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II.


Contra mi costumbre, tomé en Córdoba un guia que roe enseñara la ciudad, y tí esta circunstancia debo haber visto en poco tiempo lo mas notable de aquel punto. El guia era un muchacho simpático y amable; de imaginación viva, de lenguaje fácil. En el estilo pintoresco y gráfico de los andaluces esplicaba todo, sin erudición ni pretensiones, sino con verdad y exactitud.

III.

La primera impresión que produce Córdoba es desagradable, y á no saber que su riqueza es proverbial, creeríase el viajero en un pueblo de escasos recursos. Edificios modestos, calles estrechas, tiendas nada lujosas, pocos transeúntes; lié aquí lo que se ve paseando por la ciudad. Pero el curioso encuentra la compensación de sus primeras impresiones, en los recuerdos de esta antigua córte. Córdoba figura siempre con esplendor en la historia. En un principio, fue cabeza del pais ocupado por los túrdulos. Después, aliada de Cartago, y sucesivamente, sufre el yugo de los romanos, gime bajo la opresión de los godos, y abraza la fe cristiana. En el siglo VI de nuestra era, Margueit-el Rhumi, vencedor del Guadalete, se apodera de Córdoba y la hace centro del imperio árabe en España, dependiente de Damasco. Desde entonces (año 715) se siguen en eílu ciudad veinte emires, cada uno de los cuales aumenta el brillo de la nueva colonia. Figuran entre ellos, Abderraman, que en 756 inaugura el reinado de los Omniades. Su hijo Hescham, protector de la poesía y la arquitectura. Abderraman II, que embellece la ciudad con hermosos edificios, y Abderraman III que la erige en metrópoli del califato occídeulal. Pero a la muerte de Hescham II queda Córdoba reducida á emirato, y débil entonces, no puede rechazar á los cristianos que, triunfantes en Marios y Andújar, llegan á sus puertas y clavan la bandera de la Cruz en las almenas de las iorres árabes, siendo rey de España Fernando III el Santo.

IV.

El monumento mas importante de Córdoba, es la catedral. En el lugar que ocupa hubo antiguamene un templo romano y después la célebre mezquita mandada construir por Abderraman I en 796.

El esterior del templo es severo: parece una fortaleza con sus almenas y sus anchos estribos.

Inmediata á la torre, se halla la puerta del Perdón, que sólo se abre, en los días de grande solemnidad, y ita entrada al Paito de los Naranjos, estenso atrio adornado de fuentes, naranjos y palmeras.

El interior de la catedral eii nada se asemeja á las demás catedrales de España. A primera vista, adviértese una confusión eslraña producida por la multitud de columnas que sostienen las diez y nueve naves de la basílica, y cuyo número pasa de mil.

Delante del altar mayor se ve una soberbia lámpara de plata, que pesa unas diez y siete arrobas.

La sillería del coro es de caoba, y representa en los medallones de las sillas, escenas del Antiguo y Nuevo Testamento.

Terminan los cualro frentes de la Catedral varias rapillas, siendo la mas notable la de San Pedro ó del Zancarrón, que era destinada en tiempo de los árabes para guardar el Coran. Se compone de un vestíbulo y del Santuario. En el centro de aquel, hay un túmul con la banda de los nazaritas. El arco es de pequeños pedazos de cristal admirablemente unidos y de bellísimo efecto. Cierra la bóveda del Santuario una magnífica concha de mármol de una pieza, y la obra tona es de mármol blanco revestido de alejas del Coran y otras distintas inscripciones.

La catedral tiene, á pesar de su belleza, un defecto notable: el suelo de ladrillos, no corresponde á la grandiosidad del edificio.

Cerca de la catedral está el Triunfo, monumento de mal gusto dedicado á San Rafael. Consta de un zócalo sobre el cual se eleva un monte con una gruta, coronado por un castillo. Del centro de éste sube una columna que termina en la ¡mágen de San Rafael. En el castillo se ven esculturas que representan á Santa Bárbara, Santa Vitoria y San Acisclo. En el monte hay un león, un caballo, un águila, una paloma, un cañón y un sepulcro, que es del obispo don Pascual, enterrado en aquel sitio.

Delante de la plaza, en que se encuentra el Triunfo, se halla el rio, que ofrece una agradable perspectiva.

Sobre rotos pedazos de la antigua muralla se han edificado algunos molinos que, con los fragmentos de las ruinas, forman un conjunto pintoresco, aunque sombrío, como es sombrío todo lo qua habla de la muerte. Algo hay allí que entristece; algo que produce una secreta melancolía. La vejez de los malecones no es indiferente para los ojos qne la inlrin; recuerdan un pasado y el pasado es el dolor.

Al otro lado del rio se estiende el Campo de la Verdad, y enlaza las dos riberas un puente de diez y seis arcos, construido por los romanos, y que termina al Sur en el castillo de la Calahorra.

Da salida al puente hácia la parte de la ciudad una, hermosa puerta dórica, formada por un arco y cuatro columnas estriadas. Dos relieves adornan los intercolumnios, y el conjunto total tiene cierto carácter que se aviene ii su abandono y su vejez prematura.

Al pie de la Sierra de Córdoba y á medía legua de la población, se conservan los jardines de la Rusafa, deliciosa posesión de recreo mandada edificar por Abderraman I, y en la que plantó una palma de Damasco á la que compuso los siguientes versos conocidos de todo el mundo:

Tú también, insigne palma, eres aquí forastera; de Algarbe las dulces auras tu pompa halagan y besan; en fecundo suelo arraigas y al cíelo tu cima elevas: tristes lágrimas lloraras si cual yo sentir pudieras: tú no sientes contratiempos, como yo, de suerte aviesa; á mí de pena y dolor continuas lluvias me anegan; con mis lágrimas regué las palmas que el Forat riega; pero las palmas y el río se olvidaron de mis penas, cuando los infaustos hados y de Alabas la fiereza me forzaron á dejar del alma las dulces prendas: á tí de mi patria amada ningún recuerdo te queda; pero yo triste no puedo dejar de llorar por ella.

En la Rusafa fueron enterrados muchos califas de Córdoba.

Ya no hay palmas en la huerta; pero el suelo proi duce ricos frutales y delicadas flores.

Desde la Rusafa se ve perfectamente la Sierra. Su aspecto es grave, su vegetación hermosa. Entre las pilas, los pinos y los cipreses blanquean multitud de casas, y en las alturas aparecen las ermitas. En los siglos XIV y XV había ermitaños en la Sierra ¡ de Córdoba, y en el siglo XVIII se reunieron en lo mas elevado de la montaña, construyendo trece ermitas separadas, una capilla de Nuestra Señora de Jielen, una hospedería y un cementerio.

V.

Volví á la estación. La campana nos llamaba á los carruajes. Subí en el tren de Málaga, y por la noche corria en la diligencia hácia Loja. El cielo estaba tormentoso; los relámpagos iluminaban con resplandor siniestro la Peña de los Enamorados. La lluvia-nos azotaba. La Vega de Antequera desaparecía en la oscuridad, y el camino, alumbrado apenas por la farola del coche, tenía algo de fatídico. I La nueva aurora ahuyentó la tempestad, y los rayos del sol mostraron á mi vista la Sierra de Loja y allá muy lejos Sierra-Nevada. Las tristes imágenes de la noche anterior huyeron de mi espíritu y olvidé la fatiga y el cansancio para soñar con Granada.

VI.

¡Quién había de pensar que pronto iban á trocarse en pesares las dulces emociones que esperimentaba entonces! Pero ¿qué importan á los indiferentes los sufrimientos de mi alma? Sin embargo, séame permitido desahogar un instante mi corazón en estos renglones y tributar nuevas lágrimas á la amable amiga, á la encantadora hermana cuya muerte sentiré toda mi vida. ¿Por qué callar? Las páginas de mi viaje por Andalucía son recuerdos de muchas horas de mi existencia. Consignaré otro, aunque es tan doloroso que enturbia la alegría de, mis primeras escursiones, añadiendo un desencanto á los que habia sufrido mi alma joven y entusiasta. ¡Triste esperiencia! Viajar, gozar, tener aspiraciones ¿sabéis lo que significa? Caminar hácia la muerte. ¿A qué torturarnos con locos deseos? Vivamos para el porvenir. Vivamos para el bien y la virtud y olvidemos lo demás.

Augusto Jerez Perchet.

MONUMENTOS ARQUITECTÓNICOS.

LA MEZQUITA DE CORDOBA.

En el presente número damos un grabado que representa el interior de la mezquita de Córdoba, consagrada para catedral desde la conquista de esta ciudad por San Fernando, Describir la singular y peregrina arquitectura de este edificio, el primero, sin duda, y uno de los pocos de su clase que existen en el mundo, fuera tarea prolija y que exigiría un libro. Consiste en un cuadrilongo de 620 pies de largo, y 41o de ancho. Por la parte Sur, el muro tiene 60 pies de elevación, y 33 por los demás lados, siendo el espesor ile todo él de 6 pies, y la altura del interior 35. A l<-s latios, en la parte superior de las puertas, se ven pequeños ajimeces formados de dos arcos sostenidos >le columnilas, y por cima de éstos, debajo de otro arto con columnas, pero mayores, unas celosías hechas con variedad de dibujos, todo de mármol y labrado con menudos y primorosos adornos de estuco en las partes correspondientes. Cada puerta forma un arco adintelado, contenido en otro árabe. Asi en los de las puertas de Oriente como en las de Occidente, hay alet/ai alcoránicas de relieve. El interior de la mezquita es un verdadero bosque de columnas, cada una de pie y medio de diámetro y de 8 á 10 de altura, rematan,I, ya por capiteles corintios, ó compuestos de los romanos, y otros árabes. La base, ó carece de ella, ó es. por lo general dórica. Es cada nave de 19 pies de ancho, á eseepcíon de la que conduce al adoratorío que es de 23. La altura común á todas es de 30 y están atravesadas de otras varias mas estrechas. Corren éstas de Oriente á Occidente y sólo tienen de claro 9pies, De los 620 pies de largo de que consta el edificio, 2l0 á la parle N., ocupa ei patio, en el cual desembocaban las 19 naves, que no estaban cerradas como ahora, por loque la grandeza del edificio sorprendía toda junta, de repente, á los que entraban por la puerta principal, y cuyas hojas, aseguran algunos escritores, estaban cubiertas de planchas de oro. Uno de los muchos aribes que hablan de la mezquita de Córdoba, en el s glo XJI, después de la conquista de la ciudad, de cribe e-te álrio, diciendo: «la aljama de Córdoba; restituyala Dios al Islam, fue obra de los reyes Oiney; s que la "hicieron á competencia de la de Damasco : se entra en ella por un átrio espacioso lleno de árboles frutales, palmeras y naranjos con copiosas fuentes dí agua, que corre entre flores y yerbas, debajo de los planteles, para recuerdo de las "delicias del Paraíso. Este suntuoso templo se hallaba destinado para colocaren él una capilla esquisitamente adornada, en que según parece se custodiase el Corán, la cual debía estar al Mediodía ó allcibla, que era donde miraban los muslimes de España para hacer sus azaláes ú oraciones. Esta capilla ú adoratorío era llamado al mihrab, Es imposible describir el efecto que produce el admirable conjunto del interior, donde la mirada se pier.le en un laberinto de arcos, bóvedas y columnas, adornadas de ramaje, llores, y hojas otras caprichosas vegetaciones arquitectónicas, y donde por todas parles brillan el mármol, el jaspe, primorosamente labrados, y con multitud de inscripciones arábigas y mosaicos en que resplandecen el oro y los colores mas varios. En este mismo número publicamos un artículo del señor Jerez Perchet, que al darnos cuenta de sus impresiones ile viajero, al pasar por Córdoba, ha consagrado también un recuerdo á la célebre mezquita.

ALREDEDORES DE MALAGA. FÁBRICA DE CRISTALES EN LAS INMEDIACIONES DE1. CAMINO DE HIERRO.

Nada de particular podemos decir acerca de este edificio, que actualmente no funciona. Pero hemos creído oportuno darlo á conocer á nuestros lectores por ocupar uno de los mas agradables sitios de Málaga.

LITERATURA.

MELODIAS.

EL COMBATE DE LA VIDA.

¿Conocéis el palenque en que se encuentra trasportado el hombre al llegar á la tierra, y antes deque haya tenido tiempo de reconocer á sus enemigos? L:i viita es ese palenque, del que ninguna alma se escapa sin combatir. Terribles son los enemigos que la esperan en la ardiente arena: allí está el dolor armado de sus agudos puñales, y todo el ejército innumerable de I s pasiones humanas, nuevos gladiadores, mas esforzados aun que los que combatían en los circos de la reina del universo. ¡Cuántos atletas vieron sucumbir los siglos en esos combates de la vida! El débil que desfalleció un instante, el orgulloso que despreció á sus fuertes enemigos, cayeron vencidos, y como en la Roma de los emperadores, no hubo piedad para ellos. La lucha es de gigantes y dura toda la vida; y después de terminada, después de h ¡borla coronado la mas espléndida victoria, apenas veréis á un hombre que no salga del combate con el pecho cubierto de heridas y el escudo destrozado.