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ITALIA.—VISTA DE LA ÚLTIMA ERUPCION DEL VESUBIO.

estraño y causaba una impresión que no es posible describir. En aquel momento me llamó la atención la estrecha garganta que separa á Somma del cono del Vesubio, que en una tempestad daria un aspecto mas terrible á la erupción, pero quitaría casi toda la perspectiva agradable que se encuentra, cualquiera que sea el punto á que se dirija la vista en esta clásica región. Apartando los ojos de los esplendores del Vesubio, se veía un cuadro de igual belleza, aunque mas suave. Las luces de Nuceria, Ottaviano y Bosco brillaban en medio de la oscuridad del profundo valle; veíanse también algunas entre las ruinas de Pompeya, como si los manes de los habitantes enterrados hace mucho tiempo se complacieran aun en vagar por la noche á la dora de los espíritus, mientras mas allá, Castellamare y una parte de Sorrento brillaban por el mar. Sobre el Vesubio bahía un arco triunfal de humo iluminado por el reflejo del cráter y del torrente de lava, esparciéndose en el aire en dirección de Capri, que se podía ver en la línea del horizonte como un monstruo marino colosal levantándose de la profundidad. En medio de este paraíso de silenciosa belleza, el Vesubio erguía su cabeza de llamas y con un ruido continuo despedía nubes de humo que se elevaban en el azul oscuro del firmamento a tal altura, que las piedras encendidas que arrojaba parecían mezclarse con las estrellas. Después de haber contemplado un gran ralo este espectáculo admirable, comenzamos á descender, tarea que no estaba exenta de peligros, pero afortunadamente la Providencia nos ha librado de ellos, y hemos concluido nuestra empresa con toda felicidad.»

A.


FABRICA DE CRISTALES EN LAS INMEDIACIONES DE LA ESTACION DEL FERRO-CARRIL DE MALAGA.

VIAJES Y MONUMENTOS ARTISTICOS.

CORDOBA.

CAMINO DE HIERRO.—UN GUIA.—IMPORTANCIA DE CÓRDOBA. LA CIUDAD.—EN LA VEGA DE ANTEQUERA.—TRISTES

I

A las cinco de la tarde salí de Sevilla para Córdoba, y durante largo rato pude contemplar á mi gusto el hermoso Guadalquivir, con sus orillas pobladas de árboles, con sus lanchas que se deslizaban entre las aguas apacibles, con sus pequeñas islas cubiertas de legumbres y adornadas de chozas. El sol, en el ocaso, vertía una luz melancólica sobre la dilatada campiña. Las estaciones y las casas de los guardas estaban vestidas de enredaderas y flores. La suavidad del cielo era encantadora. Los perfiles de la Giralda se desvanecían en el horizonte mas lejano. El paisaje todo bacía pensar en los campos de Italia. A la luz de la tarde suceden las tinieblas de la noche. Las estrellas brillan en el profundo azul del cielo, y á nuestro alrededor desaparecen pueblos y campos envueltos en la sómbra. A las doce, nos detuvimos en Córdoba, y poco después dormía en una linda habitación de la fonda Rízzi.