adhesión y enhorabuena, porque estos son verdaderos frutos de libertad y de progreso en la civilización.

Nicolás Díaz Benjumea.


CONVERSION DE UN INCREDULO.

¡Destino singular de la humana naturaleza! Conde nada á lucha perpetua entre los dos elementos constituvos de su ser, espíritu y materia,—y prescindimos aquí de la moderna escuela Hannemaniana vitalista— apenas logra armonizarlos, para darse razón analítica de algún fenómeno cuyo descubrimiento es un triunfo.

Sea dicho con perdón de la psicología y de la fisiología , yo no había prestado jamás grande atención, ni concedido crédito alguno á la poderosa influencia que sobre el hombre ejerce el fluido magnético, en lo que se refiere á los extraordinarios fenómenos de su aplicación al sonambulismo.

¿Quién habrá exento del pecado de incredulidad en este punto? Y sin embargo de que la razón se resiste á aceptar como verdades los fenómenos de esa ciencia, nuestra propensión á lo maravilloso arrastra y seduce á los mas incrédulos á experimentar ó presenciar al menos experimentos magnéticos, que fomentan la duda en unos, si no convierten á otros en fanáticos partidarios del magnetismo.

Hasta hace algunos años, muy pocos, había yo permanecido completamente libre de esa preocupación fascinadora, que tal la calificaba; y aunque conocía las respetables opiniones de hombres tan eminentes como Deleuce, W.urtz, Puysegur, Tardy, Charpignon, Mesmer, Du Patet, Gautliier y tantos otros distinguidos profesores alemanes y franceses, dedicados al estudio de los fenómenos magnéticos, y sus peregrinas y justificadas narraciones de los hechos y resultados obtenidos en la curación de enfermedades refractarias á todo Iratamiento médico, no habia llegado á alucinar me hasta el punto de consagrar tiempo y estudio á sesemejantes investigaciones: nunca tomé en sério el asunto.

Vino, no obstante, á sorprenderme un suceso tan raro, como podrán juzgar mis lectores en el siguiente verídico relato; su recuerdo me conmueve todavía, después del tiempo trascurrido , y creo que vivirá eternamente en mi memoria.

Un matrimonio modelo, una pareja de esas que realizan en nuestra sociedad la modesta dicha del hogar, se hallaba una noche de invierno rodeando de cariño sa solicitud el lecho de una hermosa niña de catorce años, víctima de una penosa afección pulmonal que puso en grave peligro aquella preciosa vida.

Tranquilizado algún tanto aquel matrimonio por las seguridades con que el médico anunció la feliz terminación de una crisis suprema, y como resultado de ella, iniciada una franca y espontánea convalecencia; mi amistoso cariño había conseguido ya dos noches que Luisa y Julio abandonasen por breves horas el lado de su idolatrada hija Anita, y se retirasen á descansar, confiados en los desvelos con que yo atendería á la preciosa niña, auxiliado de su nodriza Juana, que no abandonó la alcoba un momento siquiera.

Eran las dos de la noche. Reinaba un silencio profundo en la casa, únicamente interrumpido por la igual y tranquila respiración de la enfermita. Juana descansaba en una butaca, cerca de mí: abandoné la lectura, á que por recurso me había entregado, y preparé la tisana.

El ligero ruido que produje despertó á Anita. La dulce mirada de sus hermosos ojos negros, revelaba sensación de un bienestar conseguido a beneficio de aquel sueño reparador:

Hablamos cortos momentos:

—¿Cómo te encuentras, Anita?

—Muy bien, querido amigo. Estoy muy tranquila.

—Veamos el pulso.—En efecto, la sangre circulaba con lentitud, y el calor de la piel era, casi natural.

—Perfectamente; dije. Vamos asegurándonos.

—Dime, ¿se han acostado los papás?

—Sí, Anita; lo hemos conseguido con gran trabajo.

—¡Cuánto me alegro! Que descansen, mientras tu cariño vela por mi.

La hice tomar su medicamento, la recomendé el reposo, y rogué procurase volver á conciliar el sueño.

Juana, la nodriza, profundamente dormida, no se apercibió de nuestro breve diálogo.

Yo habia maquinalmente fijado mis ojos en los de la niña; y sin darme cuenta de nada, la contemplaba poseído de sentimientos diversos. Su tierna edad, su belleza, sombreada por el delicado tinte de la fiebre, los crueles sufrimientos de sus padres, que veían á una hija única luchar valerosa con una enfermedad mortal, y otra multitud de ideas por este órden, venían sucesivamente agolpándose á mi imaginación, sin apartar mi vista de la hermosa criatura.

Ella me seguia también mirando con sonrisa de inefable bienestar. Habia dejado su mano entre las mias, al pulsarla. Asi permanecimos algunos segundos, sin que nada alterase aquel profundo silencio.

De repente Anita lanzó un ligerísímo suspiro, y cerró suavemente sus párpados. Iba yo á dejar su mano, todavía febril, cuando oprimiendo las mias, y al parecer dormida, me dijo con dulcísimo y tranquilo acento:

—No dejes de mirarme. Me haces mucho bien. Sorprendido un tanto por el lenguaje y la actitud reposada de la niña, la pregunté:

—¿Por qué no te duermes, querida Anita?

—Si estov dormida, mi buen amigo.

—¿Dormida, y me hablas?

—Sí, dormida con el sueño magnético. ¿Te sorprende acaso?

—Pero ¿qué dices de sueño magnético, ni de sorpresas?

—¡Ah! ¡Que me has magnetizado, brujo!!...—Y sonreía tranquila, permaneciendo sus ojos cerrados.

Sus últimas palabras fueron un rayo de luz que brilló súbito en mi mente. Por un prodigioso, cuanto rápido, trabajo de imaginación, recordé lo mas esencial de lo que habia leido y oído sobre magnetismo á mis amigos, y procuré ante todo recobrar mí serenidad, temiendo que mí turbación perjudicase al estado de la niña.

En efecto; la casualidad había establecido una corriente magnética, y produjo el fenómeno. Tenia delante de mí una sonámbula espontánea.

Comencé á creer.

Dueño ya de mi espíritu, resolví sacar partido del inesperado accidente , más que por satisfacer una impertinente curiosidad, por aquella interesante niña, cuya salud podíamos lograr á beneficio de sus revelaciones.

—Vamos á ver, hija mía: ¿estás perfectamente dormida?

—¿Pero es posible que seas tan incrédulo? ¿Dudas todavía?

—No; no dudo ya. Necesitaba cerciorarme de la verdad de un hecho que no he provocado, y cuya espontaneidad me sorprendió; pero ya no dudo. ¿Lo ves bien?

—Ciertamente: leo en tu alma la sinceridad de tus palabras.

—Hablemos, pues, un ratito; muy corto, que no quiero abusar de tus fuerzas, débiles todavía.

—Te equivocas: este sueño es reparador y me fortifica. ¡Me encuentro tan animada!

—Dime hija mía. ¿Va á ser tranquila tu convalecencia?

Yo le hacia esta pregunta, recordando referencias sobre la exactitud con que muchos sonámbulos han pronosticado las mas extraordinarias peripecias en el curso de sus enfermedades, con maravilloso acierto.

—Sí; pero muy difícil. Este mal ha causado estragos profundos: estoy muy débil: el sistema nervioso muy excitado.

—¿Tendremos algún acceso? ¿Habrá que prepararse contra alguna crisis? Un tinte sombrío cubrió el rostro de la niña. Sus labios como que se resistían á pronunciar alguna revelación terrible.—Procuré dominar mi espanto, y por un esfuerzo de voluntad la exigí que hablase.

(Se continuará.)

C. Brunet.


MUSEO CIENTIFICO Y LITERARIO.

Entre las notables é instructivas lecciones que en el Instituto real de Londres se dan por profesores célebres, merece especial mención la séríe de esplicaciones que ha comenzado el doctor M. Fosler, sobre los movimientos involuntarios de los animales. Comenzó