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HISTORIA Y CRONOLOGIA.

CUADRO DE LOS PAPAS.

Por lo que toca á la patria, el Cuadro De los papas se descompone asi:

Italianos:

Romanos ó de los Estados de la Iglesia 102
Bolonenses 6
Toscanos. . . . 14
Napolitanos ó del reino de Nápoles...16
Sicilianos. ... 5
Sardos: . . ... . 2
Genoveses 6
Saboyardos ..2
Lombardos..9
Veneciano ..8
Provincia incierta.. . . 19

Franceses. .11
Alemanes. . 6
Dálmata...2
Españoles. . 5
Portugueses . 1
Ingleses. . . 1
Holandeses. . 1
Suizos. . 1
Africanos. . 2

Orientales:
Sirios...8
Griego....13
Candistas...1

En cuanto a la duración del reinado, sin tener cuenta de la diferencia, en general muy ligera, que existe entre el pontificado, contado desde el dia de la elección ó desde el dia de la coronación, y tomando uniformemente para calcular su estensión los dos términos estremos de la elección y de la muerte, de la abdicación ó de la deposición , se llega á los resultados siguientes:

Desde San Lino, inmediato sucesor de San Pedro, hasta Gregorio XVI;

9 papas han muerto sin haber ocupado la Santa Sede un mes entero.

40 sin haber estado sentados en ella un año.

22 han reinado un ano ó mas, y menos de dos.

50 dos años ó mas, y menos de cinco.

53 cinco años ó mas, y menos de diez.

51 de diez á quince esclusivamente.

18 quince o mas, pero menos de veinte.

10 veinte años, ó han ido mas allá de este término, á saber: Clemente XI, que ocupó la Santa Sede veinte años, tres meses y veintiséis dias.

León III, veinte años, seis meses y diez y seis dias.

Urbano VIII, veinte años, once meses y veintitrés dias.

Pio VII, veintitrés años, cinco meses y seis dias.

Adriano I, veintitrés años, diez meses y diez y seis dias.

Pió VI, veinticuatro años, seis meses y catorce dias.

San Pedro, veinticinco años.

El pontificado mas largo como se ve, despues del de San Pedro, es el de Pió VI; el mas corto es el de Bonifacio VI, que no ocupó la Santa Sede mas que quince dias. Ninguno de los sucesores de San Pedro ha llegado, pues, a los veinticinco, ni ha hecho mentir la antigua profecía: Non videbis dies Petri.

Añadamos aun algunos hechos á estas observacioncs:

10 persecuciones fueron dirigidas contra los papas y contra la Iglesia en los cuatro primeros siglos.

67 papas fueron canonizados.

24 antipapas han perturbado por su intrusión la serie de doscientos cincuenta y tres vicarios de Jesucristo, desde Nóvaciano, en el siglo III, hasta Amadeo de Saboya, en el año 1440.

19 papas, finalmente, desde San León III en el siglo VIII, hasta Pio IX, actualmente reinante, han sido obligados a dejar momentáneamente la ciudad de Roma por causas de sublevaciones.

ALBUM POETICO.

    ¡NEVANDO!...

Lejos del mundo y en dulce calma,
con sólo un alma pensé yo amarte;
mas en mi anhelo voy á besarte,
á cada beso... ¡te entrego un alma!
La larde empieza ya á declinar;
la tarde pasa... cual la mañana,
y tras los vidrios de lu ventana,
        se ve nevar.
         _____
  
Deja que caiga, como caia,
la nieve fria, del cuarto fuera;
que eres tú dentro la primavera,
como es un rayo de sol el dia;
deja que caiga... si osára entrar,
al tú mirarla, casto amor mió,
viérasla al punto por el roció
          su sér trocar.
         _____

Calor despide la chimenea;
se balancea gallarda y triste
la siempreviva que ayer me diste,
para que emblema de tu amor sea;
preso en su jaula, rompe á cantar
el jilguerillo, tu solo amigo...
ya que en tal punto me ves contigo,
           ¡deja nevar!..
          _____

A ese horizonte que ves cerrado,
y congelado su aliento envia,
no llames cielo, querida mia;
el cielo... sólo se halla a tu lado.
¡Ay! si estos goces me hace dejar
mí sino adverso, quizás mañána
seré dichoso con recordar
la tarde aquella que, en tu ventana,
           ¡vimos nevar!

Ricardo M M » de Baños

A UN RUISEÑOR,

Aquí donde altos árboles
derraman fresca sombra,
do cruza de los céspedes
por la Honda alfombra
el arroyuelo plácido,
y esparce manso céfiro
benefico frescor,
del mundo aquí te alejas
para exhalar tus quejas,
amante ruiseñor.

Mas yo, que tu recóndita
mansión he descubierto,
que siento que mí espíritu
con el feliz concierto
de tu sonoro cántico
se eleva en dulces éxtasis
de célico placer,
hasta un supremo goce
que el mundo o no conoce
ni sabe comprender.

Vengo á escucharte, y pláceme
oír cual sobre el leve
rumor que en los aljófares
del arroyuelo mueve,
y entre las hojas trémulas
de la floresta, el hálito
del céfiro veloz,
resuena repentino
el redoblar o trino
de tu armoniosa voz.

Te escucho: ya los últimos
saludos das al dia,
y viertes en la atmósfera
torrentes de armonía,
y atiende con solícito
afán tu dulce cántico
la tierra; y por oir
tus flébiles querellas,
levantan las estrellas
sus velos de zafir.

Sigue, viviente cítara
de la Creación, y dignos
del universo elévense
tus cadenciosos himnos.
En ellos mis mas íntimas
ideas hallan férvida,
armónica espresion,
y por secreto encanto
reflejo de tu canto
mis pensamientos son.

Prosigue; y encarnándose
mi ardiente pensamiento
en esa voz dulcísima,
que enamorado el viento
recoge, huirán rápidos
á la celeste bóveda,
y se unirán los dos
al místico suspiro
que elevan en su giro
los mundos hasta Dios.

Antonio García V. Queipo.
Chindasvinto.

Como cumple á sus poderes,
en Toledo son juntados
treinta obispos, treinta nobles
para darse soberano.
Dan su voto los obispos
sentados en puestos altos,
y los nobles ¡es escuchan
en escabeles sentados.

Sobre una adornada mesa
se mira un cetro labrado;
cerca está de una corona,
signo de poder y mando.
Los dos símbolos demuestran
á los nobles y vasallos,
el cetro justicia recta
y la corona un abrazo.

—«Soy venido con cien guardias
por mostraros mi alto rango,
y para darnos monarca
razones dejad á un lado;
pues nadíe tiene las mías,
nobles condes y prelados,
si mis razones no os bastan,
con mí voluntad os basto.

Por corona soy venido,
sin corona no me parto.» —
Asi Chindasvínto dice
de orgullo temblando el labio,
un pie de la sala en medio
y con altivez mirándolos.
El obispo de Toledo,
con acento reposado,
á Chindasvínto responde
su enojo disimulando:

«Ciñérate la corona
si no la pidieras tanto,
pues no queremos un rey
que empieza siendo tirano.
— Callad, obispo, en malhora,
que sutilezas no gasto,
pues calzo guantes de malla,
no calzo guantes morados;
la cruz que lleváis al pecho
pegada a la espada traigo;
mis rezos son as batallas,
mis fieles son mis vasallos:
guardad de enojarme, obispo,
que cíen mesnadas comando.» —

Y á la corona y al cetro
se acercó con largo paso;
ciñéndose la corona,
dijo á nobles y prelados:
—«Lo que me dió la cabeza
»mi brazo sabrá guardarlo.»

Antonio Llaberia.

COSTUMBRES.

EL POETA EN LA TERTULIA DE CONFIANZA.

(Conclusión)

—¡Cómo ha de ser! exclamó Carvajal con irónica modestia, en la cual un observador perspicaz hubiera visto el desprecio más profundo; yo no soy poeta como el memorialista.

—No, señor, no; usted es mucho mejor.

—El memorialista tendrá más facilidad, gritó otra voz.

–Iremos, pues, a buscarle, añadió el joven, si él consigue dar gusto a ustedes.

—¡Cá! en manera alguna.

–Vuelva usted por su fama, y no nos acordaremos del memorialista.

Apurábase ya la paciencia de nuestro héroe, y resuelto estaba a contestar ruidosamente a tales sandeces, cuando doña Mónica, la única persona allí capaz de sentir la aproximación de la tempestad, por lo mucho que le interesaban los menores movimientos del que iba a fulminarla, se apresuró a manifestar con cierto aire de suficiencia que indicar quería un íntimo conocimiento de los secretos del poeta, conocimiento que era un sueño dorado de la viuda, que si la sociedad contuviese un instante su impaciencia, tendría la delicia, palabras textuales, de saborear unos versos más dulces que los sabrosísimos pasteles del próximo buffet.

Razón tenía doña Mónica. Así evitaba la tormenta. Don Jacinto quedó anonadado.

No se atrevió a replicar.

La viuda gozaba en su triunfo. ¡Veía a su adorado cubierto de rubor y lleno de asombro! Indudablemente, le había dado el golpe de gracia. Imperaba en su corazón. ¡Pobre Mónica! ¡Pobre poeta! «Perdónalos, recordaba, perdónalos, padre, porque no saben lo que hacen.}


IV.

El desdichado hijo de las musas, con un valor heroico, con una abnegación sin ejemplo, metió su mano temblorosa en uno de los bolsillos de su levita, sa-