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EL CAZADOR. BALADA. I. Atravesando las vegas que el Betis tranquilo baña; de su lebrel precedido, con la escopeta terciada al hombro, mas esperando víctimas en qué emplearla, va el joven don Diego Cceda en una alegre mañana del mes de abril , rodeado de ilusiones y esperanzas. Que es noble don Diego, y piensa que en el juego y en la caza mas bien que en ciencias ó en artes, ocupaciones villanas, un noble emplear su tiempo debe con firme constancia, si un puesto hallar no consigue al servicio del monarca. Ya en el juego y en amores vió su fortuna mermada, y ora por los campos busca los azares que anhelaban sus ilustres ascendientes, que en imitarlos se afana. Mas no pretende, cual ellos, alarde hacer de pujanza duras fieras acosando por las a'speras montañas, que no le agrada el peligro, la astucia sólo le basta; y si tuvo la fortuna de herir con mano bizarra á la tímida gacela ó á la paloma cuitada, de cazador podrá el título ostentar con arrogancia. Por eso el bravo don Diego, por las vegas dilatadas que el Betis riega, camina murmurando estas palabras: «Si en el juego y en amores persiguióme suerte aciaga, hoy me desquito , que es noble, noble ejercicio la caza.» II. Es la fortuna coqueta como bella cortesana, y cruel é inexorable si una vez nos desampara. Tal con don Diego se muestra como nunca despiadada, que si en juego y en amores tuvo suerte asaz infausta, no fue menor su desdicha al ensayarse en la caza. Cien bandos de codornices á su paso se levantan, cien veces las tira y yerra, y se desespera y rabia. Luego ante sus ojos cruza lenta y magestuosa un águila; es la reina de las aves, ¡oh! si pudiera llevarla cual trofeo á sus amigos, ¡cuán dichoso se juzgara! Ya la mide con su vista, la apunta con mano rápida; se oye el tiro, blanca nube de humo á los aires se alza, y.... el águila en tanto sigue, sigue tranquila y pausada. «Maldita mi suerte sea! —furioso el hidalgo exclama;— reniego de mi fortuna, y reniego de la caza. » III. La escopeta bajo el brazo, la frente al suelo inclinada, de polvo y sudor cubierto y perdida la esperanza, triste don Diego camina de regreso á su morada. El cansancio y el despecho hacen más lenta su marcha; mira su bandola y siente verla limpia y desairada, y la mitad de su hacienda diera por hallar un alma benigna, que le cediese dos piezas con que adonarla. Mas ya es tarde; el sol declina, y en la vega solitaria tan sólo el rumor se siente de la brisa perfumada.

Ya regresar le es forzoso que veloz la noche avanza, regresar do sus amigos con festivo humor le aguardan, prestos á burlar con plácemes su derrota inesperada. Mas ¡oh dicha! linda tórtola, de un árbol entre las ramas, calor dando á sus hijuelos dormida está.... ¡infortunada! ni aun el estar en su nido, ni aun el ser madre librarla podrá del plomo: la ha visto; su sentencia está dictada. Ved cómo el vil asesino, por temor de despertarla, a ella se acerca en silencio y con cautelosa planta. Ya el arma cruel dirige á su víctima: inmolada vedla al fin entre sus manos... ¡gloria y prez á tal hazaña! Mañana, cuando la aurora en su carro de oro y nácar se levante, dando al campo viva luz, nueva fragancia, en vano los pajarillos piarán por su madre amada, en vano alzarán su cuello por el espacio buscándola... no volverá nunca el valle á escuchar sus tiernas cantigas, y de hambre y sed sus hijuelos tristes morirán llamándola. Don Diego, feliz en tanto, de su acierto haciendo gala, dirá, la anhelada présa mostrando á sus camaradas: tPor mi honor que fue un buen día: ¡noble ejercicio es la caza!» Sevilla 7 de febrero 1869. José Lamakque de Novoa.

RESTAURACIONES. Bueno fuera que las academias de sabios propusiesen por tema la historia curiosísima é importante del arte de realzar la hermosura, asunto de extensión mas vas ta de lo que parece, porque vendría á tratar directa ó indirectamente, no solo de la historia de los perfu mes y perfumistas con todas sus preparaciones, locio nes, elíxires, ungüentos y aguas virginales, y de las artes que tienen por objeto el cuidado y perfección del cuerpo, sino de las que con ellas se relacionan, que son muchas, sin dejarse en el tintero la noticia de las damas famosas por el uso de los merjurges y pomadas, y la de tantos graves autores como de este asunto tra taron. ¡Ahí es nada lo que puede dar de sí este gran tratado del arte de la pintura al fresco, y la gloria que cabe á «¡L'hommc qui sait preter aux vicilles la jeunesse, Amincir une ride, epaissir une tresse'» Acerca de quién fuese el primero que inventó el arte de la perfumería, poco se sabe, ni de quién fue la pri mera dama que despreciando el agua cristalina, buscó afeites con el fin de agradar, que es el principio y el medio y el todo de la mujer. Esta cuestión quedará tan irresoluta como la de cuál fue el primer salvaje que se tatuó el cuerpo, que es la primera época y escuela de esta clase de pinturas: pues no hay duda que los habi tantes primitivos del Asia se tatuaron con la idea de parecer mejor unos á otros. Entre los egipcios llegó á un gran desarrollo el arte dé confeccionar ungüentos, aguas y pastas aromáticas, según vemos por lo que nos dice el Génesis de aquellos ismaelitas mercaderes que compraron á Joseph , los cuales llevaban aromas, resina, estacte ó almáciga al por mayor. Pues natural era que los hebreos , de vuelta del cautiverio , traje sen grandes conocimientos en cosmetología , cuando Moisés recibió del Señor ónlen de confeccionar según el arte del perfumista. En Grecia hubo gran consumo de esencias y cosméticos , tanto entre los hombres co mo entre las mujeres, sin que por eso aquellos se afe minasen, que grandes y valerosos guerreros hubo, que después del baño se dejaban untar el cuerpo con aro máticos ungüentos y aceites , por mano de doncellas, y ahí está la Odisea que no me dejará mentir. ¿Pues qué invenciones no usaría la cortesana Phrinée para conservar la blancura, suavidad y trasparencia de la piel , cuando lo mismo fue levantarle su defensor la túnica y enseñar á los jueces su garganta, hombros y pecho, que dejarlos embobados y dispuestos á absol verla? Noramala para Solón , Sócrates y otros filósofos austeros que condenaron los afeites y aun los prohi bieron. Trabajo perdido; los afeites'se usaron de con trabando y se vendían á la sordina, como sucede siem

pre que la ley va contra la corriente general. En este punto la opinión de los filósofos no vale una higa. Só crates, hablando de la inmortalidad del alma, era una gran figura; pero en cosméticos no lo tengo por auto ridad. Figúrese el lector el crédito que merecería en cuestión de mano de gato el hombre que prefería el olor del sudor de los gimnastas del circo á las mas sua ves esencias. Que de la Grecia pasó, á Roma esta cos tumbre como otras muchas, á falta de otro testimonio ahí está el del inventor del aceite de bellotas, que dice que la aristocracia, los tribunos ¡vos quoque! y los emperadores Tito, Marco Aurelio, Adriano, el impío Domiciano, Vespasiano y Alejandro Severo, se daban después del baño una fricción con grasa con una muñequita de franela: y si el guardián jugaba á los nai pes, ¿qué no harían los frailes? ¿Pues no hubo dama romana que mantenía quinientas burras de leche para bañarse en ella y conservar la piel suave como un guante? ¡Y luego hablan de nuestros tiempos! Consulte quien quisiere la lista de artículos de perfumería que trae Phnio en sus obras, y verá que no tenían que en vidiar los regeneradores de la belleza al Florentin que trajo consigo Catalina de Médicis , gran mujer de ado barse el rostro y otras diabluras, lo cual prueba que si la ciencia de las Circes no se habia perdido en Italia, tampoco dejó de adelantar el arte de las Canidias, y andaban las aguas Tofanas y las de Venus en gran predicamento. Con todo, este Florentin debió ser más ducho en otras artes que en las del tocador, y más cé lebre en confeccionar venenos que perfumes, en cuyo ramo estaba nuestra España más adelantada ; pues Ca talina enviaba á Madrid por guantes perfumados , in dispensables en una elegante toilette, según se ve por una carta de su hija Isanel, esposa de Felipe II, en la que ésta dice: «Os mando con San Sulpicio (embajador extraordinario), mi retrato y cuatro docenas de guan tes, los unos perfumados de blanco y los otros de ne gro, y otros sin perfumar, sino lavados.» Pues no se diga del incremento que tomó el arte de pintarse las mujeres en España durante el reinado del Felipe protector de las letras. Cuéntase que el famoso cómico Juan Rana, hacia una noche en una comedia el papel de alcaide del palacio del Retiro , y enseñando á dos forasteros las ventanas donde habia dos señoras de la grandeza, dijo: «Contemplad aquellas pinturas: ¡qué bien, y qué al vivo están pintadas aquellas dos viejas! no les falta más que la voz , y si hablasen , creería yo que estaban vivas, porque con efecto, el arte de la pin tura ha llegado á lo sumo en nuestro tiempo.» Y si esto no es bastante, ved lo que decia un satírico; «No tienen las boticas ni oficinas De alambiques y botes copia tanta, Ni emplastos para varias medicinas, Cuanto la dama cuando se levanta En sus arquillas halla de compuestos, Que consume al espejo haciendo gestos. De la planta del pie hasta la frente Y el pelo ejercitado más que el lino Con legías, rasura y molde ardiente La pasa ó vinagrillo, y el cetrino Ungüento ó solimán, y la lanilla, Y del trigo ó del dátil la masilla; Hasta sacar de nuestros animales Las enjundias y el sebo unto del gato, Que en la cara defienda las señales Y arrugas de la edad por largo rato. Tiénese por mejor tanto una cosa, Cuanto es en sí más sucia y asquerosa. Los afeites, como todas las cosas, han tenido sus al tas y sus bajas en la historia; pero nunca se perdió por completo , el arte al menos , de dar colorete á la* mejillas y tapar mal que bien la cana desvergonzada. Mientras más civilización, mayor artificio, porque ma yores son los estragos que ocasiona la vida á la inver sa de las cortes, y mayores las añagazas y estímulos de esas abejas mercaderes que extractan los jugos de los tres reinos de la naturaleza para beneficiar la belleza, que es el reinado de la mujer. Conveniente fuera abandonar toda hipocresía en estepunto y resolver si el adobo es un mal para prevenirlo,, ó una necesidad social para reglamentarlo. No se es candalicen los solterones ni los padres de familia. En las edades pasadas hemos visto que este arte de falsifi car juventud , lozanía y hermosura , se contaba en el número de las secretas. La mujer presumida ó la cor tesana impudente, aparecían á la luz contrahechas Dios sabe cómo y dónde, teniendo que valerse de gentes sospechosas y desacreditadas, y de unturas misteriosas que nunca sufrieron el análisis de la química. Si pues el pintarse es una tentación general é irresistible; si vi viendo en el teatro del gran mundo y á luz artificial, donde más luce lo falso que lo verdadero, y el oropel que el oro, nadie quiere estar mal pudiendo estar me jor; y si en punto de belleza artificiosa se puede llegar al punto que notó Argensola cuando dice del blanco y carmín de aquella dama, «Que es tanta la verdad de su mentira Que en vano á competir con ella aspira Belleza igual de rostro verdadero,»